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NOTAS DEL DIRECTOR...
Todo comenzó con una fría estadística publicada en un periódico: «En 2010, en los hospitales de maternidad de Moscú, 248 bebés fueron abandonados por madres de Kirguistán».
Al leer la noticia me quedé en estado de choque durante tiempo. ¿Cómo podía ser? ¿Por qué razón tantas madres kirguisas abandonaban a sus bebés en un país extranjero? ¿Qué les obligaba a cometer un acto tan antinatural para cualquier mujer, y mucho más, si cabe, para mujeres de Asia Central, con culturas intensamente orientadas a la familia?
Me di cuenta de que debía hacer una película sobre esto: una película sobre una mujer kirguisa que abandona a su hijo recién nacido en una sala de maternidad de Moscú y sobre las circunstancias que la llevan a tomar tal decisión. De hecho, la película trata de todos nosotros: de lo que sucede cuando el entorno de una persona alcanza tales extremos que le obliga a deteriorarse moralmente. La vida misma, la naturaleza, debe intervenir y obligar al individuo a reevaluarse y cambiar, incluso a veces en contra de su voluntad.