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SINOPSIS
Suecia, 2018. Un inexplicable síndrome afecta a niños y niñas en un país acostumbrado a la perfección y el orden. Sergei y Natalia, recién llegados con sus dos hijas, esperan obtener asilo político. Trabajan duro, aprenden el idioma y se someten a inspecciones regulares. Pero cuando su solicitud es rechazada, la hija menor entra en coma, pasando a engrosar la temida lista. ¿Hasta dónde llegarán para permanecer despiertos en un mundo diseñado para adormecerlos?...
INTÉRPRETES
CHULPAN KHAMATOVA, GRIGORIY DOBRYGIN, NAOMI LAMP, MIROSLAVA PASHUTINA, ELENI ROUSSINOU, ANNA BJELKERUD, LENA ENDRE, ALICIA ERIKSSON, FRANS ISOTALO, LISA LOVEN KONGSLI, JOHANNES KUHNKE, SOFIA PEKKARI, KRISTJAN ÜKSKÜLA
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NOTAS DEL DIRECTOR...
Desde que escuché sobre el Síndrome de Resignación Infantil hace unos años, me he obsesionado con el fenómeno y la necesidad de llevarlo a la pantalla.
Millones de niños se ven obligados a huir, dejando atrás sus hogares debido a la guerra, la pobreza o la represión política, en busca de una vida digna.
Pero, ¿cómo pueden los padres brindar protección y estabilidad a sus hijos cuando saben que la realidad es de todo menos optimista?
Esto es lo que enfrentan Sergei y Natalia cuando se les niega el asilo y su hija menor sucumbe al Síndrome de Resignación, un trastorno que sume en la desesperanza a cientos de niños en Suecia.
¿Podemos realmente construir algo desde la nada con solo intentarlo lo suficiente? ¿La felicidad es algo que podemos crear por nuestra cuenta?
Vida en pausa es la historia de su lucha por recuperar la esperanza y la estabilidad, sin importar el coste. Es un relato sobre encontrar luz en medio de la oscuridad.
ENTREVISTA AL DIRECTOR...
El Síndrome de Resignación es un fenómeno poco conocido que afecta principalmente a los niños. ¿Por qué decidiste hacer una película sobre este tema?...
En 2018, leí un artículo en The New Yorker sobre el “Síndrome de Resignación” y me atrapó de inmediato. Me recordó a un cuento, pero al mismo tiempo tenía algo de distópico. Lo que más me impactó fue descubrir que este síndrome había permanecido en la sombra durante más de veinte años, a pesar de haber afectado a cientos de niños en Suecia desde principios de los años 2000. Vi en ello la oportunidad de abordar temas más amplios, como el poder del Estado sobre los individuos y plantear preguntas fundamentales como: ¿Qué tipo de sociedad estamos dejando a nuestros hijos? o ¿qué significa luchar por una vida mejor? Pero, a medida que comencé a escribir, mi objetivo principal fue encontrar la humanidad y el amor dentro de estas cuestiones más grandes, y contar la historia del peso y la responsabilidad de las acciones de cada persona.
¿Cómo investigaste sobre este síndrome?...
Empecé leyendo todo lo que encontraba y viendo documentales.
Luego, conocí a los dos principales especialistas en este síndrome a nivel mundial: la Dra. Elisabeth Hultcrantz, quien luchó para que esta condición fuera reconocida por la comunidad científica y política, y el Dr. Karl Sallin, del Instituto Karolinska, quien fue designado por el Estado sueco para investigarlo desde sus inicios en 1998 hasta la actualidad. También leí un artículo sobre Arash Javanbakht, un médico estadounidense que participó en un importante estudio sobre el tema, impulsado por Suecia en 2018.
Según sus investigaciones, los niños que padecen este síndrome suelen provenir de países donde han sufrido persecución o experiencias traumáticas demasiado intensas para sus mentes jóvenes.
Al principio, hubo quienes negaron la existencia del síndrome, argumentando que las familias manipulaban la situación para obtener el derecho de asilo. Sin embargo, en 2014 fue reconocido oficialmente como una patología en Suecia. Hoy en día, se comprende mejor su origen y se sabe que es un mecanismo de defensa postraumático, una respuesta ante el miedo a ser devueltos a su país de origen. De hecho, los niños suelen despertar del estado de resignación una vez que sus familias reciben el permiso para quedarse en el país.
