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SINOPSIS
Iris lo tiene todo: un marido maravilloso, dos hijas perfectas, un negocio exitoso… pero nula vida sexual. ¿Cuándo fue la última vez que hizo el amor? Quizá haya llegado el momento de explorar...
INTÉRPRETES
LAURE CALAMY, VINCENT ELBAZ, JONATHAN DARONA, SUZANNE DE BAECQUE, NICOLAS GODART, CHRISTOPHE GRUNDMANN, SYLVAIN KATAN, SOFIANE KHELLADI, REMY LAQUITTANT, LAURENT POITRENAUX, ISMAËL SY SAVANÉ, ALEXANDRE STEIGER
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SOBRE LA PELÍCULA...
Hay una reivindicación, muy legítima, que cada día suena más alto: ¡el deseo femenino existe! Y su apogeo no solo está en la hermosa juventud, también después continúan la atracción, las ganas, la pasión, la diversión... Iris es un reflejo de todas las mujeres que, como ella, asisten asombradas al declive de su sexualidad. Pero ella está radiante, su energía es arrolladora, sencillamente ha de quitarse la capa de invisibilidad y redescubrirse, probar, atreverse...
La cineasta francesa Caroline Vignal pone en el centro esta demanda colectiva de las mujeres maduras en el que es ya su tercer largometraje. Tras el éxito cosechado con Vacaciones contigo... y tu mujer, film que conquistó al público con más de 700.000 entradas vendidas, irrumpió con sorpresa en el Festival de Cine de Cannes y recibió ocho nominaciones a los Premios César, Caroline Vignal vuelve a contar con Laure Calamy que, por cierto, se llevó el de Mejor Actriz precisamente por aquella primera aventura juntas.
Calamy es uno de los rostros más reconocidos del cine francés, especialmente después de su papel en A tiempo completo, por la que fue premiada en el Festival de Venecia, pero el César se le había resistido hasta en cuatro ocasiones antes. Con este nuevo film, ha vuelto a conquistar a la crítica de su país con una interpretación, dicen, “brillante”, que destaca a este personaje “pícaro y divertido”, una mujer “risueña y desinhibida, irresistible”, “un cuento contemporáneo con un tono travieso y cándido”, relatado “sin cinismo ni crueldad”. Y de nuevo el público lo corrobora con más de 300.000 espectadores en sus primeras semanas en la cartelera de Francia, donde Iris, sigue presente.
NOTAS DE DIRECCIÓN...
Todo ocurrió hace cuatro años. La última vez que había visto a mi amiga Juliette acababa de superar una separación: su marido le había abandonado de la noche a la mañana tras veinte años juntos. Juliette tenía entonces 51 años, la edad a la que algunos piensan que las mujeres somos invisibles. Pero aquella noche, en aquella fiesta, fue la única a la que vieron. Unos días después, Juliette me habló de lo que le había pasado durante los meses que habíamos estado sin contacto. Al verla consumirse, una amiga le había animado a inscribirse en un sitio web de citas. “Es como si con un clic tuvieras acceso a un mundo paralelo, un mundo invisible”, se rió. “¡La ciudad de los hombres!”. Me habló de los likes, que le habían dado ánimos cuando se rompió la pierna, de las “fotos-pene” que seguían llegando mientras ella trabajaba, de las citas a la luz de la luna, de la juventud recién descubierta, del amante bailaor flamenco 15 años menor que ella con el que fumaba porros por las tardes... “It’s raining men!”, decía eufórica. Aquella tarde nació mi película: ¡y ya tenía su canción!
Cuando llegué a casa, abrí el ordenador.
Como todo el mundo, había oído hablar de Tinder y compañía, y tenía amigos que se habían conocido así, pero cuando yo había ido a buscar, la curiosidad nunca me había llevado más allá del portal de bienvenida. Para pasar al siguiente nivel había que mojarse, es decir, ¡crearse un perfil! No había elección.
