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SINOPSIS
La historia nos lleva hasta Normandía para presentarnos a una pareja de ganaderos los cuales se sienten diferentes ahora que sus hijos son mayores y han salido de la casa. Una noche la mujer es invitada a una fiesta cercana a su casa donde es cortejada por un joven atractivo...
INTÉRPRETES
ISABELLE HUPPERT, JEAN-PIERRE DARROUSSIN, MICHAEL NYQVIST, PIO MARMAÏ, MARINA FOÏS, AUDREY DANA, ANAÏS DEMOUSTIER, CLÉMENT MÉTAYER, BENOIT GIROS
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PREMIOS Y FESTIVALES
- Festival de Sitges 2009: Sección Oficial
- Academia de cine de Japón: Mejor película de animación
- SICAF: Premio del jurado
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INFORMACIÓN EXCLUSIVA
ENTREVISTA CON EL DIRECTOR...
¿Cómo nació el proyecto de 'Luces de París'?...
.- Tras mi última película, Pauline détective, paréntesis en el modo de comedia ligera y homenaje reiterado a un cine que me interesa, además de exenta deliberadamente de todo fondo social, sentí la necesidad de volver a un registro un poco más serio. Y fue con motivo de unas vacaciones en la Borgoña, en casa de los padres de un amigo que se dedican a la crianza de vacas charolesas, cuando me entraron ganas de filmar el mundo rural. Como parisino que soy, desconocía la realidad del campo; llegué a ella lleno de prejuicios, convencido ingenuamente de que iba a descubrir una granja, con toda la pintoresca que se les atribuye. Y me encontré frente a personas totalmente modernas, parecidas a jefes de empresa. Situados a la cabeza de una ganadería de cientos de vacas y toros sementales, me hablaron de su profesión, de sus limitaciones y de los concursos en los que participaban. En resumen, gestionaban su explotación agrícola como una auténtica PYME. En ese momento, me pareció interesante incluir a los personajes de una historia, que yo imaginaba muy normales, en esa realidad. Porque yo quería describir a una pareja, al fin y al cabo ordinaria, que afronta las mismas aspiraciones y dificultades, el desgaste y la rutina que cualquier otra. El hecho de que fueran ganaderos me permitía alejarme de un contexto urbano demasiado familiar que, además, ya había abordado, sobre todo en mi primer largometraje, La vie d’artiste, que trataba de una pareja que se enfrenta a una cierta lasitud, a través de los personajes interpretados por Valérie Benguigui y Denis Podalydès.
Sin embargo, 'Luces de París' no es una película que explore el mundo rural de modo naturalista…
.- Aunque la ruralidad que describe no se parece al mundo agricultor decadente y crepuscular del que da fe, por ejemplo, Raymond Depardon, no quiere decir que la crónica del mundo agrícola que presenta no esté documentada. Yo no pretendía hacer esta película sin tener en cuenta los gestos, el ritmo y la estacionalidad de la profesión (la temporada de partos, los concursos, etc.). Quería que la crónica social que la sustenta, por muy discreta que fuera, resonara con precisión, basándose en realidades indiscutibles. Sin embargo, una vez más, me inspiré en lo que vi: en la mediana empresa que se muestra, las cosas van bastante bien. Sus propietarios no se debaten entre deudas insalvables. Del mismo modo, quería que Brigitte y Xavier, los protagonistas, no estuvieran encerrados en sus tradiciones ni pegados al televisor una vez terminado su trabajo (además, no tienen televisión), sino que se mostraran curiosos y abiertos al mundo. Como tantas otras, esta pareja, formada en una escuela agrícola, lee y escucha jazz. Es un prejuicio totalmente aceptado. Y sé que aquellos que solo quieren ver en el mundo agrícola un mundo del pasado, en crisis en la actualidad, pueden reprochármelo. Sin embargo, Luces de París no se acerca, ni mucho menos, a estereotipos. En primer lugar, es una película intimista sobre los sentimientos, la pareja y la vida conyugal. Y su entorno social no debería en ningún momento acabar con esa historia ni esas emociones, ni interferir en ellas. Después de Copacabana y su heroína Babou, incorregiblemente desobediente al orden social, recupera usted a Isabelle Huppert en un papel de ganadera, donde no la esperábamos.
¿Cómo realizó esta elección?...
