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SOBRE EL PROCESO CREATIVO SEGÚN EL DIRECTOR...
El principal problema que me he encontrado en ésta, mi primera película de ficción, no ha sido el manejarme con poco presupuesto sino el aprender a hablar con los actores. Es algo muy complicado que nadie te enseña y que todavía estoy muy lejos de dominar. Ojalá en mi segunda o tercera película lo logre. Ellos están más expuestos que nadie luego, por mucha experiencia que tengan, son todos vulnerables en mayor o menor medida. Es algo que no se puede olvidar ni dejar de admirar. En su momento agradecí la ayuda de la actriz Carmen Tamayo como "directora de actores"; pero ellos se entregan en última instancia al director y deben ver que éste, además de seguridad en lo que está haciendo (que en eso creo que sí estaba sobrado), debe saber escucharlos, comprenderlos y ayudarlos a sacar lo mejor de cada uno.
Sinceramente creo que aprobé por los pelos con algunos pero fracasé totalmente con alguno que otro.
El aspecto visual desde un punto de vista artístico fue un compendio, comedido y consistente, de cientos de referencias que tenía en la mente desde que leí la novela. Sobretodo referencias cinematográficas que van desde el cine mudo (Intolerance y Sunrise), pasando por Ford (The Searchers) o Pasolini (Teorema) y así hasta el cine más reciente de Aronofsky, Cuarón o Paul Thomas Anderson. Como director no tengo un "sello" o estilo propio y reconocible que imponer a mi película. Y esto, lejos de ser un problema, es muy liberador porque me permitió "coger prestado" de muchas fuentes según consideraba que ayudaba o no a contar la historia.
En este sentido es curioso como el trabajo del director, que a veces implica un control absoluto y totalitario de cada detalle de la producción, consiste a veces en quitarse de en medio. Es algo que aprendí con mis documentales y que, por ejemplo, apliqué al ver el talante interpretativo de Marisol Membrillo. Darle libertad total -o sea, quitarme de en medio- fue lo mejor que hice en el rodaje.
Desde un punto de vista técnico, opté por rodar con hasta tres cámaras baratas (obsoletas a día de hoy) porque sabía que sería necesario grabar rápido, dar espacio de movimiento a los actores y tener cobertura suficiente para perfeccionar el ritmo en la edición. No es la situación idónea, ni de lejos la que me hubiera gustado... Pero un director tiene que saber que, como dicen los Rolling Stones: "no siempre puedes tener lo que quieres pero si lo intentas, tendrás lo que necesitas". A eso se reduce todo al final del día de rodaje.
Manuel Benito de Valle habla sobre el complicado proceso de adaptar la novela a la gran pantalla -“Trabajé codo con codo con el propio escritor de la novela, Salvador Navarro, que a la postre terminó coproduciendo la película. Su novela era inmensa, con suficientes personajes y tramas como para desarrollar una trilogía. El mayor reto fue mantener el ritmo e intensidad cinematográfica de la novela sin traicionar su esencia, en una adaptación de poco más de una hora y media de metraje. Por último, Bárbara Pérez hizo una espléndida labor en la sala de montaje donde terminamos de “reescribir” la historia original”.
SEGÚN EL GUIONISTA SALVADOR NAVARRO...
Cuando comentaba con mis amigos el proceso de elaboración de la novela ‘No te supe perder’ ⎯soy muy de compartir mis métodos narrativos⎯, les decía con tono dramático-coloquial que era ‘ahora o nunca’. Sí, llevaba algunas novelas publicadas con buena recepción por parte de los lectores, pero necesitaba dar el salto a una gran editorial para tomar confianza en mí mismo. De ahí que los años, más de dos, que pasé componiendo la estructura, escribiendo, entregando borradores y recibiendo el retorno, para reescribir y volver a corregir, fueron de una concentración absoluta. De hecho, me siento en disposición de decir que creé mi método de escritura, friki y concienzudo al mismo tiempo. ‘No te supe perder’ surge de una imagen de juventud. Yo estudiaba Ingenieros y me ganaba unas pelas trabajando en un bar de copas. Todos los jueves aparecía una mujer que podría tener la edad de mi madre, rubia, muy bien vestida, atractiva y con gafas de sol. Se colocaba en el fondo de la barra y me buscaba a mí para pedir, siempre un gintónic. Cada jueves la esperaba, cada jueves venía y cada jueves pensaba que ése era el día en que me iba a confesar la causa de su inmensa tristeza.
Nunca lo hizo y desapareció. ‘No te supe perder’ es la respuesta que yo me di a la historia de esa señora. La hice psicoanalista, le di dos hijos, un marido papanatas y una crisis tremebunda de identidad. Yo me transmuté en Yann sin tener nada que ver con él en lo personal, un chaval herido por una infancia terrible que queda prendado de la aureola de la clienta de los jueves.
Quedé finalista de un premio internacional de novela, uno de los momentos más felices que recuerdo, lo que me vino a confirmar que mi estrategia de ‘ahora o nunca’ había dado resultado. No conseguí ganar el premio, pero sí se me abrieron las puertas de editoriales de nivel. Con una de ellas, Guadalturia, publiqué meses después.
Fue el editor quien veía una película en la novela. ‘Tu lenguaje es cinematográfico, Salva’. Acababa de publicar en octubre, el libro fue muy bien recibido por la crítica y tuve la suerte de cruzarme con Manuel Benito de Valle a las pocas semanas tras conocerlo a través de la prensa por su presentación en el Festival de Cine Europeo de Sevilla de su documental ‘Knockout Cuba’. Nos citamos en una cafetería, le entregué la novela y me preguntó si quería que le montara un spot publicitario. Le dije que no.
‘Quiero un largometraje, Manuel’.
Quince días después quedamos en el mismo café. Pedimos dos gintónics y nos dimos un abrazo.
¿El mejor recuerdo de esa época? Los seis meses que dedicamos a elaborar el guion. ¿El peor? Cuando nos dimos cuenta de que había que rehacer todo el sonido de la película.
El guionista Salvador Navarro sobre el origen de la novela:‘No te supe perder’ surge de una imagen de juventud. Yo estudiaba Ingenieros y me ganaba unas pelas trabajando en un bar de copas. Todos los jueves aparecía una mujer que podría tener la edad de mi madre, rubia, muy bien vestida, atractiva y con gafas de sol. Se colocaba en el fondo de la barra y me buscaba a mí para pedir, siempre un gintónic. Cada jueves la esperaba, cada jueves venía y cada jueves pensaba que ése era el día en que me iba a confesar la causa de su inmensa tristeza. Nunca lo hizo y desapareció”.