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SINOPSIS
Germain, un jubilado de 75 años, intenta reconstruir su vida tras la pérdida repentina de su esposa. Su familia no se lo pone fácil y trata de sobreprotegerle con visitas inesperadas, llamadas incesantes y pilas de tuppers en la nevera… Aunque él tiene claro su objetivo: sin que ellos lo sepan, hará todo lo posible por cumplir una promesa que se hicieron hace tiempo y que le introducirá de lleno en un mundo que le es completamente ajeno, el de la danza...
INTÉRPRETES
FRANÇOIS BERLEAND, KACEY MOTTET KLEIN, LA RIBOT, DÉBORAH LUKUMUENA, JEAN-BENOIT UGEUX, ASTRID WHETTNALL, DOMINIQUE REYMNOND, SABINE TIMOTEO, MARIE.MADELEINE PASQUIER, ANNA PIERI, ELISA HAVELANGE, LISA HARDER, LUC BRUCHEZ, BRIGITTE ROSSET, LOUIS BONARD
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SOBRE LA PELÍCULA...
La directora suiza, Delphine Lehericey, ya había conquistado al público con dos historias centradas en una juventud física como lo son Puppylove y El Horizonte, ambas presentadas en el Festival de Cine de San Sebastián y ganadora esta última del Premio Lurra y otros tantos galardones del cine suizo.
Con su tercer largometraje, Nuestro Último Baile, también ha comenzado con buen pie, Premio del Público en el Festival de cine de Locarno y, si bien se ha centrado en el otro extremo de la vida, se ha servido de un personaje igualmente joven de espíritu: Germain, interpretado por el ganador del premio César François Berléand. Una excusa para dar un toque de atención, en un registro cómico, a todos esos adultos que tratan a sus mayores, independientes, autónomos, útiles, como adolescentes.
Pues como tal, Germain “se rebela” ante sus hijos buscando refugio en algo que nunca antes había experimentado, la danza contemporánea.
Extraño para el personaje, pero no para la cineasta, que antes de dedicarse al séptimo arte había trabajado sobre las tablas en proyectos con una intensa vinculación con la danza. Por eso no dudó en fichar para el rodaje a La Ribot, artista multidisciplinar madrileña, una mujer referente con reconocimientos tales como el Premio Nacional de Danza o la Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes, entre otros. Para la ocasión no solo se ha encargado de la coreografía de la película, sino que se ha estrenado como actriz, interpretando un curioso personaje de sí misma.
NOTAS DE LA PRODUCTORA ELENA TATTI...
Después de Puppylove y El Horizonte (galardonada con el Grand Prix Swiss Award 2020 a la mejor película y mejor guion), Nuestro Último Baile es la tercera película de Delphine Lehericey que producimos. Es un placer poder llevar a cabo una colaboración tan rica y estimulante con ella: supone un entendimiento mutuo que se reinventa sin cesar con el paso del tiempo y con cada nuevo proyecto. Nuestro Último Baile ha sido la oportunidad para Delphine Lehericey de materializar una idea que llevaba varios años queriendo explorar: representar la jubilación de una manera amable y divertida a la vez; cuestionar la forma en la que tendemos a tratar a las personas mayores como si fueran niños; imaginar una película que hable del luto, del amor, de las relaciones familiares y de los amigos. En resumen, abordar temas serios con una dosis de ligereza, en el tono de una comedia de arte y ensayo. Tras dos dramas familiares sobre una adolescencia atormentada, con Nuestro Último Baile esperamos emocionar y hacer reír al público. Y así nos embarcamos en un viaje con Germain, un jubilado hogareño que de repente se ve inmerso en el fascinante mundo de la danza contemporánea.
La producción y realización de esta película también se ha llevado a cabo en familia, han sido muchos reencuentros detrás de la cámara: junto con Delphine Lehericey, una parte de nuestro equipo de El Horizonte volvió a colaborar con nosotros, como Geneviève Maulini (vestuario), Ivan Niclass, (decorados) y Nicolas Rabaeus (música). Nos encantó volver a trabajar con Kacey Mottet Klein, 14 años después de Home ¿Dulce hogar?, así como con los jóvenes actores Lisa Harder y Luc Bruchez, protagonistas de la última película de Delphine.
También hubo nuevos y hermosos descubrimientos que nos impresionaron: François Berléand, La Ribot, Déborah Lukumuena, Jean- Benoît Ugeux, Anna Pieri, Brigitte Rosset, Marie-Madeleine Pasquier y los bailarines que componen la compañía de danza de La Ribot.
ENTREVISTA A LA DIRECTORA...
Sus anteriores películas eran dramas. ¿Qué le llevó a escribir una comedia? ¿Nuestro último baile es el siguiente paso en su trayectoria o es un paréntesis?...
Llevaba queriendo hacer una comedia desde antes de dirigir mi última película, El Horizonte. Siempre he pensado que la comedia es el género más difícil de escribir, sobre todo cuando se trata de una comedia realista en la que los chistes no provienen necesariamente de los diálogos, sino de las situaciones. La vida está llena de absurdos que nos dan mucho material para inspirarnos.
