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SINOPSIS
Tras finalizar la Primera Guerra Carlista Martín regresa al caserío familiar donde descubre que su hermano menor es mucho más alto de lo normal. Los dos hermanos inician una aventura por Europa donde la ambición y la fama harán que cambien el destino de toda la familia, cuando a Martín se le ocurre que todo el mundo querrá pagar por ver al hombre más alto del mundo...
INTÉRPRETES
ENEKO SAGARDOY, JOSEBA USABIAGA, IÑIGO ARANBURU, RAMÓN AGUIRRE, AIA KRUSE, ÍÑIGO AZPITARTE
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INFORMACIÓN EXCLUSIVA
NOTAS DEL DIRECTOR...
Nadie crece eternamente ¿o sí? Cierto es que la gran mayoría de nosotros pegamos el estirón en la adolescencia y para cuando entramos en la edad adulta nos estancamos en una estatura, para volver a menguar (en la mayoría de los casos) al final de nuestras vidas. No obstante, de manera excepcional, hay a quien le sucede lo contrario: empieza a crecer desmesuradamente en ese preciso momento en el que el resto dejamos de hacerlo y no se detiene hasta el día de su muerte. Es lo que puede llegar a suceder a aquéllos que padecen un cierto tipo de acromegalia, si no es tratado debidamente.
A pesar de que entonces se desconocería la causa, muy posiblemente éste sería el caso de Miguel Joaquín Eleizegi, nacido en 1818 en Altzo, un pequeño pueblo de Gipuzkoa. De él se dice que a los 20 años contrajo una enfermedad que le hizo crecer de manera imparable a lo largo de toda su vida, llegando a convertirse en el hombre más alto de su tiempo.
Su fama se disparó rápidamente y fue exhibido por media Europa para que la gente pudiese admirar su imponente talla.
Cabría imaginar que Joaquín dejó de crecer en el momento de su muerte, el 20 de noviembre de 1861. Pero nada más lejos de la realidad: curiosamente, una vez enterrado siguió creciendo, aunque solo fuera de manera figurada.
Sus andanzas y su figura se transmitieron de boca en boca, y se iban haciendo más y más grandes de una manera imparable.
Porque para entonces “El Gigante de Altzo” se había convertido ya en un mito, y algunos mitos sí crecen eternamente.
LA VERDAD DEL MITO...
A pesar de la popularidad que “El gigante de Altzo” alcanzó en su época, cuando comenzamos a documentarnos para la película descubrimos que apenas existe información sobre sus andanzas. Es más, nos sorprendió que no hubiera ninguna prueba fidedigna que corroborara muchas de las anécdotas y vivencias que se le adjudican, más allá de lo que nos llega a través de una transmisión oral cada vez más deformante. Y es que su historia se ha ido alterando con el tiempo de tal modo que mucha gente hoy en día cree que el gigante nunca llegó a existir y forma parte de la galería de personajes mitológicos vascos.
Lejos de desmotivarnos, este malentendido nos resultaba muy estimulante porque ¿no es acaso ése el material con el que se construyen los mitos? Más allá de narrar unos hechos 100% reales, nos interesaba reflexionar sobre diversos temas que se pueden esconder detrás de este relato, de la manera más honesta posible, mezclando para ello elementos reales con otros de ficción. Decía el escritor Oakley Hall que “La tarea de la ficción es la persecución de la verdad, no de los hechos”. Y es precisamente lo que hemos intentado hacer.
Una de esas verdades es que el hombre necesita construir y transmitir sus propios mitos. “Handia” pretende reflexionar sobre la necesidad inherente que tiene una sociedad de fabricar leyendas, de crear héroes en los que creer. En cualquier momento, en cualquier lugar. Ahora mismo, sin ir más lejos, en cada rincón del mundo se estarán fraguando nuevos mitos que son producto de una determinada realidad social y política.
Miguel Joaquín Eleizegi, sin poseer un especial carisma, sin tener en su haber ningún logro especialmente subrayable, fue capaz de generar en torno a él un mito que llega hasta nuestros días simplemente por el hecho de ser grande, de medir unos centímetros más que el
resto de los mortales.
Y es que a menudo, los mitos no surgen tanto por los logros del objeto mitificado sino por la pura necesidad de quienes lo mitifican.
En definitiva, esta historia nos permite hablar de lo que es real y lo que no, de cómo van creciendo los mitos a medida que se propagan, del mismo modo en que lo hizo el propio cuerpo de Joaquín durante sus 43 años de vida.
Nuestra película, no deja de ser el último eslabón en esta cadena de transmisión.
