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DECLARACIONES DE LOS DIRECTORES...
Cuando terminamos de escribir este guión, nos dimos cuenta que habíamos escrito la historia de los intentos fallidos de varios personajes: todos quieren que el protagonista, Ahmed, un joven fanatizado, renuncie a cometer un asesinato. Ni Inés, su profesora, ni su madre, ni su hermano, ni su hermana, ni su educador, ni el juez, ni el psicólogo del Centro de Reeducación de Menores, ni su abogado, ni los dueños de la granja donde lo envían, ni Louise, la hija de estos últimos, logran descifrar el fondo opaco y endurecido de este chico misterioso dispuesto a matar a su profesora en nombre de sus convicciones religiosas.
Cuando empezamos a escribirlo, no sabíamos que estábamos creando un personaje tan hermético y tan esquivo, un personaje que nos negaba la posibilidad de elaborar una estructura dramática que nos permitiese sacarlo de su locura asesina. Yusuf es el imán de la mezquita fundamentalista, el seductor que se ha servido de la intensidad de los ideales del adolescente para ponerlos al servicio de la pureza y el odio a todo lo que es impuro. Y él también queda sorprendido ante la determinación de su discípulo. Ahora bien, ¿qué esperaba? Después de todo, este maestro de la manipulación es quien anima a este chico fanatizado, casi un niño, a venerar a un primo mártir, a un muerto.
¿Cómo detener la carrera asesina de este joven fanatizado, inmune a la buena voluntad de sus maestros, al amor de su madre, a la amistad y a los coqueteos de la joven Louise? ¿Cómo parar a Ahmed en ese instante en el que, sin el buenismo y la inverosimilitud de un final feliz, podría abrirse a la vida y abrazar la impureza que ha aborrecido hasta entonces? ¿Cuál sería la escena, qué planos podrían filmar y dar cuenta de esa metamorfosis? ¿Cómo llegar a perturbar la mirada de un espectador que se habría adentrado por fin en el mundo oscuro de Ahmed, en las profundidades de aquello que lo posee y de lo que por fin podría liberarse?