Por supuesto, luego me alejé de ciertos hechos concretos para construir mis personajes y la historia de Vida en pausa.
Eso remite a los códigos visuales del cine de género antes de evolucionar hacia algo más humano. ¿Cómo desarrollaste la identidad visual de la película? ¿Era parte del proyecto desde el principio?...
Desde el comienzo, quise crear una atmósfera kafkiana, una especie de distopía burocrática que roza la ciencia ficción. Quería trasladar a la pantalla esa dimensión de cuento extraño que sentí cuando descubrí este síndrome por primera vez. En mi imaginación, las dos niñas se parecían a princesas dormidas, como en La bella durmiente.
En la primera parte de la película, queríamos mantenernos fieles tanto a la realidad como a los hechos, lo que explica la apariencia austera al inicio. En la película, hay una clínica donde se cree que los niños se recuperan más rápido si son separados de sus padres.
Sin embargo, en la segunda parte, esa frialdad inicial se quiebra para dar paso a la reconstrucción de la familia. Los padres crean una burbuja protectora y un mundo imaginario para brindarles a sus hijas una sensación de seguridad. La esperanza emerge y la vida vuelve a florecer.
¿Por qué elegiste centrar la película en una familia rusa? ¿Tiene alguna relación con el inicio de la guerra en Ucrania?...
La película está ambientada en 2018, mucho antes del inicio de la guerra en Ucrania. En ese momento, Rusia ya era prácticamente una dictadura en todo menos en el nombre. Los primeros casos niños refugiados procedentes de la antigua URSS y Yugoslavia. De hecho, el artículo de The New Yorker de 2018 relataba la historia de un niño cuya familia había huido de Rusia por razones políticas.
¿Por qué los niños de estos países parecían más afectados al principio? No lo sé con certeza, pero sin duda había un sesgo cultural en la manera en que se percibía el síndrome.
Sin embargo, no creo que esta sea la cuestión central de la película. Natalia, Sergei y sus hijas son rusos, pero podrían haber sido afganos, iraníes o palestinos...
¿Podemos decir que tu película aborda las consecuencias traumáticas de la política?...
Por supuesto. Desde el principio, mi coguionista, Stavros Pamballis, y yo coincidimos en que este contexto era fundamental para nosotros, una puerta de entrada a la historia y a los personajes.
Ambos nacimos y crecimos en países con recuerdos muy recientes de golpes de Estado, guerras y desplazamientos. El trauma vivido o heredado por la inestabilidad política está en nuestra sangre.
Desarrollar esta historia en medio de los acontecimientos recientes hizo que este contexto fuera aún más poderoso. Parece que la guerra nos rodea constantemente, generando refugiados que cada vez son tratados más como ciudadanos de segunda clase en las sociedades occidentales.
Mientras tanto, el mundo en el que vivimos se sumerge en una crisis climática que nos afecta a todos y que ya está generando nuevas oleadas de refugiados climáticos y migraciones económicas.
Desde un punto de vista político, la respuesta a todo esto ha sido una creciente frialdad, una corrección política que construye muros en lugar de puentes, que nos vuelve apáticos en lugar de empáticos. Con esta película, intentamos encontrar una forma de contrarrestar todo esto, a través de la humanidad y el amor.
¿Por qué la película está ambientada en Suecia?...
El síndrome se observó por primera vez en Suecia. Es un fenómeno muy misterioso, sobre todo porque existe una cierta idealización de la sociedad sueca. Por eso, me pareció natural situar la historia en este país.
Aunque a menudo se presenta como un modelo a seguir, el sistema sueco también tiene sus problemas. Pero esto no es algo exclusivo de Suecia. Muchos países acaban atrapados en los sistemas que ellos mismos han creado, entre la corrección política y la represión de las emociones.
Sin embargo, mi intención no es hacer una crítica. En la película, incluso los personajes responsables de esta administración distópica son retratados con cierta ternura.
Al final, también son prisioneros del sistema, como todos los demás.
¿Cómo lograste que Chulpan Khamatova, una de las grandes estrellas del teatro y cine ruso, participara en la película?...
