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La película arranca con una fotografía. Cuando siendo una adolescente, Asmae El Moudir le pidió a su madre una foto de su infancia, esta trató de complacerla dándole el retrato de una niña que no era ella. "Esta mentira, un recuerdo sensible de mi adolescencia, fue mi primer gran conflicto con mi madre. Después de numerosas peleas, finalmente me reveló su secreto. Mi abuela, la figura de autoridad y cabeza de la familia, siempre se negó a tener representaciones humanas dentro de la casa, con el pretexto de que estaba prohibido por nuestra religión. En realidad, la razón de su rechazo a las fotos era más profunda y mucho más personal y dolorosa, como descubrí a través del rodaje", explica. Al empezar a filmar esta película, que trata de recomponer las lagunas de su pasado y del pasado de su país, la directora vio como su abuela se negaba a ser filmada. "Esto me hizo cuestionar la relación de cada miembro de mi familia con las imágenes. La mía, la de mi madre, la de mi abuela, pero sobre todo la de mi país, que parece preferir borrar las imágenes de su propio pasado, como las de los Disturbios del Pan", explica El Moudir.
El artefacto ideado por la directora para reconstruir ese pasado censurado es tan llamativo como eficaz: construir una réplica en miniatura y hecha a mano del vecindario de Casablanca donde creció. Es en este escenario donde comienza a reproducir las historias que su madre, padre y abuela cuentan sobre su hogar y su país, para poco a poco desentrañar las capas de engaño y olvido intencionado que han dado forma a su vida. "Con las miniaturas mostré la vida cotidiana en nuestra casa, la vida en el distrito cuando era niña y la estructura de poder dentro de nuestro hogar. Nos permitieron entender el mecanismo familiar, la forma en que interactuamos, los problemas que enfrentamos a diario", apunta la directora: "El uso de miniaturas es la solución que ideé para compartir un pasado que no presencié pero del cual me veo capaz de dar forma."
No hay archivos nacionales en Marruecos que documenten lo que ocurrió aquel 20 de junio del 81, en el que hombres y mujeres humildes de los barrios más desfavorecidos de Casablanca se manifestaron contra el injusto aumento del precio de la harina. "¿Cómo podemos intentar reconstruir el pasado si no tenemos archivos para documentarlo?", se pregunta la directora: "La puesta en escena, animación y personificación de miniaturas en lugar de personajes es una elección estética radical que ha actuado como puente entre dos elementos fundamentales de este trabajo: lo personal y lo político."