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NOTAS DEL DIRECTOR...
Más de quinientas mil personas al año viajan a Turquía para hacerse un injerto capilar. Repetiré la cifra y la pondré en números para apreciar mejor su magnitud. “500.000 personas al año viajan a Turquía para hacerse un injerto capilar”. Esa cifra resonó durante días en nuestras cabezas cuando vimos los artículos sobre el turismo capilar. Y nosotros, como guionistas y gente de letras que somos, detrás de esos números lo que veíamos eran palabras. En concreto las palabras con las que se pueden escribir quinientas mil historias personales que están ahí para que alguien las cuente.
Cuando comentábamos a nuestros allegados que nos estábamos planteando la posibilidad de rodar la historia de tres calvos que se iban a Estambul a ponerse pelo, nos dimos cuenta de dos cosas: Primero de que, a bote pronto, la historia provocaba hilaridad, lo cual venía bien por eso de hacer comedia y, segundo, de que era algo que se ha puesto muy de moda por la de cantidad de gente que decía que conocía a alguien que se había hecho un implante. Eso sin contar el gran número de famosos que también había repoblado sus cabezas folículo a folículo y cuyos nombres no mencionaremos aquí para mantener su anonimato. Aunque basta con googlear “famosos implante”, para sacarlos del armario de la alopecia.
Y eso es lo que queremos hacer con “Por los Pelos, una historia de autoestima”, contar esas historias que hay detrás de cada alopecia. Bueno, si no todas, al menos tres de ellas. Las de Sebas, un padre obsesionado con evitar que sus hijas llamen papá al nuevo novio con pelazo de su ex, Juanjo, casado con una mujer obsesionada con la vida healthy, la imagen y el qué dirán, y Rayco, un cantante de reaggeaton obsesionado con que sus followers aumenten cada día.
Pero lejos de quedarnos en la superficie de las andanzas de tres hombres por Estambul, o de limitarnos a contar en qué consiste esta operación, queríamos ir un poco más allá. Nos preguntábamos qué lleva a alguien a pasar por un quirófano para mejorar su imagen. Y nos dimos cuenta de que tras el llamado turismo capilar hay falta de autoestima, complejos varios y, sobre todo, muchas ganas de ser feliz. Quién no se ha mirado al espejo alguna vez y se ha preguntado: Si pudiera cambiar algo de mi físico para sentirme mejor, ¿qué me operaría?
Vivimos en un mundo en el que las redes sociales han cambiado completamente las relaciones sociales en los últimos años. Nos fijamos en los influencers, intercambiamos memes y gifs para echar unas risas, ligamos por Tinder, exponemos nuestras vidas en Instagram y hacerse viral está a la orden del día. Este mundo de postureo puede llegar a ser un verdadero infierno para la gente que tiene problemas de autoestima.
Como bien definió Eduardo Galeano, vivimos en la cultura del envase, en la que el contrato de matrimonio importa más que el amor, el funeral más que el muerto, la ropa más que el cuerpo, el físico más que el intelecto y la misa más que Dios.
La cultura del envase desprecia el contenido.
Y esto es lo que piensan nuestros protagonistas, que cambiando su envase van a cambiar su contenido, van a vivir mejor, van a ser felices y hasta les va a salir la declaración a devolver. Pero en este viaje a Estambul, se van a dar cuenta de que su viaje será también interior, de que el hombre, a medida que se hace mayor no se hace más sabio, sólo pierde pelo, y de que para cambiar tu vida, no basta con cambiar tu físico.
DECLARACIÓN DEL DIRECTOR...
“Vivimos en un mundo en el que las redes sociales han cambiado completamente las relaciones sociales. Hay todo un mundo de postureo que puede llegar a ser un verdadero infierno para la gente que tiene problemas de autoestima. Y nuestros protagonistas creen que dejando de ser calvos van a vivir mejor, van a ser felices y hasta les va a salir la declaración a devolver. Pero en este viaje a Estambul, se van a dar cuenta de que su viaje será también interior, de que el hombre, a medida que se hace mayor no se hace más sabio, sólo pierde pelo, y de que para cambiar tu vida, no basta con cambiar tu físico”.