Descubrí a Chulpan en Goodbye, Lenin! y desde entonces he seguido su carrera, desde Paper Soldier hasta su trabajo más reciente, Petrov’s Flu.
Cuando le envié el guion, enseguida se identificó con el personaje de Natalia porque, en ese momento, estaba viviendo una situación similar en la vida real. Acababa de dejar su país y estaba en el exilio.
Entendía perfectamente lo que significa ver cómo tu vida cambia de la noche a la mañana y los dilemas que enfrentan Sergei y Natalia para proteger a su familia. La historia la conmovió y aceptó unirse a este proyecto, lo cual fue una gran alegría para mí.
¿Cómo fue el proceso de selección para el papel de Sergei?...
Entrevisté a muchos actores para este papel, pero cuando conocí a Grigory y hablamos sobre el personaje, supe de inmediato que podía transmitir el peso que Sergei carga desde el inicio de la película: esa mezcla de ira, miedo a ser víctima de un ataque en su propio país y, al mismo tiempo, el desafío de un hombre orgulloso y herido que quiere luchar por sus creencias, sumado a la culpa de un padre que sabe que su familia sufre por esas mismas convicciones.
Esta combinación puede ser paralizante. A simple vista, Sergei parece pasivo, incluso indiferente cuando lo conocemos, pero Grigory logró dar vida al viaje emocional de este personaje, devolviéndole su autonomía y capacidad de expresión.
Las dos actrices jóvenes hacen un trabajo impresionante. ¿Cómo fue el trabajo con ellas?...
Buscamos a las niñas en varios países durante casi un año y medio: en Estonia, Lituania, Polonia e incluso Berlín. Quería que fueran lo más auténticas posible, con una capacidad de actuación natural. En la película, ellas no deben involucrarse en los problemas de sus padres, pero sí sufrir las consecuencias y ser las verdaderas víctimas de la historia. Su papel es crucial.
Durante varios meses, la directora de casting, Piret Toomvap-Schönberg, me envió videos y fotos para hacer una primera selección.
Luego organizamos un taller en Estonia con 70 niñas durante cuatro días, y al final del proceso tomé mi decisión definitiva.
En el rodaje, era fundamental explicarles todo con claridad, confiar en su inteligencia y en su capacidad para entender la historia, aunque no tuvieran experiencia previa y tuvieran que usar su imaginación. No hablaban inglés, así que Chulpan y Grigory me ayudaron mucho con la traducción. Esta dinámica generó un vínculo muy fuerte entre los cuatro. Con el tiempo, realmente se convirtieron en una familia. Para mí era esencial que los actores y actrices sintieran lo que experimentan sus personajes, por eso siempre insisto mucho en los ensayos.
Esta película también trata sobre la familia, la crianza y la búsqueda de un hogar seguro para las hijas. ¿Es esta la pregunta central del filme?...
Desde el primer momento en que empecé a escribir, mi objetivo principal fue encontrar la humanidad y el amor en las grandes cuestiones que plantea la película. Junto con mi coguionista, queríamos equilibrar el impacto de las políticas estatales con la reconstrucción de la familia.
Dedicamos mucho tiempo a esto. Natalia y Sergei, los padres de la historia, son emigrantes que al principio intentan adaptarse a las normas del sistema. Cumplen con lo que se espera de ellos, pero esas mismas reglas los dividen y los hacen perder el sentido de quienes son realmente. Sin embargo, el amor y la humanidad que logran recuperar en sus vidas terminan siendo lo mejor para sus hijas.
Al liberarse de esta burocracia fría y deshumanizante, Natalia y Sergei vuelven a encontrarse como pareja y reconstruyen su familia. Lo que les sucede a sus hijas es lo que los impulsa a retomar el control de sus vidas.
Creo que las nuevas generaciones nos salvarán y que las niñas, en torno a quienes comienza y termina la película, tienen el poder de perdonar los errores de sus padres.
ENTREVISTA CON CHULPAN KHAMATOVA...
¿Cómo reaccionaste cuando leíste el guion de Vida en pausa por primera vez?...
En el pasado, he trabajado con asociaciones que tratan enfermedades infantiles, por lo que el tema de esta película me conmovió profundamente y me impactó. Incluso hablé con amigos médicos sobre el Síndrome de Resignación que afecta a niños exiliados, y ninguno de ellos había oído hablar de él.
