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NOTAS DE LA DIRECTORA...
   Mis últimos trabajos cinematográficos se han centrado en cuatro cortometrajes de no-ficción: Sub Terrae, En esas tierras, Selfie y Derivas (más información al final del dosier). Entre los puntos de unión que se establecen entre ellos se encuentra la manera en la que me acerco a un espacio determinado, en el que prácticamente no intervengo, para presentar una serie de cuestiones que me preocupan del mundo contemporáneo y cómo nos relacionamos con él.
  Desde la observación y un planteamiento poético y alegórico, con estas piezas pretendo reflexionar de forma individual, y a su vez vinculada entre ellas, sobre las particularidades y contradicciones de las sociedades generadas en las últimas décadas; el espacio y el hombre de la modernidad líquida –recurriendo al concepto de Zygmunt Bauman–, que se define por su realidad cambiante, efímera, individualista y consumista. Un hombre que  ha sobrepasado el concepto de Dios, que ha superado la sensación de la naturaleza como algo sublime hasta creer dominarla, y que tras la reciente revolución tecnológica se encuentra situado entre ese mundo que va quedando atrás y la nueva realidad que se avecina marcada por el dominio de las máquinas. Es así que estas tres realidades, hombre/naturaleza/máquinas, están presentes en los cuatro cortometrajes, aunque con planteamientos formales diferentes, con el fin de reflexionar sobre la extraña relación, el complejo diálogo y las distintas fuerzas de tensión y distensión que existen entre ellas. Como escribía Pasolini, «cuando el capitalismo se introdujo en nuestras sociedades como un sistema ideológico, la posibilidad de retornar a ciertas actitudes sociales de conciencia y de comunidad se hizo prácticamente imposible».
  Después de haber estrenado Sub Terrae en 2017 y En esas tierras en 2018, presento en esta ocasión el tercero de los trabajos, Selfie, en el 16.º DocumentaMadrid. Este corto en particular, que he planteado como una propuesta sensorial, atmosférica y ensoñada, más que desde una narrativa lógica y racional, surgió de un estado de desazón, de desconcierto, ante nuestros movimientos en las grandes urbes. Sin que tendamos a darnos cuenta, nos desplazamos de un lugar a otro condicionados por cientos de máquinas que escuchamos de forma inconsciente, que nos indican cómo debemos comportarnos y los riesgos en los que incurrimos si no seguimos sus directrices. Mientras resuena de forma constante ese «otro», nos autorretratamos haciéndonos unos «selfies» que nos devuelven imágenes en las que se tiende a adoptar la pose referencial de los anuncios; un mundo de contrastes violentos que van desde la «cultura del miedo» a una extraña relación egotista. Pero en realidad, ¿a qué miramos y quién nos mira?, ¿hacia qué miramos y hacia dónde nos miran?
  Al igual que con mis otros trabajos, al contemplar y grabar el espacio que retrata Selfie, he tenido presentes múltiples referencias que me acompañan para repensar nuestro momento histórico, desde las voces autómatas de Un mundo feliz, de Aldous Huxley, hasta 2001: Odisea en el espacio, de Stanley Kubrick, y sobre todo el gran panóptico de Michael Foucault junto con sus teorías sobre las distopías; esas representaciones imaginarias de una sociedad del futuro cuyas características son indeseables, pero que, sin embargo, nos susurran de lejos que ya están aquí.