En la casilla “Mi resumen”, escribí “Curiosa”. Abrí la caja de Pandora y durante los meses siguientes lo archivé todo: las fichas de los hombres con los que entré en contacto, los chats que mantuvimos en la aplicación o por WhatsApp, las fotos que recibí... Fue divertido, fascinante, a veces perturbador.
Pero, ¿cómo recrear la experiencia de los sitios de citas, donde la mayor parte de la acción se desarrolla en la pequeña pantalla de nuestros teléfonos móviles? ¿Cómo podemos compartir con los espectadores la adrenalina de los chats, que pueden parecer banales y a menudo incluso desalentadores en apariencia, pero que nos mantienen en vilo mientras esperamos febrilmente el siguiente mensaje? ¿Cómo compartir la sensación estimulante de que la aventura está a la vuelta de la esquina o al final de la línea 6 de Metro?
Ver la serie Euphoria me tranquilizó. Sus jóvenes protagonistas envían mensajes de texto, encorvados sobre sus teléfonos móviles; compartimos la emoción, la expectación, la alegría, la decepción que cruza sus rostros, y al pie de la pantalla, como en una película en VO, los subtítulos nos dan acceso a los mensajes intercambiados. El proceso es sencillo, pero el poder de la palabra escrita, del silencio, del ritmo con el que aparecen los mensajes es total y directo. Lo utilicé en las secuencias de chat, puntuadas por el “Bzzzz” más o menos agresivo de la vibración del teléfono, con cada mensaje recibido. Para transmitir la sensación de invasión que pueden sentir las mujeres que se inscriben en un sitio de citas, también se me ocurrió la idea de escenas en las que los hombres de la aplicación se materializan, en el metro, por ejemplo.
Lejos de la ultracontemporaneidad de la serie Euphoria, dos películas me acompañaron cuando escribía el guion de Iris y los hombres: la primera era El amante del amor de François Truffaut, que me ayudó a encontrar el ritmo y el movimiento de la historia. Debía evitar las trampas de una película de sketches, que Truffaut consigue sortear magníficamente gracias en parte a la inquietud y la profundidad de la interpretación de Charles Denner. Y por otro lado, Belle de Jour, de Luis Buñuel. Como Séverine (Catherine Deneuve), Iris obedece a un deseo que la supera. Nunca se siente culpable, sólo saca provecho de sus aventuras.
En Belle de jour, Pierre (Jean Sorel), el marido, es una representación irónica del yerno ideal de los años sesenta: guapo, rico, enamorado, sin un pelo fuera de su sitio, con un pijama almidonado...
Stéphane, en mi película, es un poco como el marido perfecto de nuestro tiempo: él también es guapo, pero el teletrabajo le permite ir por ahí en camiseta y espaciar sus visitas a la peluquería; es guay, quiere a sus hijos y, a primera vista, a su mujer. Entonces, ¿cómo se explica la abstinencia que corroe a esta pareja desde hace años? ¿Por qué Iris redescubre su libido con hombres que, según los criterios habituales, no son rivales para su marido? ¿Significa la monogamia el fin del deseo, como afirma una de las citas de Iris? Iris está salpicada de escenas de intimidad.
Es el tema de la película, ¡y no podía evitarlo!
Pero, ¿cómo filmar la sexualidad en una comedia, una película para el gran público?
La elección de la elipsis (estamos antes y/o después, pero abandonamos la escena en el momento del coito) no es una elección hecha por defecto; creo que me permite alcanzar una cierta verdad, escapar de la convención de las “escenas de cama”, tan trilladas que no cuentan nada. Quería contar cómo es estar desnudo con un desconocido, en la cama, a la edad de Iris, digamos que bien entrada en los cuarenta. Al principio de la película, Iris no tiene mucho que contar. Pero a medida que avanza, va adquiriendo confianza en sí misma y se muestra más dispuesta a buscar el placer dondequiera que se encuentre. Los hombres, en cambio, presumen en sus pantallas o con un cóctel en la mano, pero se amedrentan una vez que están entre la espada y la pared...
