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DECLARACIÓN DEL DIRECTOR...
El 6 de junio de 1982, a las 6:15 a.m., maté a un hombre por primera vez en mi vida. No lo hice por elección, tampoco me lo ordenaron, reaccioné instintivamente en un acto de defensa propia, un acto sin motivación emocional o intelectual, tan sólo un instinto básico de supervivencia que no tiene en cuenta factores humanos, un instinto que se abre paso dentro de una persona de 20 años que se enfrenta a una amenaza de muerte tangible. El 6 de junio de 1982 yo tenía 20 años.
“El 6 de junio de 1982 a las 6:15 AM, maté a un hombre...” Veinticinco años después de esa mañana miserable que abrió la guerra del Líbano, escribí el guión para la película "Lebanon". Había tenido alguna experiencia previa con el contenido, pero siempre que empezaba a escribir, el olor de la carne humana abrasada volvía a mí y no podía continuar. Sabía que ese olor evocaría escenas que había enterrado profundamente en mi memoria. Después de años de trauma pasivo y violentos ataques de ira, aprendí a identificar los momentos que los precedían y a escapar a tiempo. Mejor vivir en la negación que no vivir en absoluto.
El año 2006 fue particularmente difícil. Habían pasado cinco años desde mi último proyecto y sentía que estaba quemado. Realicé algunos trabajos publicitarios y promocionales aquí y allí, pero aparte de eso, nada. Una vez más sufrí la presión financiera, la pasividad y la falta de responsabilidad. Una vez, alguien me preguntó: “¿Qué hay de tu síndrome post traumático después de la guerra? ¿Tienes pesadillas cuando recuerdas la guerra?”. Pensé para mí mismo que ojala fuera así de simple.
Cuando una persona siente que no tiene nada que perder, toma riesgos. Así me sentía yo a principios de 2007, cuando empecé a escribir el guión de "Libano". Había tocado fondo y decidí ir a por todas. Esta vez huiría del olor, que llegaba al principio como siempre, pero le dejaría llevarme hasta esas escenas borrosas, las enfocaría, me sumergiría y lo manejaría. De repente sentí un subidón, una extraña sensación de euforia, de no estar perdido aún. Aún tengo un espíritu luchador. Me fui a la cama pronto, me levanté por la mañana y empecé a escribir. Fui cuidadoso. No me lancé al tema directamente, más bien di rodeos, una introducción, esperé a que el aroma llegara, pero no llegó. Me encontré haciendo esfuerzos para restaurar mi memoria, pero ya no estaba ahí. Las escenas se habían marchado. Todo lo que quedaba era una pálida sucesión de de hechos distantes, horribles y difíciles. Después de una semana más o menos, me di cuenta de que me había separado emocionalmente. El chico de mis recuerdos ya no era yo.
Sentí dolor por él, pero era un dolor amortiguado, el dolor de un guionista apegado a un personaje sobre el que escribe. No me importaba si me había curado o no o si estaba batiendo un record mundial de negación. Estaba lleno de adrenalina y me sentía como un misil a punto de ser lanzado. En tres semanas ya tenía un primer borrador.