Para mí, este guion se siente como una tragedia griega. Como actriz, me encantó leerlo y, cuando decidí formar parte de este proyecto, me emocionó la idea de interpretar a este personaje. Creo que no solo debemos hablar de los temas que plantea la película, sino que debemos hacerlo en voz alta, para que el mundo los escuche.
¿Cómo percibes a tu personaje, Natalia?...
Natalia es una luchadora en esencia, alguien que trata de resistir ante la indiferencia del mundo. Está dispuesta a hacer todo lo posible para salvar a sus hijas, ya sea en Rusia, en Suecia o en cualquier otro lugar.
Está preparada para enfrentarse al sistema. Es una mujer llena de amor y cree que este es una fuerza capaz de salvar no solo a sus hijas, sino quizás al mundo entero. Para ella, el amor es la herramienta más poderosa.
¿Cómo ves a Sergei y su relación con Natalia y su hija, Alina?...
Todos ellos están en una situación desesperante. Como esposo y padre, Sergei hace lo posible por proteger a su familia, pero al final es solo un ser humano, con sus propias debilidades.
Tanto él como Natalia están sometidos a una presión extrema y, en ocasiones, reaccionan de manera instintiva, casi como animales.
Huyeron de Rusia debido a las amenazas de la policía y el gobierno, pero ahora enfrentan nuevos desafíos en Suecia, donde desean quedarse.
Sergei sueña con ser un buen padre, pero en realidad se encuentra en una posición de vulnerabilidad. La verdad es que todos los miembros de esta familia, tanto las hijas como los padres, necesitan ayuda desesperadamente.
Sergei es muy duro con su hija. ¿Crees que es demasiado severo o que intenta prepararla para que sea fuerte?...
Sí, es duro, pero lo hace por el bienestar de su familia. Es una paradoja.
Hay otra escena en la que Natalia visita a Adriana, una enfermera con un hijo de Montenegro, y después de esa visita, ella también pierde el control y empuja a su hija más de la cuenta. Bajo esas circunstancias y esa presión tan intensa, ninguno de los dos puede comportarse como un padre típico y protector.
Dicho esto, para un actor es fascinante explorar todos los matices de un personaje, mostrar su dualidad, el hecho de que puede ser fuerte y débil al mismo tiempo, bueno y cruel en distintas situaciones.
Tu personaje tiene muy pocos diálogos en la película. Tuviste que interpretar en silencio muchas escenas. ¿Qué tan desafiante fue transmitir tanto solo con expresiones faciales y lenguaje corporal?...
Actuar sin palabras es tan desafiante como actuar con ellas.
Incluso en algunos momentos le pedí a Alexandros que me diera más diálogos, pero él insistió en mantenerlo al mínimo.
En realidad, le agradezco que me haya dado la oportunidad de actuar sin necesidad de palabras. Muchas veces, un director se enfoca en grabar al actor que está diciendo sus líneas, pero no al que las está escuchando.
Alexandros me dio un gran espacio en pantalla para transmitir emociones solo con mi presencia, en silencio. Pude expresar los sentimientos de mi personaje sin necesidad de hablar, y estoy muy agradecida por eso.
En la película, la familia huye de Rusia debido a la falta de libertad y, al hacerlo, ponen en riesgo sus vidas. Se instalan en Suecia, un país que tiene la reputación de ser muy liberal y democrático. Sin embargo, la película muestra una Suecia fría y distópica. ¿Cómo te sientes con esta representación?...
Para mí, es más una metáfora que un retrato realista de Suecia.
Alexandros y su coguionista hicieron una investigación minuciosa antes de rodar, visitaron Suecia y todas las locaciones que aparecen en la película.
Si bien la película está basada en la realidad, también funciona como una metáfora más amplia. La historia ocurre en Suecia, pero podría haber transcurrido en Inglaterra, Francia o Rusia, porque el mensaje es universal.
Desde mi perspectiva, la Suecia que vemos en Vida en pausa representa un sistema que es indiferente a las personas, sus problemas y sus emociones.
Creo que Vida en pausa es una metáfora poderosa de cómo las instituciones pueden volverse en contra de la gente, de cómo la frialdad burocrática a menudo ignora las necesidades humanas más básicas.
