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NOTAS DEL DIRECTOR...
  Todo empezó con una imagen. Recuerdo la primera vez que vi, en medio de una oscuridad absoluta y flotando sobre el horizonte del Lago Victoria, en Kenia, la ciudad imaginaria formada por las luces que los pescadores usaban para atraer a los peces. Parecía otro mundo, algo mágico, y me sentí profundamente atraído por él. Pero a medida que fui entrando en ese mundo, la magia iba desapareciendo e iba emergiendo una realidad desoladora.
  La imagen estaba tomada desde una pequeña isla con una de las tasas de SIDA más altas del mundo, de alrededor del 30% de la población, y la llegada de pescadores de diferentes lugares no hacía más que empeorar su situación. La pesca era el único trabajo real en la isla y la dependencia económica de la mujer respecto al hombre total. Con dinero, se creían capaces de todo, y lo único que hacían era beber alcohol y engañar y violar a mujeres y niñas, sin ni siquiera importarles su edad.
  El silencio absoluto alrededor de esta realidad era descorazonador. Hablamos con decenas de niñas, jóvenes y mujeres de distintas edades. Algunas nos contaron su historia; otras, sin decirnos nada, ya nos lo contaban todo. Era doloroso ver cómo las tradiciones culturales y la falta de afecto y protección hacia las hijas en las familias hacía que muchísimas niñas tuviesen miedo de contar qué les había ocurrido incluso a sus propios padres. El estigma estaba ahí, y esta ley del silencio agredía doblemente a las víctimas y las culpabilizaba, condenándolas a una muerte en vida.
  F.A.A. (iniciales para mantener su anonimato) era una de ellas. Con las emociones a flor de piel, nos contó cómo su vida terminó el día en que siendo una niña fue violada y no pudo contárselo a nadie. Escucharla fue la experiencia más profunda y emotiva de todo el viaje. Nos sorprendió su sensibilidad y su capacidad de transformar sentimientos en palabras, como si jamás hubiese parado de pensar en ello, y fue ella quien nos hizo comprender lo que en realidad sentían todas las mujeres y niñas de la isla.
  En ese momento vimos que las estadísticas sobre el SIDA, los índices de pobreza, el nombre de la isla e incluso el propio nombre real de nuestra protagonista pasaban a un segundo plano. Teníamos que sumergir al espectador en el mundo interior de F.A.A., establecer un vínculo emocional con ella, y descubrir a través de su mirada la realidad que se escondía tras esa imagen de las luces sobre el Lago Victoria. Porque al final, por mucho que lo pareciese, no estábamos en otro mundo, y más allá de la distancia física que nos separaba de los hechos y de la crueldad de los mismos, el silencio que mata a mujeres de todo el mundo es el mismo.

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