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NOTAS DEL DIRECTOR...
  Mi hermana Amaia y yo nos fuimos muy jóvenes a vivir lejos de nuestros padres, Kontxi e Iñaki. Pese al tiempo y la distancia hemos seguido siendo una familia muy unida. Dado que Amaia y yo estamos cerca de cumplir 50 y ninguno de los dos ha tenido hijos, el núcleo familiar sigue gravitando en torno a nuestros padres. Desde hace años siento una angustia creciente ante la idea de perderlos.
  En junio de 2015 nos reunimos para celebrar sus bodas de oro en un viaje de crucero. Cuando descubrí el nombre del enorme buque supe de inmediato que también le daría título a esta película: FANTASIA. Con la complicidad de mi hermana cometí una travesura: ocultar a nuestros padres el verdadero motivo por el cual grabaría las vacaciones, haciéndoles pensar que sería un simple vídeo familiar que guardaríamos solo para nosotros. Después del viaje mi hermana Amaia regresó a Ecuador, yo a Madrid y mis padres a su vida de jubilados en Iruñea. Ese invierno, como tantos otros, Amaia no pudo viajar desde Ecuador a pasar las navidades en familia. Fui yo solo a estar con nuestros padres y volví a llevar la cámara. La idea: completar el retrato que había iniciado en aquel espacio idílico de FANTASIA como contrapunto a la realidad de la vejez y de su día a día en el hogar.Durante un tiempo seguí ocultándoles el verdadero motivo por el cual los perseguía con mi cámara por los confines de su intimidad. No estaban a salvo vestidos ni desnudos, ni en el salón ni en el cuarto de baño, ni en sus arrumacos ni en sus no tan infrecuentes discusiones, ni en la salud ni en la camilla de un quirófano. Cuando por fin les confesé que estaba haciendo un largometraje documental en el que ellos iban a ser protagonistas siguieron comportándose con la naturalidad de quien ya ha aceptado a la cámara como a otro comensal. El juego siguió por cuatro años.
  Como en casi todas las casas, las paredes de la de nuestros padres conforman una especie de museo de historia familiar. Además de la cotidianidad que transcurre entre esas paredes, filmé los cuadros de mis abuelos que nuestros padres habían encargado pintar basándose en viejas fotografías y que desde mi infancia dan forma al recuerdo que guardo de ellos. Escarbé entre las cajas repletas de fotografías acumuladas durante décadas hasta encontrar las originales en las que se habían basado para pintar los retratos de sus padres. Esas imágenes a las que mis padres habían dotado de un nuevo significado en el proceso de escogerlas para pintarlas y enmarcarlas adquirieron otro nuevo al ser filmadas por mí, convirtiéndose en puente a través del cual el espectador les dotará de otro que resuene en su propia historia familiar.
  Entre tanto, mi padre se embarcó en la ingente tarea de digitalizar todas la fotos. Mi madre, en sacarlas de las cajas para ordenarlas en pilas de álbumes. En el proceso hubo nuevas bajas en la familia; por cada ausente mis padres iban añadiendo un nuevo cuadro a su museo particular. Me di cuenta de que todos estábamos enfrascados en distintas formas de un mismo empeño: rescatarnos del olvido.

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