Como refugiada rusa, ¿sentiste una conexión personal con Natalia?...
Absolutamente. Lo siento en los huesos: lo que significa dejar tu país, estar en un lugar extranjero, no pertenecer y ver cómo tus hijos aprenden el idioma nuevo mejor que tú.
Vivo en Letonia, y aunque ahora puedo hablar letón, mis hijos lo aprendieron mucho más rápido y con mayor fluidez que yo.
¿Tu propia experiencia en el exilio influyó en tu interpretación de Natalia?...
Definitivamente. Cuando ya has vivido algo parecido a lo que atraviesa tu personaje es mucho más fácil interpretarlo y darle autenticidad.
Todas las pérdidas personales que he sufrido se reflejaron en mi interpretación de Natalia.
No tuve que investigar para entender a este personaje, lo llevo en la sangre, en mi ADN. Sé lo que es la ansiedad de esperar una decisión que determine si puedes quedarte en un nuevo país con tu familia.
Esa experiencia me ayudó mucho a darle vida a Natalia.
Vida en pausa está ambientada en 2018. En 2022, Rusia invadió Ucrania (aunque el conflicto comenzó en 2014 con la anexión de Crimea). En el contexto de la guerra actual, ¿crees que la película ha adquirido un significado aún más profundo?...
Sí, creo que sí. Los problemas que enfrentan los niños exiliados ya existían en 2018, pero hoy, en Europa, hay miles de refugiados ucranianos.
Todas esas familias huyeron de Ucrania para salvar sus vidas y ahora intentan reconstruirse desde cero en un país nuevo, con otra cultura, otro idioma, nuevas escuelas, nuevos amigos…
Para los niños, esto no es nada fácil. También hay un millón de rusos que han dejado su país y deben empezar de nuevo. Es un problema enorme, especialmente para los más pequeños.
Me preocupa mucho esta situación. Como adultos, somos responsables de nuestros hijos, y ese es uno de los temas centrales de esta película.
Trabajar con asociaciones de apoyo a la infancia también me ayudó mucho a interpretar a Natalia. De alguna manera, hacer esta película fue como una especie de psicoanálisis para mí.
La rodamos hace un año y todo lo relacionado con el exilio seguía siendo muy reciente para mí, especialmente con las noticias diarias sobre la guerra.
Recibía noticias terribles desde Rusia y me preguntaba qué habría sido de mis amigos.
Durante el rodaje, una amiga cercana, la joven directora de teatro Evgenia Berkovich, fue condenada a seis años de prisión sin motivo alguno: simplemente escribió un poema contra la guerra.
Creo que es importante que el mundo sepa lo que está pasando en Rusia: personas inocentes y talentosas como Evgenia están en la cárcel. El gobierno ruso ha destruido su vida y la de sus hijos adoptivos.
Vida en pausa tiene una estética visual muy marcada y un estilo cuidadosamente diseñado. ¿Cómo fue tu relación de trabajo con Alexandros Avranas?...
Trabajar con él fue realmente interesante. Su estilo es frío y preciso, pero en el fondo tiene un corazón muy cálido y es una persona muy emocional.
Esa combinación de emoción y estilo creó una mezcla muy interesante. Alexandros usa pocas palabras y diálogos mínimos.
Como artista, no intenta explicarlo todo con palabras, lo que me parece genial. En su lugar, le gusta capturar lo que hay detrás de los silencios y los movimientos del cuerpo. Para mí, fue una experiencia fascinante.
Alexandros es un director con muchísimo talento y una persona muy valiente. Me llamó cuando nadie más quería trabajar con una actriz rusa.
Para él era muy importante que el personaje ruso fuera interpretado por un actor o actriz ruso. Siguió sus convicciones y juntos hicimos la película.
Realmente admiro su valentía. En cierto modo, él también lucha contra el sistema.
Cerca del final de Vida en pausa, hay una escena poderosa donde toda la familia nada junta en una piscina, lo que se siente como un símbolo de renacimiento. ¿Cómo interpretas esa escena?...
Esa escena nos conecta con la naturaleza. Nos recuerda que, en el fondo, somos seres humanos capaces de amar y apoyarnos mutuamente.
Nos dice que formamos parte de la naturaleza y que todos los conflictos y problemas pueden resolverse.
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