Incluso en los momentos trágicos siempre hay lugar para la risa. Cuando se estrenó El horizonte conocí a muchos espectadores que se conmovieron por la película. Algunos me confesaron que les resultaba difícil ir al cine sabiendo que probablemente iban a llorar.
Decidir ir a ver un drama y sentir tristeza o llegar al llanto como consecuencia de ello les parecía un sobresfuerzo que debían aceptar cuando iban al cine. Mi familia me decía a menudo: “¿Por qué no haces una comedia?
Eso motivaría a la gente a ir más al cine”.
Justo en mitad del Covid, que coincidió con una crisis general del cine, decidí que iba a escuchar a mi hermana y a mi madre e intentar hacer una película que la gente quisiera ir a ver. En mi mente la risa y el llanto expresan emociones que tienen el mismo valor: veo Nuestro último baile como una obra que sigue en gran medida los pasos de mis películas anteriores. No es una comedia pura, sino una mezcla de emociones tristes y vitales, lágrimas y sonrisas, combatividad y resistencia.
Desde el principio, mi deseo de hacer películas surgió del deseo de generar emociones.
Ser capaz de conmover a los demás es prácticamente una elección activista. Porque las emociones nos sacuden, nos hacen movernos y pueden empujarnos a cambiar nuestras posiciones ideológicas. Esta es la razón por la que hago películas.
Normalmente trabajas con adolescentes. ¿Qué le llevó a retratar a Germain, un jubilado de más de setenta años?...
Al igual que la adolescencia, la vejez es una etapa de la vida en la que nos enfrentamos a transformaciones irreversibles. Mientras que la adolescencia nos hace dejar atrás nuestra infancia, cuando somos viejos, simplemente somos viejos, y nuestro cuerpo y nuestra mente pueden empezar a hacernos trastadas. No tenemos más remedio que aceptar esta etapa de la vida, igual que tenemos que aceptar los cambios de nuestro cuerpo cuando somos adolescentes sin poder hacer nada al respecto. Esta implacabilidad que transforma nuestros cuerpos puede ser tremendamente angustiosa.
A mí personalmente me da miedo envejecer.
Entonces, ¿cómo iba a abordar este tema? ¿Cómo crear personajes creíbles, con sus defectos y rasgos de personalidad a los que podamos seguir queriendo y que, a pesar de todo, nos tranquilicen? Para imaginar este abanico de personajes pensé mucho en mis padres, a quienes veo envejecer inevitablemente. Me pregunté si me convertiría en una pesada como Mathieu, el hijo de Germain, que trata a su padre como a un crío. Finalmente, me di cuenta de que escribí Nuestro último baile para mi abuelo, un hombre que a sus 97 años sigue teniendo tanta vitalidad y tantas ganas... Fue sin duda una de mis primeras y principales fuentes de inspiración. Si lo pensamos bien, ¡Germain es probablemente el adolescente más viejo de mi filmografía! François Berléand lo interpreta a la perfección, utilizando todo su cuerpo, su sentido del humor, incluso su egoísmo también. Realmente se mimetizó con el personaje. Y quizás, como muchos otros actores, sigue siendo un gran adolescente de corazón.
Recuerdos nostálgicos, la vida cotidiana de Germain programada hasta el último minuto y los ensayos para el espectáculo de danza: parece que tiempo y temporalidad desempeñan un papel fundamental en la narración...
Pensar en el tiempo me permitió trabajar el ritmo. Como vengo del teatro necesitaba que la acción ocurriera dentro de una temporalidad bastante limitada. La narración de El horizonte ocurre en el transcurso de un verano. Puppylove, de nueve meses. En Nuestro último baile quería que la unidad de tiempo se correspondiera con el periodo de luto de Germain, que pierde a su mujer al principio de la película. Y más concretamente, la primera etapa del duelo, con su dolor crudo y sus características distintivas. Me permitió trabajar con un ritmo constante y equilibrado.
Quería hacer una película en la que no te aburras, en la que puedas y quieras sonreír a menudo. Quería hacer una película que te hiciera pensar en el tiempo que pasa, pero que el público se dijera al final de la película: “Todo ha pasado tan rápido...”. Apresurarse lentamente a través de una primavera en la que Germain atraviesa y supera su pena, de una forma extraña y cómica. Así es también la vida, ¿no?
¿Por qué danza contemporánea?...
Porque me encanta. Antes de hacer películas era escenógrafa de danza contemporánea y Hip Hop. Filmaba muchos bailarines y sus cuerpos en movimiento. Recuerdo una cita de Ratatouille: “Todo el mundo sabe cocinar”, y yo creo que todo el mundo sabe bailar. De hecho, la danza es un arte extremadamente inclusivo, un arte de uno mismo: es enfrentarse uno mismo, como si estuvieras suspendido para lanzarte al movimiento. Es una metáfora muy hermosa de la vida.