Los hombres que conoce Iris también luchan contra sus deseos, sus frustraciones y su soledad.
Iris es una comedia, un género que quiero explorar de película en película, entre otras cosas porque me permite abordar temas e ideas que espero que sean un poco subversivos, sin asustar a la gente ni excluirla.
La comedia casi siempre significa un final feliz... ¡Y menos mal, porque me encantan las comedias de segundas oportunidades! Para mí, terminar con un reencuentro matrimonial no es salvar la moral, ¡es negarse a castigar a Iris! Sin drama, sin arsénico: Iris no es Emma Bovary. No se la castiga.
Cuando le di el papel de Antoinette en mi última película, encontré en Laure Calamy una aliada extraordinaria, un alter ego. Pero no la vi inmediatamente como Iris. Contenida al principio de la película, Iris es una mujer consumada, al menos en apariencia, instalada en una vida privilegiada, que marca todas las casillas de la burguesía. Laure nunca había interpretado un personaje así.
Con el diseñador de vestuario, el peluquero y el maquillador de la película, intentamos darle un aspecto clásico, pasado de moda, muy acertado. Pero el vestuario de Iris evoluciona a medida que el personaje se abre, cobra vida, recupera su deseo. Iris rejuvenece. Teníamos que sentirlo, teníamos que verlo. Laure se prestó al juego con entusiasmo y generosidad.
El cuerpo y el rostro de Laure son para mí como un manifiesto. No corresponden a las normas que el cine, la televisión y la moda nos imponen desde hace décadas. Sé que está ayudando a las mujeres a aceptar su imagen.
Pero lo que ven los hombres que conoce Iris, y lo que vemos nosotros, es una mujer magnífica, arrolladora, infinitamente deseable. De una escena a otra, encara a una mujer madura, con la vida encarrilada, que ha renunciado prematuramente al amor, a una joven en plena juventud, una mujer adulta en plena posesión de sus facultades sexuales.
En la primera parte de la película, Iris es todo contención y Laure tuvo que aceptar frenar sus impulsos. Yo no tenía dudas: sabía que nunca nos aburriríamos viendo su cara, siempre atravesada por mil escalofríos... ¡y que nuestro placer como espectadores sería aún mayor durante las secuencias en las que ella podía explotar su vena cómica!
Frente a ella, yo creo que los actores de la película se contagiaron de esta generosidad, de su placer de actuar y su genio para la comedia. Elegir a Vincent Elbaz para interpretar a Stéphane fue, ante todo, una decisión “superficial”, necesitábamos a un guaperas absoluto. ¡Un gusto para el público femenino! Ahora en serio, era importante para mí que Stéphane fuera objetivamente atractivo: ayuda a espesar el misterio de la abstinencia en el seno de esta pareja. Pero más allá de su aspecto, Vincent Elbaz aporta profundidad al personaje; este marido tiene la inteligencia de dejar pasar la tormenta. Él es un “cornudo”, por utilizar una palabra que parece de otro siglo, pero nunca es una víctima.
Aunque queremos a Stéphane, y cuando Iris cruza la línea roja, creo que parte del público desea que lo pierda.
El último cuarto de la película toma prestados abiertamente los códigos de la comedia romántica, ¡e incluso el himno de las películas de amor!
Es delante del hombre que duerme a su lado cada noche donde Iris tenía más miedo de mostrarse desnuda... Espero que su reencuentro resulte conmovedor para el público. El giro final, como un “bueno, nadie es perfecto” wilderiano, sugiere que la puerta ya no está cerrada al resto del mundo...
“Creo que también tenemos que aprender a decir sí”, dice Iris en una secuencia clave de la película. Iris puede leerse como un manifiesto a favor del deseo y del encuentro; una narración voluntarista, deliberadamente optimista, que supera el miedo, la pereza, la cautela y la inercia que a veces nos mantienen bajo un paraguas, en un espacio cerrado en el que nos asfixiamos.
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