.- Ya en su día, en el caso de Copacabana, algunos se sorprendieron de que Isabelle pudiese encarnar a un personaje invadido por tanta insensatez, tan indisciplinado y descarado. De hecho, a priori, a Isabelle Huppert se la relaciona con un cierto aire parisino y tal vez con un cine más intelectual o cerebral. A menudo, preferimos imaginarla en papeles fríos, incluso monstruosos. Pero, al recurrir de nuevo a ella, precisamente tenía confianza plena en su capacidad para meterse en la piel de esta agricultora, una mujer de a pie, en las antípodas de los trabajos que se le suponen. Y lo que más me gustó es que, en las primeras secuencias de la película, da la sensación de ser un poco la prolongación de Babou: una mujer, Brigitte, más bien excéntrica, que muestra desde el principio un toque de locura. Sin embargo, rápidamente el personaje que presenta revela en ella una seriedad mayor que la que aparenta. Brigitte, un personaje ordinario, ha renunciado a sus sueños (a diferencia de Babou, dispuesta a todo), a pesar de los reproches de su hija para que los viva hasta el final. Se trata de una mujer anclada en lo práctico, que cocina para su marido y su trabajador del campo, sabe coser y participa en los partos de las vacas. A mí me gustaron estos gestos, pero a Isabelle Huppert también le encantaron esos retos y le entusiasmó la escena del parto, auténtico, por ejemplo. Por último, después de la experiencia de Copacabana, donde lo pasamos realmente bien, ambos teníamos ganas de volver a trabajar juntos, y nuestra complicidad, confirmada con esta segunda película, se percibe en la pantalla (o eso creo). Quizá, gracias a esta fidelidad, la encontré especialmente generosa. Y yo creo que la película irradia la sensualidad que ella desprende, una parte de Isabelle Huppert que no se muestra con tanta frecuencia.
En sus películas aparecen a menudo adultos que son como niños grandes. ¿Brigitte forma parte de esa familia de eternos adolescentes a la que parece tan apegado?...
.- Sin duda, ella alberga también ese aspecto de inacabada. Además, la fiesta de cumpleaños de sus jóvenes vecinos y su encuentro con Stan le brindan la posibilidad de expresar determinadas cosas que quizá había estado reprimiendo hasta entonces. Por esa razón, esa noche parece tan guapa y satisfecha, como en pleno renacimiento. Por otro lado, inmersa en un medio que no le pertenece, entre gente de una generación distinta, la "dama" que ella es se integra de forma natural y no parece estar desubicada en absoluto. En realidad, ella se precipita hacia una salida de emergencia, una brisa aire fresco totalmente necesaria porque su problema revela con claridad que su vida actual ya no le conviene, desvelando el malestar detrás de las apariencias. Y, aunque por la vida confortable que lleva puede disimular dicha insatisfacción en sociedad, me gustaba la idea de que la mancha invasiva no mintiera y se incrustara, a pesar de las innumerables consultas médicas.
¿La película la descubre entonces en los inicios de una emancipación tardía?...
.- Sus hijos han abandonado el nido familiar y a esta mujer le cuesta sentirse plena estando a solas con su marido. Brigitte Lecanu, un nombre común muy extendido en Normandía, es sin duda una persona impulsiva e instintiva, pero a diferencia de Babou, que quema la vida sin reservas, ella sabe controlarse, y no solamente por su edad. No creo que tenga la intención de salirse por la tangente. Tarde o temprano, todos tenemos la tentación de desaparecer, aunque solo sea un fin de semana, para disfrutar de un ataque de locura antes de volver a casa. En ese sentido, su partida es muy adulta. Es un instinto vital lo que le empuja a la fuga, el deseo legítimo de querer conocer otras cosas. Y al final, no son Veinticuatro horas en la vida de una mujer, sino casi el doble, y a Brigitte le suceden todo tipo de aventuras y desventuras, y atraviesa mil universos (de un fatuo joven parisino a un vendedor indio ambulante) que explora con la calma y la distancia que su edad le permite. Además, el hecho de que Stan la haya elegido en la fiesta, entre todas esas chicas jóvenes, le da más alas. Y aunque encuentra derrotas en su camino, la película no se detiene en ellas, puesto que las supera con la ironía del adolescente que se escapa de casa sin permiso.
Varias películas recientes (además, se ha convertido casi en una tendencia en el cine francés) presentan como protagonistas a mujeres que se fugan en un arrebato o un enfado… Pero ¿Luces de París no es básicamente la crónica de una pareja y una bonita historia de amor?...
