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SINOPSIS
Narra los acontecimientos que dieron lugar a la infame Masacre de Peterloo de 1819, donde una manifestación pacífica a favor de la democracia en el campo de San Pedro en Manchester se convirtió en uno de los episodios más sangrientos y notorios de la historia británica. La masacre vio a las fuerzas del gobierno británico cargar contra una multitud de más de 60.000 personas que se habían reunido para exigir una reforma política y protestar contra el aumento de los niveles de pobreza...
INTÉRPRETES
RORY KINNEAR, MAXINE PEAKE, NEIL BELL, PEARCE QUIGLEY, DAVID MOORST, RACHEL FINNEGAN, TOM MEREDITH, SIMONA BITMATE, ROBERT WILFORT, KARL JOHNSON, SAM TROUGHTON, ROGER SLOMAN, KENNETH HADLEY, TOM EDWARD KANE
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CRITICA
BANDA SONORA
CÓMO SE HIZO
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PREMIERE
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PASO A PASO...
Después de veinte años de guerra en Europa, la Francia de Napoleón Bonaparte es finalmente derrotada en la batalla de Waterloo por el ejército aliado liderado por los británicos bajo el mando del duque de Wellington, junto a las tropas prusianas dirigidas por el mariscal de campo Blücher.
En el campo de batalla de Waterloo, Joseph, un joven soldado que toca el clarín, se encuentra en medio de la devastación. Se escuchan explosiones y armas por todas partes. Más tarde, los soldados que han sobrevivido comienzan a intentar regresar a casa. Joseph es uno de ellos.
En Londres, el primer ministro Lord Liverpool, presenta una moción al Parlamento para recompensar al duque de Wellington, el vencedor de Waterloo, con la asombrosa suma de 750.000 libras esterlinas que se aprueba de manera unánime.
El general Byng, el subordinado del duque de Wellington, visita al ministro del Interior, Lord Sidmouth, quien, en reconocimiento al servicio del general Byng, lo nombra comandante del Distrito Norte. Sidmouth explica que Manchester y las ciudades circundantes de Lancashire están sufriendo la peligrosa amenaza de disturbios, y su subsecretario permanente, el Sr. Hobhouse, proporciona a Byng información sobre la actividad rebelde en el Norte.
Todavía vestido con su uniforme, Joseph regresa a Manchester. Agotado por el viaje y traumatizado por la batalla, rompe en llanto en brazos de su conmocionada madre.
En una de las muchas casas de las fábricas de algodón en Manchester, el padre de Joseph, Joshua trabaja entre las ensordecedoras máquinas de tejer. Casi toda su familia trabaja allí; sus otros hijos adultos, Robert y Mary, así como la esposa de Robert, Esther.
Después del trabajo, la familia - Nellie, Joshua, Robert, Mary, Esther, la beba Sarah y el joven George - observan a Joseph dormir en un banco de la cocina. Cuando Joseph se despierta, es obvio que no ha estado en casa por mucho tiempo; George ya no es un bebé, y Sarah no había nacido cuando él se fue a la guerra. Su familia le pregunta si estuvo en Waterloo, pero él es incapaz de responder la pregunta. Está claro que el chico que fue a la guerra no es el mismo que regresó.
Nellie se gana la vida vendiendo tartas caseras en un concurrido mercado y comercia con otros dueños de puestos, incluida una vendedora de huevos, con quien intercambia una tarta por huevos.
Una mujer sin hogar se sienta en una puerta y canta sobre los problemas de los pobres y el mercado en baja.
El tiempo ha pasado y la beba Sarah, que acompaña a Nellie al mercado que alguna vez fuera muy concurrido, ahora es una niña. La vida se ha vuelto más dura desde la última vez que vimos a su familia. Nellie se dirige a la vendedora de huevos, pero ahora sólo puede negociar la mitad de los huevos que una vez habría recibido por un pastel. Joseph, que aún usa su uniforme, no puede encontrar trabajo.
La familia se sienta en la cocina y habla sobre la posibilidad de que las fábricas vuelvan a recortar personal el próximo mes. Desde el final de la guerra, los pobres han tenido que afrontar un impuesto al pan: ha habido una mala cosecha, y la escasez de maíz ha provocado un alza de precios, malas noticias para todos, excepto para los agricultores. El Gobierno (muchos de los cuales son propietarios de tierras) ha restringido la importación de otros países para proteger los precios. Estas son las Leyes del Maíz, que deberían haber ayudado a la clase trabajadora pobre, pero en realidad ha empeorado las cosas. Nellie observa la pequeña cantidad de dinero que la familia ha acumulado y la divide entre todos.
La canción de la dama en situación de calle comienza de nuevo, contando la historia de la clase obrera trabajadora que sufre y se muere de hambre.