La danza ofrece un espacio para el encuentro con los demás, algo muy raro hoy en día. Sólo hay que bajar la guardia y dejarse llevar. En este sentido, me parece que esta experiencia tiene algo que ver con la del duelo: aceptar la propia tristeza, aceptar el vacío, dejar que vengan las emociones y luego... ¡a ver qué pasa! Además, hay diferentes maneras de abordar la danza contemporánea y algunas coreografías tienen un auténtico potencial cómico, que puede ser a la vez fatalmente aburrido y fabulosamente divertido. La Ribot y yo queríamos jugar con esta dualidad. Ella aborda su oficio de crear coreografías con una gran dosis de ironía y subtexto. Sus creaciones son muy serias y construidas. Sólidas y fascinantes. Pero siempre deja grietas deliberadas donde la seriedad ya no tiene un lugar. Trabajar con ella en la coreografía de Nuestro último baile fue sencillamente fantástico.
En efecto, dirigir a una coreógrafa y directora tan exigente como La Ribot, que además se interpreta a sí misma, ¿cómo ha funcionado?...
Conocía su trabajo como coreógrafa, pero no sabía si La Ribot sabía actuar, ya que actuar en una película es diferente de actuar sobre un escenario. Resulta que es una actriz excelente. Durante todo el rodaje se mostró extremadamente generosa: no sólo adaptó y creó coreografías a las necesidades de la película, sino que se reinventó a sí misma para las necesidades de su propio papel.
Queríamos deliberadamente este enfoque específico para Nuestro último baile: que La Ribot pudiera trabajar con sus propios bailarines y mantenerse fiel a sí misma mientras evolucionaba un marco específico -el rodaje de un largometraje- del que ella desconocía y que le abría nuevos horizontes, e incluso nuevas libertades. No sin olvidar que también tuvo que formar y dirigir a todos los actores y actrices que no eran necesariamente bailarines. Para mí, trabajar con ella fue un regalo increíble. Su generosidad, su entusiasmo y, sobre todo, su talento, hicieron de nuestro encuentro una fuente de invención.
Una de las particularidades de Nuestro último baile es precisamente este encuentro entre dos mundos: el cine y las artes escénicas. ¿Fue un reto? ¿Cómo se actores y bailarines se alimentaron mutuamente?...
Sabía que iba a ser un proyecto ambicioso y a veces era difícil coordinar estos dos mundos.
Pero el encuentro resultó ser el aspecto más gratificante del rodaje, aunque a veces fuera difícil coordinar estos dos mundos: “mi” grupo y “el grupo de La Ribot” no siempre eran fáciles de mezclar porque estaban descubriendo formas de trabajar ajenas. El primero tuvo que acostumbrarse a las restricciones ligadas al escenario y al baile, mientras que el otro grupo tuvo que enfrentarse a la lentitud del rodaje y a la pesadez de sus limitaciones.
Afortunadamente, todo el mundo se apreció desde el principio: los actores asistieron con gusto a los ensayos previos al rodaje con La Ribot para aprender a bailar, moverse y utilizar sus cuerpos. Y al mismo tiempo, los bailarines aceptaron con elegancia ser figurantes en partes muy exigentes. Este rodaje fue un descubrimiento para todos. Una experiencia que me hace desear dirigir otras películas en las que, del mismo modo, diferentes mundos choquen y se superpongan. Al final, lo que me pareció más emocionante fue estar en el corazón de una verdadera troupe durante el tiempo que se tarda en hacer una película.
¿Y cómo fue trabajar con François Berléand?...
Humanamente hablando, François Berléand es fantástico y es un actor maravilloso.
Está dispuesto a correr el riesgo de hacer el “ridículo” y, consecuentemente, nunca lo hace. Se atreve. Y es mágico. La forma en que aborda un papel se corresponde con mi propia visión de las artes escénicas: debes aceptar estar en el escenario, sin saber realmente qué va a suceder, renunciar al control y aceptar que puede que no todo sea como lo habías imaginado. Cuando leyó el guion me llamó enseguida, su deseo de interpretar a Germain fue instantáneo. El rodaje fue a veces duro, con largas y agotadoras secuencias de baile y de vez en cuando protestaba un poco, pero siempre con mucho amor y consideración.
Me impresionaron sus propuestas y su implicación en la película.
Nunca se negó cuando tuvimos que rehacer algo o experimentar. Era como un juego. Y por eso todo el rodaje se hizo en un ambiente amable y cálido. En cualquier caso, yo sólo puedo trabajar en un ambiente amable.
Además, François Berléand viene del teatro.
Ha tenido una carrera ilustre y se encuentra increíblemente a gusto. Gracias también a ese aspecto de su carrera, ha sido capaz de crear un personaje tan conmovedor y genuino, alguien con quien te encariñas. Casi imaginé al personaje de Germain parecido a un payaso. Pero tenía que ser muy generoso y con pequeños gestos tranquilizar al público y ponerlo de buen humor. Al final, la película que quería hacer era exactamente eso: hacer feliz a la gente, verla salir del cine con una sonrisa en la cara, alegre y emocionada...
GALERÍA DE FOTOS
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