.- Es cierto. En un principio, después de un primer largometraje coral y dos películas que retrataban a una mujer, pensé en volver a escribir una historia centrada en un personaje femenino. Pero poco a poco, a lo largo del rodaje y en el montaje, me di cuenta de que se trataba, en realidad, de una película sobre la pareja, incluso una comedia sobre segundas nupcias del género hollywoodiense, cuyos códigos estaba convencido de no respetar. Sin apenas darme cuenta, como el amor de esta pareja es tan fuerte, tomó la delantera, convirtiendo al personaje masculino en la parte bonita. Y más que la escapada solitaria de Brigitte, en realidad son los recorridos paralelos de ella y su marido para reencontrarse y reconquistarse los que estructuran la dramaturgia. De hecho, lo que yo quería mostrar a través de esta desavenencia era, en primer lugar, cómo a partir de un esquema a priori tradicional y bastante monótono, esta pareja resulta ser moderna. Me gusta la sabiduría inesperada de Xavier, que descubre que su mujer podría tener un amante y, más allá de su tristeza, se hace a un lado para dejarla vivir su historia. Precisamente por la infidelidad, sus pruebas de amor parecen más bonitas. Aunque sea punzante, la película conserva el romanticismo de creer en el amor. Y aunque la palabra consagra de alguna manera la vida conyugal, eso se consigue derribando las convenciones.
Aunque aparentemente más conservador que Brigitte, ¿Xavier no encarna solo esta paradoja, haciendo gala de una auténtica libertad a lo largo de la historia?...
.- Xavier, monolítico al principio y tan dedicado a su trabajo que se olvida de su entorno y su esposa, podría parecer casi antipático. Sin embargo, el carisma de Jean-Pierre Darroussin, cuya humildad interpretativa me impresionó, tiñe el personaje de una profunda bondad y una fragilidad conmovedora. Aunque Brigitte manifiesta su estado desde el principio, el personaje masculino se descubre en la herida, en concreto en la secuencia, casi al margen, en que va a buscar a su hijo. Esta es una emoción necesaria para dar credibilidad al cariño de Brigitte por su marido y a su regreso junto a él tras su periplo, sin dudas ni cuestionamientos, porque no cabe duda de la solidez de su unión. En el mismo sentido, me acuerdo de una película de Benoît Jacquot, Le septième ciel, cuyo movimiento me gustó mucho. Parecía que comenzaba con las vicisitudes conyugales de Sandrine Kiberlain para destacar el personaje de su marido, interpretado por Vincent Lindon. Y tal vez haya influido un poco en Luces de París, en ese aspecto engañoso. Bajo ese aspecto de inocencia, la película ofrece una mirada cruzada del hombre y la mujer sobre el amor, la pareja y la rutina. Y este dúo inédito en el cine, Huppert-Darroussin (que, familiarizados con el mundo agrícola manifiestan auténtica pasión por las vacas), lo refleja con una sutil paleta de colores.
La película parece avanzar por falsas pistas, lo que le proporciona un ritmo singular, con su manera de bifurcar cuando uno no se lo espera…
.- Precisamente, para mí es una manera de socavar el esquema previsible de las películas, más visto aún en los últimos tiempos, donde se destaca la huida de una mujer en busca de sí misma. No se trataba en absoluto de convertir el encuentro con Stan en una reflexión cualquiera sobre la dificultad de amarse con tal diferencia de edad. Por el contrario, me gustaba la idea de pillar desprevenido al espectador constantemente. De ahí vinieron los cambios de rumbo sin previo aviso, que dan lugar a situaciones graciosas, como el viaje final a Israel, iniciado cómicamente por la aventura de Brigitte con Jesper, el periodoncista danés. A diferencia de mis antiguos largometrajes, Luces de París logra coquetear con picardía con varios géneros y no se identifica con ninguno, reivindicando solamente el hecho de ser una película conmovedora (al menos, eso espero), dispuesta a hacer perdurar determinados planos, como en el que Brigitte está a punto de llorar, al descubrir la tarjeta postal que compra su marido...
¿Cómo se desarrolló el rodaje?...
.- Empezó muy rápido porque en cuanto mi productora, Caroline Bonmarchand (que también me acompañó para Copacabana), cerró el presupuesto, tuve que comenzar a prepararme, ya que a Isabelle la esperaban en Australia unas semanas después para repetir Les bonnes de Jean Genet, con Cate Blanchett. Por lo tanto, el calendario fue bastante ajustado. Muy feliz, el rodaje tuvo lugar con un frío extremo (una verdadera película de invierno), por mucho que hubiéramos elegido una atmósfera otoñal, en armonía con la llamativa rubicundez de Isabelle. En un principio, pensé en rodar en la Borgoña, hogar, como todo el mundo sabe, de las vacas charolesas. Sin embargo, la subvención de la región de Haute-Normandie nos desplazó finalmente a la región de Caux, donde tuve la suerte de encontrar una granja que también criaba reses charolesas. Con esos paisajes melancólicos que recuerdan un poco a la Cornouaille, azotado por borrascas que parecen recién salidas de Cumbres borrascosas, la película ganó en romanticismo. Curiosamente, en el guion yo no había previsto que los personajes atravesaran tantos decorados, de un concurso agrícola al mar Muerto, pasando por un museo y un cabaret... Se trata de una película nómada, cuya ligereza se refleja en estos movimientos, así como en estos pequeños papeles tan expresivos, los de Marina Foïs, Audrey Dana y el agricultor, o incluso la silueta distintiva de la camarera de un restaurante al borde del mar. Luces de París está escrita para los actores, con particiones para cada uno que sugieren historias que no se ven necesariamente en la pantalla.