En la Corte de Magistrados del reverendo Charles Ethelston, una anciana está en el banquillo de acusados. Fue encontrada ebria en la bodega de su amante y ha sido acusada de haber cometido el delito de robar dos botellas de vino. Su defensa, que mientras estaba en el ático un fantasma la miró y del susto la hizo retroceder a la bodega, provoca la burla del magistrado, quien la amenaza con un veredicto de siete años en la Bahía de Botany. Ella suplica y en cambio es sentenciada a un castigo de 14 días en prisión.
El reverendo William Hay preside la sentencia de un trabajador que está siendo juzgado en un tribunal por el cargo de robar un costoso reloj de bolsillo de plata de una tienda de artículos de mercería en Manchester. El hombre insiste en que el reloj de bolsillo es suyo y le dice al magistrado que lo ganó en un juego de cartas en una casa pública. No recuerda cuándo se llevó a cabo el juego y, como el reloj tiene grabado el nombre del propietario de la tienda de artículos de mercería, el reverendo Hay recomienda enviarlo a Australia durante 14 años como castigo.
En un tercer tribunal, otro hombre ha sido acusado de robarle un abrigo a su amo. Explica que no lo robó sino que lo tomó porque su amo tenía dos abrigos y él no tenía ninguno y necesitaba uno. Él no sabe leer y no conoce los mandamientos del Señor, pero se declara reformador, un radical de la clase trabajadora que busca abolir la monarquía. (Los reformistas más moderados simplemente desean lograr el sufragio universal en un país donde sólo el dos por ciento de la población puede votar). Viste el abrigo en cuestión en la corte, entonces el magistrado, el coronel Ralph Fletcher, le ordena que se lo quite, cosa que hace pero protestando. El magistrado declara que recomendará que el acusado sea ahorcado.
Después del juicio, el coronel Fletcher recibe la visita de un misterioso hombre, un espía llamado Chippendale, que le informa sobre la reunión de un reformista que tuvo lugar ese día. Joseph, Robert y Joshua están presentes en la reunión. El jefe de policía suplente Nadin, que es el subcomisario de Manchester, y Chippendale también están allí para espiar.
En la reunión, John Saxton habla con elocuencia e insta a los asistentes a que alienten a sus familias a unirse a su causa. A éste le sigue John Knight, quien les dice a todos que está solicitando la reforma constitucional de la gente en la Cámara de Diputados. Se envió una solicitud a los representantes municipales para pedirles que consideren la posibilidad de solicitar a la Cámara de Diputados que derogue las Leyes del Maíz, sin embargo, los agentes de la ciudad hasta ahora se han negado a responder. Knight, quien ha sido arrestado en dos ocasiones en su afán de reforma, continúa diciendo que un gran número de reformistas están siendo encarcelados y luego enumera una serie de enmiendas que deben hacerse a la constitución, incluido el derecho al sufragio y la celebración de elecciones anuales. Al final de su discurso, el Dr. Joseph Healey de Oldham, Lancashire y Samuel Bamford de Middleton coinciden en voz alta con Knight.
Al regresar a casa, los hombres informan a las mujeres sobre las noticias de la reunión.
Durante otra reunión de Reformistas, está más radical que la anterior, Chippendale también está presente. Tres reformistas hablan en esta ocasión: John Johnston, que le suplica a Dios que llueva sobre las tierras, y otros dos, John Bagguley y Samuel Drummond, que discuten la Declaración de Derechos de 1689 que aseguraba que el Parlamento permaneciera soberano. Como parte del proyecto de ley, el Parlamento paga al rey dos millones de libras esterlinas por año y al príncipe regente, un millón quinientos. La única opción que tiene la clase obrera es solicitar al príncipe regente que exija una representación justa, adecuada y completa para todos los ingleses. Si no hay respuesta del príncipe regente, planean presentársela al rey, y si éste no responde, le dicen a la multitud que pueden encarcelar al rey y a toda su familia. John Saxton se opone y pide a John Knight que intervenga. Débilmente, Knight agradece a los oradores por su discurso apasionado, pero afirma que no está de acuerdo con la idea de que el encarcelamiento del rey promovería la causa. Johnston sale de la reunión y le transmite los detalles al jefe de policía suplente, Nadin, que espera en la puerta. La reunión llega a su fin.
Robert y su padre le cuentan al resto de la familia sobre la reunión y que Bagguley, Drummond y Johnston planean viajar a Londres para presentar una petición al príncipe regente. Las mujeres de la familia permanecen escépticas.
