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Según las directoras, emigrar es un proceso doloroso independientemente del lugar donde uno venga, pero en el caso de los cubanos toma un giro particular porque implica un desarraigo doble: el de la cultura y el de un sistema político. El desfase es perpetuo. Nosotros somos la memoria viva de un mundo que desapareció, de un mundo que hubiera podido parir otra sociedad. De ahí esta especie de nostalgia que impregna nuestra existencia. Como cuerdas que vibran en el vacío, no encontramos resonancia ni en la Cuba actual, ni en otro sitio. Y esto nos conduce inevitablemente a cuestionarnos sobre nuestra identidad, a explorar el país fósil anclado en nosotras y a través de él nuestro propio imaginario.
NOTAS DE LAS DIRECTORAS...
Nosotras hemos nacido en un país único: Cuba al final delos años 70. Como todo niño cubano de entonces, nuestra formación apuntaba a hacer de nosotras el “hombre nuevo”.
Cada mañana debíamos jurar en nombre del comunismo seguir el ejemplo del Che Guevara. Una técnica de adoctrinamiento, pero también la promesa de una vida digna de ser vivida.
Repentinamente ese país se derrumbó. La caída del muro de Berlín significó el regreso de Cuba a la dura realidad del mundo. Nadie estaba preparado. Mucho menos nosotros, los adolescentes a quienes nos fue prometido un futuro radiante.
A esto se le agregó la decepción de ver desaparecer todos los valores que habían sido el corazón mismo de nuestra educación. Y nuestra generación -la que debía realizar las promesas del sistema- sólo soñaba con dejar la isla. Eso fue lo que nosotras hicimos.
Emigrar es un proceso doloroso independientemente del lugar de donde uno venga, pero en el caso de los cubanos toma un giro particular porque implica un desarraigo doble: el de la cultura y el de un sistema político. El desfase es perpetuo.
Nosotros somos la memoria viva de un mundo que desapareció, de un mundo que hubiera podido parir otra sociedad. De ahí esta especie de nostalgia que impregna nuestra existencia. Como cuerdas que vibran en el vacío, no encontramos resonancia ni en la Cuba actual, ni en otro sitio.
Y esto nos conduce inevitablemente a cuestionarnos sobre nuestra identidad, a explorar el país fósil anclado en nosotras y a través de él nuestro propio imaginario.