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NOTAS DEL DIRECTOR...
Esta curiosa información es el epítome de lo que uno oye en el febril escenario de una guerra. Estas palabras, pronunciadas por PJ Harvey, o Polly como yo la conozco, son las primeras que suenan en A Dog Called Money. Es algo que escuché en mi primer viaje a Afganistán como reportero gráfico en 1994 en medio de una terrible guerra civil. Debí habérselo contado cuando estuvimos juntos en Kabul en 2012. Cuando escucho a Polly leer esa frase ahora, con la distancia que dan los años, es como una antigua leyenda mitificada que vuelve a cobrar vida.
Era una nota entre muchas en las libretas que llevaba consigo cuando viajamos juntos a Kosovo, Afganistán y Washington D. C. para nuestro proyecto colaborativo. Las libretas contenían notas, garabatos y marginalia sobre sus impresiones inmediatas de primera mano, y también pautas para sí misma sobre cómo cantar las canciones que iba invocando en las páginas mientras viajábamos.
Decidí usar el recurso de Polly leyendo extractos de sus libretas como hilo para conectar los elementos dispersos del proyecto para el que viajamos a tres lugares distintos, diferentes, para ver, escuchar y grabar las historias que allí encontráramos. Con el tiempo esas notas se convirtieron en canciones para el disco que grabó en el sótano del Somerset House de Londres. El proceso de grabación en sí fue una instalación artística de 5 semanas de duración, donde el público estaba invitado a presenciar el nacimiento del álbum a través de ventanas unidireccionales. La procedencia de las canciones y el viaje que recorren es el arco de la película.
Polly y yo decidimos colaborar y emprender un proyecto juntos. Queríamos que fuera un libro (su poesía, mi fotografía), un disco que grabaría ella y una película que haría yo. Queríamos ir a sitios que nos interesaran, que tuviesen relevancia para nosotros por un motivo u otro, compartiendo la experiencia pero trabajando de forma individual. Escribir y fotografiar son prácticas muy diferentes, así que yo tendría que volver para ampliar el trabajo. Serían viajes informativos, la clásica combinación de escritor y fotógrafo. Seríamos periodísticos, pero no periodistas.
Yo había cubierto la guerra de Kosovo a finales de los noventa y había vuelto en 2004. Polly ya había escrito material sobre las fotos que hice allí. Nos cayó del cielo una invitación para visitar Kosovo. El Dokufest, un festival muy agradable y vivo que se celebra en la ciudad de Prizren, al
sur, nos invitó a la proyección de mis 12 cortos para Let England Shake.
Después del festival, pasamos un par de días viajando por allí. En los distintos lugares, percibimos entre la gente el descontento con el presente, y la rabia y el lamento por el pasado. Kosovo fue el inicio de todo, y descubrimos que viajábamos bien juntos y que podíamos trabajar en compañía del otro.
En 2012 me puse en contacto con Polly para ver si quería venirse a Kabul. Después de pensárselo unos días (comprensible dado el destino), aceptó. Cuando llegó, yo seguí trabajando como siempre hacía en Afganistán. Nos encontramos con situaciones que nos inspiraron y nos emocionaron profundamente a los dos.
Escogimos Washington D. C., el núcleo del poder occidental, como destino final. Una ciudad donde se toman decisiones cruciales sobre el destino de países de todo el mundo, como Kosovo y Afganistán. ¿Cómo se comporta Washington D.C. en casa, con sus habitantes? Al otro lado del río, en el Southeast, hay zonas con tremendos problemas sociales. En 2014, fuimos a Anacostia, a solo un par de paradas de metro de la Casa Blanca y Capitol Hill. Paseamos por sus calles y nos encontramos a unas personas jugando a las cartas en un porche. Una joven llamada Paunie, rebosante de confianza y carisma, que parecía una líder natural. Estas personas y su situación aparecen en algunas canciones. Conocí mejor a Paunie y a su gente en posteriores visitas a D. C.
En ese lapso, Estados Unidos eligió nuevo presidente.
El estudio de grabación del Somerset House fue diseñado como una sala dentro de una sala más grande con una ventana unidireccional que permitía que el público viese y escuchase la creación del álbum sin molestar a los músicos. Dentro del estudio, todos llevaban micro de solapa para que la gente afuera pudiera oír cada palabra, cada broma y cada nota.
Me convencí enseguida de que era una gran idea: una idea que exponía a Polly, a los dos productores y a todos los músicos al escrutinio público. Decidí que tenía que grabarlo. Hubo una grabación de prueba con público para decidir si era demasiado intrusivo con el proceso. Y se decidió que no lo era. Yo era una orquesta de un solo hombre, y creo que quedaba como una parte de la acción general.
Para conseguir las imágenes naturales e íntimas que quería, tenía que alejarme del proceso e, idealmente, volverme invisible para los músicos. Les pedí a todos que nos ignorasen a mí y a la cámara, que pasaran por delante o se quedasen ahí en medio sin sentir que me estaban fastidiando el plano, que todo eso tenía que formar parte. Desde muy al principio, dejé de ir a comer con ellos, porque la conexión que se establece en la comida continúa cuando vuelves a la sala.
En el interior de la sala, no eras consciente del público, no había interrupciones: los músicos hacían genuinamente su trabajo, intentando que las canciones salieran. Canciones con origen en una premisa borrosa, en viajes vividos en otro mundo que cobran vida en un viejo palacio junto al Támesis.