Los magistrados locales, el coronel Ralph Fletcher, el reverendo William Hay, James Norris y el reverendo Charles Ethelston hablan sobre la situación de la reforma con Chippendale y el jefe de policía suplente, Nadin, también está presente. Todos concuerdan en que no pueden encarcelar a todos, a pesar de su deseo de hacerlo, y exclaman que el público ignorante no sabe lo que quiere. Un solo magistrado, James Norris, propone que tal vez si se les entregara un chelín adicional por semana, su hambre se aliviaría y la inquietud cesaría, pero inmediatamente los demás magistrados rechazan la moción. Discuten si hay evidencia de que los reformistas estén incitando a la gente a la insurrección, pero Chippendale informa que no hay pruebas de que los reformistas estén armados. Nadin está convencido de que sí hay evidencia de ello; que sólo deben prestar atención.
El reverendo William Hay le escribe una carta al ministro de Interior, en la que le informa que los problemas que se están gestando en el Norte tienen un propósito más peligroso que simplemente el voto por el trabajador. Afirma que grandes cantidades de personas están cerca de la rebelión, con la esperanza de un tribunal republicano.
El reverendo Charles Ethelston lee febrilmente en voz alta una carta que ha redactado para el Ministerio del Interior sobre la codicia de la clase trabajadora a favor de un salario mayor por menos trabajo y el modo en que las reuniones de los reformistas (organizadas por John Bagguley) están atrayendo cada mes más gente. El número de asistentes ha aumentado enormemente y los declara un grupo impío que habla no sólo de reforma sino de destrucción.
Ambas cartas viajan en el carruaje del Correo Real a Casa Central. Los enriquecidos números preocupan a Sidmouth y Hobhouse, quienes hablan de cortar la cabeza del líder, en este caso la de John Bagguley. Hobhouse dice que deben ser brutales pero cautelosos, para que los disturbios no se extiendan por toda la tierra.
En otra parte de Londres, Henry Hunt, un gran orador, se dirige a una reunión llena de reformistas. Ofrece un discurso apasionado sobre la urgente necesidad de una reforma electoral. Después de la reunión, Samuel Bamford y Joseph Healey lo abordan y lo invitan a tomar una copa, pero él no acepta.
“Richards”, un espía, va a la Oficina Central y se ofrece a ayudar a Lord Sidmouth y Hobhouse con contactos en el Norte, por un precio. Más tarde lo vemos reportando al general Byng en su finca.
El príncipe regente habla a la Cámara de los Lores e informa al Parlamento que no hay cambios en la condición de su padre, el rey George. Agradece a los Lores por su continuo apoyo para defender la ley y el gobierno ‘perfectos’ de la nación. En el camino de regreso al palacio, es atacado por un hombre que lanza una papa a través de la ventana de su carruaje. Lord Sidmouth describe este evento en la Cámara de los Lores como un ataque vicioso contra Su Alteza Real, ya sea con una piedra o una pistola de aire. Por lo tanto, se suspende el hábeas corpus, lo que significa que cualquier persona en el país puede ser arrestada o detenida sin cargo alguno.
John Saxton, John Knight, Joseph Johnson y James Wroe se reúnen en las oficinas del periódico Manchester Observer para discutir qué imprimir en respuesta a la suspensión del hábeas corpus. Quieren asegurarse de que el público entienda lo que esto significa. Samuel Bamford y Joseph Healey se unen a ellos y hablan sobre su visita a Londres y el poder del discurso de Henry Hunt. Si bien éste es un terrateniente y un caballero, todavía está luchando por la reforma. Proponen la idea de que Hunt venga a Manchester para brindar un discurso como parte de una reunión pública en St Peter's Field, organizada por el Manchester Observer y la Manchester Patriotic Union.
Entonces, Joseph Johnson le escribe una carta invitándolo a Manchester a hablar en esta reunión pública. La carta es interceptada por el Ministerio del Interior, quien se la muestra a Lord Sidmouth. No pueden prohibir la reunión, pero no quieren que Hunt aparezca por temor a que sea un polvorín que encienda el malestar de todo el Norte. Se ponen en contacto con el general Byng y le indican que incremente sus fuerzas y que los magistrados locales deben mostrar la mayor moderación al enfrentar la situación.
La Sociedad de Mujeres Reformistas de Manchester se reúne para confirmar la reunión de St Peter’s Field. Después de un malentendido inicial, Mary Fildes, la presidenta, les dice que planean apoyar a los reformistas masculinos.
La familia de Nellie habla sobre la reunión que está programada para el lunes, lo que significa que ninguno de los que asista podrá ir a trabajar ese día. Se preguntan si, en caso de asistir, serán despedidos. Nellie está preocupada por Nadin y los otros agentes, pero escucha que está destinada a ser una marcha pacífica.
‘Richards’ se encuentra con John Bagguley en un túnel. Afirma que es un radical como John y trata de incitarlo a la violencia. Se anuncia a sí mismo como Oliver.
En una reunión al aire libre, ‘Richards’, también conocido como Oliver y Nadin, observan mientras John Bagguley habla a los asistentes. A éste le sigue Samuel Drummond quien les dice que ahora es el momento de actuar.
