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CRITICA
Por: PACO CASADO
Una de las variantes de las películas de adolescentes son las deportivas, con el inconveniente de que se basan en deportes muy americanos como el rugby, al que se han empeñado en llamar fútbol americano, el beisbol y a veces el baloncesto, que es más practicado en España.
Esto hace que en nuestro país atraigan menos, aunque allí sean todo un éxito de taquilla.
En esta ocasión el producto en cuestión tiene un poco de más entidad.
Budd Kilmer, el entrenador del equipo local, los Coyotes, que es la pasión de todo el pueblo, porque por él han pasado tanto los adultos como ahora sus hijos, está acostumbrado a ganar.
Va a por el título veintitrés, imponiendo su férrea disciplina aunque sea sacrificando y machacando a sus jugadores a los que hace intervenir a veces infiltrados con tal de conseguir la victoria.
Es su vida y lo que le mantiene como héroe local.
Hasta que uno de los jugadores, con más personalidad, le hace frente cuando tiene la oportunidad de sustituir al lesionado capitán del equipo y puede hacer en el campo lo que él piensa, sin doblegarse a los mandatos del entrenador, ni perder su personalidad.
El guion posee un acertado diseño de personajes con cierto peso específico, aunque la historia la hayamos visto mil veces y sepamos que al final se logrará el capeonato, por muchas dificultades que encuentre el equipo en el camino.
Al mismo tiempo se hace un análisis del deporte juvenil americano y de los problemas que atraviesan los jóvenes jugadores, así como las presiones que reciben para ganar, porque de esa forma saldrán del ámbito del pueblo, si les ve un ojeador, y también es una forma de conseguir una beca para continuar los estudios en la universidad correspondiente.
Los jóvenes de esta cinta tienen más entidad que en otras ocasiones y están respaldados por unos adultos, dibujados en pequeñas pinceladas, que arropan bien a los protagonistas.
Al frente del reparto un Jon Voight, cada día más veterano, da el tipo del entrenador implacable, autoritario y dominante, que trata a los jugadores con dureza con tal de conseguir su propósito, seguir siendo, ahora como entrenador, lo que tal vez no consiguió en su día cuando jugaba.
Una dirección de Brian Robbins, con más sensibilidad y oficio de lo que suele ser habitual en estos casos, hace que se logre un producto al menos digno.
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