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NOTAS DE VICENTE ARANDA...
Hace muchos años cayó en mis manos una “novela negra”, escrita por un autor argentino llamado Mempo Giardinelli. Se titulaba “Luna Caliente”.
Durante su lectura, se produjo en mi cabeza un despliegue de imágenes que – indudablemente, no es la primera vez que me sucedía – conllevaba el deseo de proceder a su adaptación en cine.
Hice las averiguaciones necesarias acerca de la posibilidad de adquirir los derechos, pero resultó que estaban en manos de un director francés, quien a su vez se mostraba muy celoso y satisfecho de poder adaptar la novela. Incluso, al parecer, tenía en su poder un guión en el que se había procedido a la consiguiente adecuación para trasladar la anécdota a España.
Yo nunca leí ese guión, pero me resultaba muy interesante que hubiesen pensado en España, seguramente porque en Francia no ha habido una dictadura y esa condición política es imprescindible para un discurso coherente de la narración que se aprecia en la lectura de la novela.
Finalmente el director francés renunció, por causas desconocidas para mi, a la película, y yo pude adquirir los derechos.
En la novela se habla de una dictadura en la Argentina. Supongo que se trata de los años setenta.
En diciembre del setenta tuvo lugar el proceso de Burgos. Trescientos intelectuales y artistas se encerraron en la Abadía de Montserrat, con el consentimiento del abad y sus frailes. Entre ellos estaba yo.
Nunca entenderé como pudo ocurrir que la policía franquista no se enterara de semejante concentración hasta el día siguiente, y porque lo publicó la prensa de la época. A partir de ese momento, el Monasterio estuvo rodeado por la guardia civil. Salir era fácil: bastaba con permitir que tomasen nota de tus datos personales. Pero entrar es algo que sigue constituyendo un misterio para mi. Se hablaba de un enigmático pasadizo, sólo conocido por los monjes, que iba desde el Monasterio hasta Monistrol. Es una historia nada plausible que, al parecer, se repite en todos los monasterios del mundo.
El caso es que unos amigos (o compañeros, porque no sé qué palabra emplear aquí), llegaron al Monasterio procedentes de Burgos, donde habían asistido al proceso como público. Uno de ellos contó que en un momento determinado, los etarras, llevados de su moral heroica, se habían puesto en pie entonando su himno. El tribunal, compuesto en su totalidad de militares, también se puso en pie, pero desenvainando sus espadas.
Era una imagen de una transparencia asombrosa que se ha mantenido en mi cabeza a despecho de los años transcurridos. En la época no existían todavía las mini cámaras digitales. Lo más pequeño a que se podía recurrir era cámaras con película de 8 Mm., muy difíciles de camuflar. No existen imágenes de ese momento en que el tribunal militar se apresta a su propia defensa.
Yo quiero fingir ese momento, convencido de que los fingimientos o reconstrucciones del cine, acaban por tener, con el tiempo, certificado de autenticidad. Pero no sólo por eso, sino porque así se resuelve el paralelismo exigido por la narración: necesidad de un clima represivo.
Soy consciente de que la percepción sobre ETA ha cambiado desde entonces acá. Puede resultar paradójico que se hable de una ETA alabada por los intelectuales del momento y vituperada por los luna calienteintelectuales de ahora. Se trata de un hecho histórico incontestable, y lo más que se puede hacer es dejar claro qué razones existían en aquel momento para que las cosas fuesen así.