Los aldeanos cantan “Libertad o Muerte” antes de que John Johnston tome la palabra, y luego les dice que es hora de castigar al príncipe regente y al rey loco quitándoles la cabeza. Les dice que se armen con pistolas y espadas.
Nadin y sus agentes encarcelan a Samuel Drummond, John Johnston y John Bagguley, arrastrándolos a las celdas y golpeándolos violentamente.
Henry Hunt llega a Manchester el día anterior a la reunión y es recibido por Joseph Johnson, del Manchester Observer, John Knight, John Saxton y su esposa Susannah, quien es secretaria de la Sociedad de Mujeres Reformistas de Manchester. Le informan que la reunión se ha pospuesto para la semana siguiente, y éste se enfurece. John Knight explica que la reunión tenía la intención de considerar la idea de elegir a un representante parlamentario para Manchester (actualmente sin uno), pero los magistrados pensaron que la reunión celebraría una elección ilegal, en lugar de simplemente discutir la posibilidad de una en el futuro.
Hunt los reprende, su asistencia estaba supeditada a que no se mencionara una elección ilegal. Explica que no puede quedarse en Manchester una semana. Johnson le suplica recordándole que hay miles de personas ansiosas por escucharlo hablar y que su presencia inspirará tranquilidad y orden, lo que parece tener un impacto en Hunt, que a su vez advierte que si pasa más de una noche en un hotel, el lugar pronto será invadido por espías. Como alternativa, acepta de mala gana alojarse en casa de Johnson y su esposa.
Mientras la brutal caballería local anti-radical prepara sus armas, el coronel Guy L’Estrange visita al general Byng, su adjunto. Byng le informa que es probable que no pueda asistir a la reunión en la explanada St Peter’s Field.
El general Byng se reúne con el magistrado reverendo Charles Ethelston, el reverendo William Hay, el coronel Ralph Fletcher y James Norris para discutir el desorden civil. Les dice que muestren precaución y que se abstengan de cualquier acto repentino e irreflexivo. La presencia de las fuerzas civiles y militares debería ser suficiente para disuadir cualquier motín, pero los magistrados no están de acuerdo y les preocupa que el público siga a sus hermanos franceses en la revuelta. Para consternación de los magistrados, el general Byng les informa que no puede garantizar su presencia ese día, pero que tiene la mayor confianza en su diputado, el coronel L’Estrange.
De vuelta en su finca, el general Byng visita sus establos.
Confinado en la casa de Johnson hasta la reunión, Hunt posa para un retrato. Reicbe la visita de Samuel Bamford, que viene a preguntarle si deberían contar con un pequeño contingente de manifestantes armados. Esto está completamente en contra de los deseos de Hunt, quien dice que si alguien estuviera armado, incluso con una piedra, no dará ningún discurso. Bamford le dice que la caballería local estará armada, pero Hunt le advierte que cualquier acto de violencia podría significar el final no sólo de la reunión, sino del movimiento en general. Contarán con la presencia de mujeres y niños, y él ha hablado en otras reuniones con más de 100.000 personas, en las que no se ha desatado violencia alguna. Bamford está convencido de que debido a que están en Lancashire, donde a las autoridades no les preocupa la reputación de Hunt, las cosas serán diferentes, y le preocupa la seguridad de las personas, ya que las reuniones de esta naturaleza a menudo terminan en violencia. Hunt lo deniega y le dice a Johnson que Bamford debe ser vigilado hasta la reunión.
Hunt se reúne con los magistrados (el reverendo Charles Ethelston, reverendo William Hay, James Norris y el coronel Fletcher) que le aseguran que no hay cargos contra su nombre. Cuando se va, el coronel Fletcher le dice a los demás magistrados que debe ser aplaudido y James Norris le recuerda que sólo se necesita un momento para agregar el nombre de un hombre a una orden de arresto.
El día antes de la reunión, a Richard Carlile, un reformista de Londres, visita a Hunt en la casa de los Johnsons. Wroe y Knight habían invitado a Carlile a asistir a la reunión, pero no le habían informado a Hunt, quien se enoja por no haber sido consultado. Hunt le dice a Carlile, quien esperaba hablar en la reunión, que los oradores deben mantenerse al mínimo. Carlile trae consigo copias impresas de un discurso anterior de Hunt sobre la libertad civil y universal para distribuir en el evento, pero Hunt le advierte que el sufragio universal es el único mensaje que quiere transmitir en la reunión de Manchester, por lo que no se pueden utilizar esas impresiones. Carlile le pregunta a Hunt acerca de la posibilidad de violencia en la reunión, y Hunt se molesta aun más y corta a Carlile una vez más. Luego, Carlile le pregunta si tal vez podría permitirle viajar con él a la reunión y Hunt asiente y le dice que será su invitado.