A pesar del registro realista del que se hace eco, la película manifiesta cierta estilización, que se refleja sobre todo en el vestuario…
.- Cuando me enteré de que rodaríamos en Normandía, supe que la imagen tendría un aspecto british, y me entraron ganas de jugar con ella. De ahí, por ejemplo, la capa de Isabelle y el tartán del que hace gala incluso en un supermercado; el código de vestimenta gentleman farmer de Xavier o incluso el Austin Morris, que imaginaríamos en los caminos naturales de Irlanda. Ese pequeño desfase también es una manera de llevar discretamente la película hacia la fábula moderna, del mismo modo que la trayectoria de los personajes. También es una forma de homenajear a los agricultores, a los que hemos despojado rápidamente de toda elegancia. En versión urbanita, la pajarita de Jesper, interpretado por Michael Nyqvist, procede del mismo motivo. Con este hombre providencial, la película tiende claramente a la comedia romántica hollywoodiense, en concreto cuando él y Brigitte, con un abrigo entallado y gorro de piel al estilo “heroína rusa”, se encuentran en la noria bajo un cielo parisino un tanto artificial.
Ha trabajado con la directora de fotografía Agnès Godard, cuya complicidad con Claire Denis es conocida. ¿Cómo fue su colaboración?...
.- Para esta película, Agnès me animó a ir a lo esencial, con un guion técnico depurado, en relación con el hilo tenue de la historia que había que encontrar en la puesta en escena. Puesto que es más contemplativa que mis demás películas, tanto ella como yo preferimos evitar la profusión de planos gratuitos para quedarnos más cerca de los personajes y dar prioridad a planos secuencia y planos fijos. Se trataba de filmar a flor de piel y no es casualidad que la película comience con un primer plano del pelaje del toro, cepillado cuidadosamente para un concurso, antes de alejarse para descubrir a Isabelle y su marido. Es más, los movimientos reiterados de la cámara, como el travelling sobre el rostro de Isabelle delante de la casa cuando Stan insiste en que vaya con él a la fiesta, son limitados. Voluntad de discreción para ceñirnos principalmente a la emoción de los rostros.
Bajo la apariencia de feel good movie, Luces de París deja, sin embargo, un sabor acgridulce…
.- La cara utópica, que ilustra, por ejemplo, la reaparición inesperada y casi absurda del vendedor indio, Apu, en la explotación se mezcla con un estilo más serio. Porque también se trata de la alienación de la pareja. Cuando Xavier, orgulloso de llevar a su mujer de viaje a Israel, le confiesa «creo que nos va a venir bien», Brigitte le responde, pensativa, «eso espero…». Se trata de una alusión discreta a su aventura reciente con Jesper. Esta otra lectura posible, más ambigua, aparece también al final de la película, con los dos cuerpos reunidos, flotando en el mar Muerto. Porque esa perfecta armonía también puede percibirse como una inercia perturbadora, una suspensión que finalmente deja la puerta abierta a un epílogo más sombrío.
¿Tiene la sensación de que Luces de París, de carácter más serio que sus películas anteriores, marca un punto de inflexión en su trayectoria como cineasta?...
.- Soy poco proclive a los balances, pero creo que, en esta ocasión, la comedia se ha hecho a un lado para dejar paso a la sinceridad de la palabra. Al escribir el guion, deseaba con todas mis fuerzas que Luces de París expresara esta dulzura, que tal vez resume la película por sí sola, y enfrentarme a escenas sin tensión, de ligereza e incluso dulce euforia, como en la que Brigitte sube a bordo del barco de paseo. Y además no es tan sencillo filmar a un personaje que asume en soledad un momento de bienestar, y esos instantes insignificantes que irrigan la vida, sin caer en la ñoñería. En este sentido, la película es sin duda más calmada que las anteriores y, en este caso, carece de todo cinismo.