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NOTAS DE LA DIRECTORA...
Desde chica me angustiaba mucho pensar en la muerte, que todo terminaría en ese momento, en ese cuerpo inerte, frío. Incluso me costaba dormir pensando en el ciclo de las cosas que ya no sirven, que no se reciclan, que pierden sentido.
En ese momento descubrí que yo quería trascender, vivir en mi obra y siguiendo ese camino encontré una forma de mantenerme viva en el tiempo, a través del cine. Ahora pienso que cuando me muera voy a dejar mis películas y quizás logre que mi espíritu viva en el recuerdo de algunas personas a través de ellas.
Dentro de esta lógica emocional en el año 1998 descubrí a Ada Falcón, una hermosa mujer, joven, con una voz maravillosa, talentosa, millonaria, que deja todo lo que le ofrece comodidad y un mundo material y se entrega a su vocación religiosa convirtiéndose en monja franciscana. Diez años después descubrí a Gilda y entonces me pregunté qué conexión existe entre estas dos mujeres, que a simple vista parecen no tener nada en común.
La respuesta a eso llegó tiempo después y es que estas dos mujeres dejaron todo por un ideal, son mujeres que están dispuestas a luchar hasta las últimas consecuencias por un objetivo, por alcanzar la felicidad, por no morir en el olvido, por trascender. Ada desde su entrega y su amor por Dios y Gilda desde sus letras, sus canciones.
A las dos las une una enorme espiritualidad y un gran amor. Ese amor es contagioso en la gente que las sigue y las admira y en mi caso, antes de amar a Gilda como la amo hoy, creía que ella era una mujer que había logrado su objetivo de ser una popular cantante de cumbia, que había tenido un final trágico en el mejor momento de su carrera y que a partir de ahí su público empezó a hablar de los milagros que ella profesaba, pero nada sabía sobre la mujer que se esconde detrás del mito, sobre Miriam Alejandra Bianchi.
Comencé a investigar y descubrí que esta mujer, defendió, lucho y murió por un ideal, el de ser alguien en la vida, el de dejar una huella, un rastro, el de “no morir con las manos vacías” como ella decía. Gilda había sido maestra jardinera, provenía de una familia de clase media, vivía en una casa de un barrio acomodado.
Luego se casó y se dedicó al cuidado de sus dos hijos pequeños, hasta que decidió que su vocación verdadera era ser cantante y para acercarse a ese objetivo empezó a cantar en un grupo de cumbia y se sumergió en un mundo completamente ajeno a ella y a sus gustos musicales.
Gilda pelea contra el racismo de su familia, el machismo de su marido y el rechazo de la gente de la bailanta que en un primer momento critican su diferencia social y su auténtico estilo.
Pero Gilda a pesar de todas las trabas y obstáculos que se le presentan, sigue adelante y logra imponerse.
Hoy a punto de cumplirse 20 años de su muerte, yo quiero contar su historia, la de una mujer que lucho para que no se la olvide, una mujer que logró trascender en el tiempo por medio de sus canciones y ahora que lo pienso, también lo hace a través de esta película.