La hija de Nellie, Mary, le asegura a su madre que la gran reunión del próximo día saldrá bien. Nellie comparte con su esposo sus esperanzas de un mundo mejor para la joven Sarah.
El día de la reunión, miles de personas vienen a Manchester de todas partes. Samuel Bamford ordena a su compañía, incluidas mujeres y niños, que se mantengan en fila y que no se permiten armas. Les recuerda que esta reunión es la más grande a la que hayan asistido.
Los hombres despejan el espacio en St Peter’s Field, se deshacen de las piedras y arman una plataforma con dos carros. Para la ira de los propietarios, las fábricas de algodón están paralizadas.
La familia de Nellie, incluidos los jóvenes George y Sarah, parten para la reunión. Vemos a sus vecinos unirse a la marea de personas, todas vestidas con su mejor ropa, camino a St Peter’s Field.
Los magistrados comen un abundante desayuno juntos, brindando por el rey y el país.
La caballería local, vestida de uniforme, ya está borracha, chocando una y otra vez sus vasos de cerveza.
Los húsares, otro grupo de soldados, se reúnen cerca.
Los magistrados llegan a una casa con vista a la explanada de St Peter’s Filed, a la que han enviado vino de antemano y desde la que pueden ver el gran número de personas que se ha congregado allí.
La familia de Nellie llega a la plaza y se encuentra con otra familia que ha caminado desde mucho más lejos.
Los magistrados discuten si deben convocar a la caballería inmediatamente, con la idea de que la multitud se disperse, o como uno de ellos aconseja, simplemente arreste a Hunt antes de que llegue.
Otro magistrado señala que la multitud está de buen humor y ha traído a sus esposas e hijos. Un tercero manifiesta que ellos son los superiores morales y que deberían derribar a la mafia. El reverendo Ethelston les dice que deben darle a Hunt la cuerda suficiente para que se cuelgue. Otros magistrados quieren dejar muy en claro que ellos son los responsables y no los radicales; quieren que Hunt se vea como que alienta a una masa crédula de personas a los disturbios. James Norris les recuerda a todos los magistrados las instrucciones del Ministerio del Interior: que la reunión debe llevarse a cabo, que deben dejar hablar a Hunt y que deben intentar intervenir únicamente si la multitud se dispone hacia un motín.
John Tyas, un periodista del London Times, se acerca a Hunt y su carruaje en su camino a la reunión y le pregunta si puede unirse al grupo en el podio.
De vuelta con los magistrados, Hulton y James Norris discuten sobre quién es el presidente del comité especial. Hulton le informa a Norris que el teniente lord de Lancashire le ha dado la autoridad en esta ocasión.
Mientras tanto en la plaza llegan los policías, encabezados por Nadin, y se abren paso a través de la multitud. Hunt y su séquito, incluyendo una tropa de músicos, llegan a la explanada. La familia de Nellie y Joshua se van separando.
Los magistrados son interrumpidos por un grupo de ciudadanos enfurecidos que exige saber qué pasará con la mafia. Les recuerdan que los magistrados tienen a su disposición los húsares y la caballería.
Hunt y su séquito bajan del carruaje y se dirigen al podio. Una señora mayor, que se ha desmayado, y un grupo de mujeres reformistas pueden usar el carruaje para descansar mientras está vacío. Hunt toma su lugar seguido por Johnson, Richard Carlile, John Knight, John Saxton y Tyas. La multitud ruge.
Mientras Hunt critica la ubicación del escenario dada la dirección del viento, Susannah Saxton y Mary Fildes, de la Sociedad de Mujeres Reformistas, también ocupan su lugar en la plataforma. Un joven reportero del Leeds Mercury se abre camino entre la multitud hacia adelante y es recibido a bordo por John Knight. Wroe, Healey y un Sr. Smith del Liverpool Mercury, también suben al escenario.
Samuel Bamford y su grupo finalmente llegan a la explanada de St Peter’s Field. Se abre camino hacia adelante, que se están llenando de gente, y cuando se acerca, Hunt le dice a Johnson que no quiere que Bamford esté allí. Bamford espera hablar antes o después de Hunt, pero Johnson le informa que sólo Hunt hablará hoy. En respuesta, Bamford le dice a Hunt que ha escuchado a Hunt hablar antes, así que en lugar de eso se dirigirá a la casa pública y descansará sus pies. Abandona el podio en un suspiro. Johnson presenta a Hunt a la multitud y, cuando comienza su discurso, el reverendo Ethelston comienza a leer en voz alta la ley de antidisturbios por la ventana, la cual debe ordenar que la asamblea general se disperse, excepto que ninguno de los integrantes de la multitud pueda oírlo. En el interior, el resto de los magistrados observa a Hulton escribir instrucciones para la caballería y al coronel L’Estrange, el suplente del general Byng. Arroja las misivas por la ventana a su hombre para despacharlas y luego escribe las órdenes de arresto de Hunt, Knight y Johnson.