El último centímetro en el proceso de crecimiento del gigante.
UN HOMBRE QUE NO PARABA DE CRECER, UN MUNDO QUE NO PARABA DE CAMBIAR...
Si como hemos dicho antes, los mitos son producto de una realidad política y social determinada, el Gigante de Altzo es claramente producto del siglo XIX, con todo lo que ello conlleva. Él y su hermano Martín (quien le acompañó en la mayoría de sus viajes) vivieron a mediados de ese siglo, una época en la que probablemente se dio de manera más intensa que nunca antes la lucha entre el nuevo y el antiguo régimen; Conservadores vs. Liberales; Tradicionalistas vs. Reformistas. Isabelinos vs. Carlistas.
Una época de cambios no solo a nivel político y social sino también tecnológico. Por poner solo un ejemplo, es la época en la que nació el Daguerrotipo, y poco a poco las ilustraciones dieron paso a la fotografía; muchos pensaron que así se capturaba para siempre la realidad y que desaparecía un mundo quizá más poderoso que el de la imagen: el de la fabulación, el del poder de los mitos para adoptar cualquier forma a través de la imaginación de quien los escuchaba.
Sin embargo, más tarde descubriríamos que esto no es así, y que la capacidad del hombre para convertir en mito algo real no se ha visto menguado por estos avances tecnológicos.
En cualquier caso, aquélla fue una época en la que los cambios se aceleraron y se hicieron más visibles. ¿Y qué mejor personaje que un hombre que no para de crecer, que no deja de cambiar muy a su pesar, para simbolizar aquel tiempo?
Como a tanta gente de su época, a los Eleizegi les tocó vivir en el antiguo sistema y enfrentarse de pronto a uno nuevo. Probablemente esa transición la hicieron como lo ha hecho siempre el ser humano: adaptándose como buenamente puede. A más de uno todo esto le resultará familiar, y es que podemos encontrar ecos de lo que se cuenta en “Handia” en la realidad de hoy en día.
Es una película que pretende hacernos reflexionar sobre cómo nos enfrentamos a los cambios: ¿podemos preservar nuestra identidad original con las decisiones que tomamos ante esa nueva realidad o nos convertimos en una especie de versión deforme de lo que un día fuimos?
JOAQUÍN Y MARTÍN. LAS DOS CARAS DE LA MONEDA...
Pese a todo lo dicho, el protagonismo de esta historia no pivota únicamente en el gigante Miguel Joaquín, sino que es compartido con el personaje de su hermano, Martín Eleizegi.
Cuando Martín vuelve de la guerra, se encuentra con que un gigante ocupa el lugar donde antes estaba su hermano.
Joaquín ha cambiado, pero también lo ha hecho Martín; la manera en que ve a su hermano y a toda su familia ya no es la misma, y en cierto modo ese gigante representa todo aquello de lo que Martín quiere huir. Para él la imagen de Joaquín es como el reflejo que le devuelve un espejo distorsionado donde se agranda todo lo que uno rechaza de sí mismo.
Sin embargo, como si de una fuerza centrípeta se tratara, Martín se sentirá atrapado por el gigante y arrastrado hacia el lugar del que salió antes de la guerra y del que quería escapar para siempre.
Cada uno de los hermanos simboliza una actitud muy diferente a la hora de encarar esa realidad de cambios a la que hacíamos alusión. Mientras Joaquín es una persona tradicional y hogareña que en un principio quiere que todo siga como siempre, Martín representa todo lo contrario: es valiente, inconformista e intenta huir de una realidad estancada para él. Pero ironías de la vida, Joaquín vive en un cambio constante muy a su pesar mientras que a Martín le gustaría cambiar mucho más de lo que hace (su brazo inmóvil, como consecuencia de la guerra, se convierte así en un símbolo de ese inmovilismo del que Martín desea escapar).
Los dos representan fuerzas opuestas pero complementarias a la vez; como si del “yin y el yang” se tratase, los dos poseen algo del otro dentro de él. Y es que nada existe en estado puro ni tampoco en absoluta quietud, sino en una continua transformación. Por eso, a pesar de opuestos, a lo largo de esta historia comprobaremos que Martín y Joaquín están más cerca el uno del otro de lo que cabría esperar, hasta llegar en momentos a confundirse el uno con el otro. Hasta tal punto esto es así, que se podría decir que el protagonista de la película no es uno ni otro, sino la unidad que forman entre ellos dos, como si se tratara de un único ser de dos almas.
GALERÍA DE FOTOS
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