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NOTAS DEL DIRECTOR...
En sintonía con sus personajes protagonistas, Diana es una película poliédrica en fondo y forma ¿Se trata de cine negro? ¿Es un thriller? ¿Cinema verité? ¿crítica social? ¿o cine de género? ¿Experimental? Su esencia es instalarse en la mutación y el cambio.
Es habitual que las referencias aparentemente perifericas que aparecen en una película, aporten claves para entender el nucleo de su discurso. En “Diana” están presentes Munch, la castellana, Stevenson, Schubert y el trap. Pero sólo hablaré de los cuatro últimos...
'El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde' de R.L. Stevenson fue una guía espiritual en el proceso creativo. Stevenson recurre al género de terror para desarrollar un hiriente análisis de la sociedad victoriana de su tiempo, un retrato que encarna en el personaje del Dr. Jekyll y que me apasiona porque detecto obvias similitudes con las contradicciones de nuestra sociedad. Pienso que vivimos algo así como un “neovictorianismo” capaz de extender sus tentáculos como nunca antes gracias a los medios de comunicación y las redes sociales. La dictadura de la proyección de la imagen personal es caldo de cultivo de “monstruos” capaces de interiorizar las más esenciales reglas de comunicación como antes se daban cursos de “buenas maneras”: para ganar simpatías basta con usar las expresiones correctas en el marco adecuado, aunque se esté vacío de verdad o contenido.
A pesar de mi pasión por la novela, nunca sentí la tentación de trasladar la acción a Londres no sólo porque Diana tiene su propio pulso (imposible controlarla...) sino también porque, si hay una ciudad que se me antoja contradictoria y poliédrica, con doble o triple personalidad según la óptica con que se mire o el momento del día en que se viva, esa es Madrid. El entorno de la Castellana, tan ausente en el cine español, me parece uno de los paisajes más relevantes de la capital. Caminando de Colón hasta el Business Center, el viandante agudo puede leer la historia económica y política de España: se pasa del rancio abolengo de la burguesía capitalista del XIX a los silenciosos pero contundentes rastros de la dictadura, para acabar en la modernidad descarada de las cuatro torres. Y todo eso es, en realidad, la amalgama dislocada que somos como sociedad.
Leí recientemente en el New York Times que Schubert fue el compositor que puso música a la nostalgia por el hogar perdido. Esto me ayudó a desvelar mi propia fijación por hacer de su música la melodía interna de mi protagonista femenina. La música que exterioriza, sin embargo, es el trap de Bad Gyal, una de las reinas del género conocida por sus letras de un feminismo vitalista. De nuevo, hago convivir dos mundos aparentemente antagonistas: música clásica socialmente aceptada como culta con la excitación popular del trap, género detestado en los circuitos intelectuales como acto reflejo clasista y snob. Que ambos escenarios musicales confluyan en Sofía, no es casualidad. Tampoco que mis poderosos personajes femeninos tengan nombre de Diosas grecolatinas. Es toda una declaración de principios del guionista y director.
Al principio de esta reflexión me preguntaba acerca de qué forma tiene “Diana” como película... juzguen ustedes en qué marco es más apropiado encuadrarla. Lo que sí puedo afirmar es que la película se ha concebido como expresión artística de un estado de ánimo. No el mío particular o no sólo, si no el de toda una sociedad sometida al estress por el advenimiento de la crisis, el hundimiento de los mitos fundacionales, el surgimiento de nuevos con novedosas frustraciones y la búsqueda de orientación en un entorno agresivo en el que es difícil conservar incluso algo tan esencial como la identidad.