Mientras tanto, Nellie y Esther mencionan que no pueden ver ni escuchar nada desde donde están.
El hombre de Hulton alcanza al coronel L’Estrange, y los húsares comienzan a dirigirse hacia St Peter’s Fields.
Los magistrados llaman a Nadin y Hulton le entrega las órdenes de arresto. James Norris le dice a Nadin que muestre moderación, lo que provoca la risa del resto de los magistrados.
Mientras Hunt ofrece su discurso, la caballería llega a la explanada, sables en alto. John Knight los ve desde la plataforma y advierte a Hunt que con su llegada, el evento no terminará bien. Baja del podio. Mientras Hunt habla, más personas descienden del escenario, y la caballería comienza a golpear a las personas con sus sables. Los vemos derribar a la gente mientras Hunt, inconsciente de la violencia que se ha desatado, le pide a la multitud que lo anime. Nadin se sube al escenario con la orden de arresto y arrastra a Hunt. En la confusión, Saxton se aleja de la multitud y luego se retira.
Johnson y Tyas también son arrestados. La caballería continúa abriéndose camino a través de la explanada, y el público se dispersa con miedo. Hunt, Tyas y Johnson son arrastrados por la multitud.
Mary Fildes es retirada del podio por un hombre y cortada por otro. Los policías maltratan a las mujeres reformistas. John Saxton es apuñalado.
Los húsares llegan y Hulton le grita al coronel L’Estrange que haga algo, que disperse a la multitud y que el público está atacando a la caballería. Los militares, algunos a caballo, otros a pie y armados con rifles, se alinean para comenzar a alejar a la multitud de la salida y dirigirse hacia el centro de la explanada. El público corre a través de cualquier brecha que pueda encontrar entre los húsares, algunos son atacados y golpeados mientras lo hacen, pero no hay otro lugar al que puedan ir. Los húsares comienzan a atacar al público con sus espadas, derriban a una mujer y a su bebé y luego pisotean al bebé con sus caballos. La masacre realmente ha comenzado.
Personas, mayores y jóvenes, son apuñaladas sin piedad.
Un aturdido Joseph, alejado del resto de la familia, se encuentra en medio de la matanza. Todavía lleva la chaqueta del uniforme. Es apuñalado por un hombre que pasa gritando ‘Soldado’. Joseph cae al suelo mientras los espectadores en pánico pasan corriendo junto a él. Nellie, Esther y Mary, y los dos niños pequeños corren hacia el cuerpo de él. Esther grita locamente llamando a Robert mientras sujeta a los dos niños a su cuerpo.
Un soldado se cae de su caballo y comienza a golpear furiosamente a mujeres y niños mientras pasa a su lado. Una de ellas es Mary. Los húsares atacan a los hombres con las culatas de sus armas; miembros del público intentan contraatacar, golpeando a los desvergonzados soldados en represalia.
La familia de Nellie, ahora reunida, escapa del lugar, Robert y Joshua cargan el cuerpo de Joseph.
Un soldado, al darse cuenta de que el público no puede escapar, comienza a exclamar “¡por vergüenza!”, pero nadie lo escucha.
En un hipódromo lejos de allí, el general Byng está atendiendo un asunto urgente, su caballo compite, aunque no tiene suerte.
La masacre ha terminado. Los cuerpos están esparcidos por la explanada. John Tyas ha sido liberado y les dice a Richard Carlile y James Wroe que habrá repercusiones por los hechos de hoy. Wroe describe el campo como una carnicería, y Tyas dice que irá a Londres de inmediato para informar los eventos con el último detalle atroz. Carlile y Wroe contemplan el campo de batalla, expresan que les recuerda a Waterloo, pero en St Peter’s Field, una masacre total. Ambos acuerdan describir los acontecimientos del día como “La Masacre de Peterloo” en las próximas ediciones de sus periódicos.
El primer ministro y el secretario de Interior visitan al príncipe regente y su consorte Lady Conyngham en una sala opulenta del palacio. Discuten sobre las circunstancias más lamentables en Manchester, dando cátedra sobre Arcadia, que fue amenazada, y el “cólera progresivo” de la revolución. El príncipe regente teme por su cabeza y les recuerda que el parlamento no puede ser rescatado por la multitud. Sidmouth y Liverpool aseguran al príncipe regente que el Gobierno no permitirá más insurrecciones. Cuando le pide a Lord Liverpool y Lord Sidmouth que transmitan a los magistrados su gentil agradecimiento por su conducta y su satisfacción por su pronta acción decisiva y efectiva, se olvida de dónde provienen los magistrados. Sidmouth y Liverpool le recuerdan que se trata de Manchester. Brindan por Inglaterra.
