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Basada en una historia real -la del activista guatemalteco Jesús Tecú- y co-escrita con los cineastas Elías Siminiani y Francisco Vargas, la cinta se desarrolla en Guatemala en los años 80 durante los peores días de la guerra civil. Andrés (José Javier Martínez) tiene 9 años. Vive con Pedro González (Rafael Rojas), uno de los hombres que mataron a todas las mujeres y niños de su aldea. Andrés ha sobrevivido, pero tiene miedo. La esposa de Pedro, María (Patricia Orantes), también tiene miedo, miedo de salir de casa, miedo de perder a Andrés, a quien considera "su nuevo hijo"… hasta Pedro tiene miedo, miedo de sí mismo y de lo que el ejército le obliga a hacer. Andrés quiere huir, pero también quiere quedarse con su nueva familia... hasta que aparece su hermana.
Rodríguez conoció a Tecú la noche del estreno en Guatemala de Estrellas de la línea y él mismo le propuso que rodase este film. Según las palabras del cineasta sevillano, había oído muchas historias de niños robados durante las dictaduras o los conflictos bélicos, en Camboya, en Bosnia, en Argentina, en México… también en España. Era una historia universal, pero lo que me conmovía de esta era la determinación y la calidez de Jesús, podía imaginarlo con diez años, en medio de la sierra, compartiendo complicidades con aquella madre impostada, jugando a olvidar el miedo, inventando gigantes y fantasmas, niños como él. Me impactó su fortaleza y su tenacidad. Ya había metido en la cárcel a Pedro y a trece de sus compañeros, pero quería más, quería luchar contra un auténtico monstruo de mil cabezas: el ejército guatemalteco. Quería luchar por el fin la impunidad, por la memoria y la dignidad de las víctimas, su propia memoria y dignidad. En primer lugar pensé en rodar un documental, pero rápidamente cambié de idea, prefería enfrentarme a su historia desde la ficción y luego rodar el documental como dos caras de la misma moneda.
Fue un rodaje vivo y muy libre, un equipo pequeño, guerrillero, unos actores comprometidos, la montaña… y mucho tiempo. Época de lluvias, esperar los instantes, la luz apropiada, la dureza del barro y la niebla… y mucho tiempo. Improvisar, jugar, buscar la ternura y la luz en los momentos de un rodaje sin ataduras que permitió a los actores transpirar verdad.