La familia está en el funeral de Joseph. Llueve. Además del sacerdote, ellos son los únicos allí.
ANTECEDENTES HISTÓRICOS...
El 16 de agosto de 1819 fue un día cálido y soleado en Manchester. A lo largo de la mañana, unas sesenta mil personas llegaron gradualmente a un espacio abierto llamado St Peter’s Field, que estaba ubicado en el extremo sur de la ciudad.
Algunos arribaron con sus familias, otros solos, pero la gran mayoría asistió en grupos altamente organizados. Vinieron no solo de los distritos alrededor de Manchester y Salford, sino de más lejos, de las ciudades de Lancashire, muchas de ellas marcharon a pie.
Aunque era lunes, casi todo el mundo vestía, por acuerdo, con su mejor ropa. Algunos grupos, compuestos únicamente por mujeres, vestían de puro blanco. El ambiente general era digno, disciplinado, relajado, de buen humor, amistoso, incluso festivo. Participaron un gran número de bandas y se cantó mucho.
Muchos portaban pancartas con frases relacionadas con la reforma parlamentaria y electoral, el sufragio universal y la representación equitativa, y el famoso gorro rojo de la libertad se mostraba en la parte superior de muchos postes de pancartas. Y, nuevamente por acuerdo, muy pocos portaban algún tipo de arma.
Para esto fue una manifestación pro democracia pacífica, cuidadosamente planificada, motivada por la falta total de representación en el Parlamento, además de un nivel de pobreza sumamente inaceptable entre los trabajadores como estos tejedores e hilanderos y otros trabajadores de las fábricas de Lancashire.
El objetivo de hoy era comunicar su difícil situación y sus demandas a las autoridades de Londres: el Gobierno y el decadente príncipe regente (que pronto será el rey Jorge IV, puesto que su padre, el anciano y loco Jorge III, morirá pronto).
Para las dos de la tarde, esta reunión bien intencionada se convirtió en lo que se consideraría para siempre como uno de los episodios más sangrientos y notorios no sólo en la historia británica, sino en la historia de la democracia y la libertad del mundo, y la lucha por los derechos básicos del ciudadano.
En cuestión de días, un periodista local, invocando la gran batalla de Waterloo que se llevó a cabo cuatro años antes, apodó los eventos de ese día espantoso “La Masacre de Peterloo”, y desde entonces es por ese nombre evocador que se conoce aquel desastre.
Ciertamente fue una masacre. Al menos 15 personas, entre ellas una mujer y un niño, murieron a causa de cortes de sable o fueron pisoteadas. Y más de 600 hombres, mujeres y niños resultaron gravemente heridos.
En un momento de mayor tensión política y protestas masivas, el gobierno de Lord Liverpool, considerado hasta la fecha como el más represivo que sufrió Inglaterra, creía que estaba a punto de estallar una rebelión nacional, en imitación a la sangrienta Revolución Francesa veinte años antes.
En todo el país, ciertamente en las zonas urbanas en crecimiento, se había gestado un resentimiento masivo por el hecho de que sólo el 2% de la población tenía derecho al voto, y había una enorme frustración ante las malvadas Leyes del Maíz que, para proteger a los terratenientes ricos, prohibieron la importación del grano extranjero económico, por lo que el pan estaba demasiado caro para los pobres.
Frente a todo esto, el gobierno había estado restringiendo las actividades de los reformistas por un tiempo, encerrándolos indiscriminadamente, suspendiendo el hábeas corpus (la Ley del Parlamento que garantiza que nadie puede ser encarcelado ilegalmente) y utilizando una red insidiosa de espías y agentes provocadores.
La revolución industrial estaba en marcha, y los gobernantes de Londres consideraban que la población urbana del norte de Inglaterra era especialmente amenazadora, sobre todo en Manchester, que ahora era la capital de la industria del algodón.
Los ricos propietarios de las fábricas de Lancashire estaban en conflicto con sus trabajadores por los salarios y las condiciones laborales, que recientemente se había convertido en huelgas. Naturalmente, los propietarios, junto con muchos hombres de negocios de clase media, se opusieron con vehemencia a cualquier expresión de radicalismo o reforma, al igual que las autoridades locales, sobre todo los magistrados.
Estos guardianes de la ley y el orden local estaban paranoicos al igual que el Gobierno con respecto a la amenaza de la inminente revolución nacional, y en las semanas previas al 16 de agosto, mantuvieron una comunicación constante entre ellos y el secretario del Interior en Londres, Lord Sidmouth.
Era ampliamente sabido que, en preparación para el día, se llevaban a cabo reuniones al aire libre en las ciudades y en los páramos, que los veteranos del ejército británico, algunos de los cuales habían luchado en Waterloo, estaban entrenando a grupos de manifestantes sobre cómo marchar de manera ordenada. También las bandas practicaban, con tambores y flautas.
Se debatía sobre si la reunión pública propuesta era ilegal. Los magistrados, en contra del consejo del Ministerio del Interior, consideraban que no era legal y tenían la intención de prohibirlo.
De la media docena de jugadores clave que debía comparecer ante la multitud ese día, la estrella de turno era el carismático Henry “el orador” Hunt. Éste era un próspero agricultor de Wiltshire, un defensor comprometido con la reforma parlamentaria radical y el promotor clave del movimiento de concentración de masas. Sus enérgicos discursos en reuniones sumamente masivas en Londres, que sumaban más de 100.000 personas, inspiraron a algunos reformadores de la clase trabajadora de Lancashire. Su brillante descripción de él había llevado a su invitación a Manchester.
A medida que se acercaba el 16 de agosto, Hunt, al darse cuenta de la creciente paranoia de las autoridades de Manchester, solicitó que las personas que asistían a la reunión mostraran calma y decoro. Pero el miedo y la paranoia estaban muy arraigados, y mientras la gente planeaba una manifestación pacífica, las autoridades se preparaban para una rebelión y caos.
Bajo el mando de Sir John Byng, otro veterano de Waterloo y ahora comandante del Distrito del Norte, una fuerza militar compuesta por 1000 hombres, incluidos los húsares y la infantería, se reunió en Manchester. Además, había tropas de caballería, regimientos civiles extraídos de las filas de los propietarios de tiendas y molinos locales y 400 agentes especiales.
La facción más hostil a los reformistas, la caballería de Manchester y Salford recientemente formadas, había hecho afilar 67 sables especialmente, y Byng había pedido y recibido del duque de Wellington dos cañones de seis libras tirado por caballos, el cual había exhibido con ostentación en el día de mercado de Manchester. Byng no estaría presente ese día, ya que prefería permanecer en su sede en Yorkshire, mientras que los testigos oculares describieron la caballería de Manchester y Salford como embriagados.
Llegó el fatídico día. Los magistrados, dirigidos notablemente por el relativamente inexperto graduado de Oxford de 29 años llamado William Hulton, se reunieron para desayunar en una posada, luego fueron a una casa particular en el lado este del St. Peter's Field y observaban nerviosamente desde una ventana cómo las masas se congregaban.
Finalmente, Hunt llegó en un carruaje abierto, a una recepción entusiasta. Subió a una plataforma de un carro sencillo con los otros oradores, entre ellos una mujer, la Sra. Mary Fildes, presidenta de la Sociedad de Mujeres Reformistas de Manchester.
Hunt se dirigió a la multitud, primero pidiendo silencio y luego se embarcó en su discurso. Los magistrados, que estaban a más de cien metros de distancia, obviamente no podían escucharlo, sólo podían escuchar y ver la reacción de la multitud, pero en ese momento decidieron que él y los otros líderes deberían ser arrestados.
Observando el protocolo, un magistrado leyó la Ley antidisturbios a través de la ventana. De nuevo, esto no fue escuchado por casi todos.
Luego, Hulton, presionado por los demás, entró en pánico y llamó a las fuerzas militares regulares al mismo tiempo que la caballería de Manchester y Salford. Primero llegó la caballería. Armados con espadas recién afiladas, montaban sus caballos indiscriminadamente en la concentración de las masas.
Se generó un pánico total. Los húsares llegaron a una escena de pánico y caos.
En un ambiente cargado de polvo, bajo el resplandor del sol, y en el ardor del momento, los ánimos estallaron en ambos lados, aunque el ejército y la caballería eran mucho más agresivos y brutales que los manifestantes indefensos.
Más de 300 testigos declararon más tarde que la multitud no podía escapar, ya que su camino desde el campo estaba bloqueado por las tropas, y que tanto hombres como mujeres y niños fueron cortados, apuñalados, golpeados, empujados, asfixiados y aplastados.
A primera hora de la tarde, la explanada de St. Peter’s Field estaba desierta, el lugar estaba cubierto de muertos y heridos, pancartas abandonadas, ropa y otros desechos.
Los oradores y organizadores, incluido Hunt, fueron juzgados por conspiración y asamblea ilegal.
Y, lejos de escuchar o comprender las quejas de su gente, el príncipe regente envió mensajes de felicitación a los magistrados, militares y caballería.
La opinión pública estaba indignada. El trauma de Peterloo causó un profundo efecto. Con el tiempo generó un cambio de actitud hacia la democracia, y aunque pasó más de un siglo antes de que Gran Bretaña lograra el sufragio universal, ese largo viaje, sin duda, comenzó allí, en Manchester, ese histórico día de 1819.
Peterloo y su significado para el resto del mundo en el siglo XXI es muy claro, y gran parte de su historia resuena en nuestros días y esperanzas.
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