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NOTAS DEL DIRECTOR...
Después de pasar 13 años en Roma, decidí volver a casa, a Friuli Venecia Julia, a filmar mi primera película. Todos los años que pasé en Roma me ayudaron a aprender y educarme a mí mismo como director, y también me quitaron de encima la dinámica de la pequeña ciudad en la que nací y fui criado, que me tenía literalmente sumergido. Este desapego y la posterior vuelta a casa me aportaron claridad para observar mi lugar de origen, algo que de otra manera nuca hubiera conseguido, junto con unas enormes ganas de hablar sobre él.
Antes de marcharme, yo pensaba que nada interesante podía pasar jamás en un pueblo, y que las ciudades eran los únicos lugares donde disfrutar del intercambio y la interacción. Hoy en día estoy dispuesto a retractarme de ello.
Me di cuenta de que la ciudad puede enfriar e inhibir el contacto: la gente tiende a ocultarse, confundirse y perder se a sí misma. En una gran ciudad es muy común quedarse en un barrio y no encontrarse con los demás durante meses, incluso años. En un pueblo eso no pasa. El propio tamaño de los pueblos pequeños, te guste o no, obliga a todo el mundo a estar involucrado en las vidas de todos los demás: es imposible evitar la atención de la comunidad, es imposible ocultarse, es imposible perder de vista a los demás.
En el lugar de donde soy, el centro neurálgico de la interacción social es la taverna, donde las caras, las noticias, las vidas, las frustraciones y las pasiones se entrecruzan. La taverna es un escenario donde el ritmo pausado de las vidas de los clientes vence al tiempo; clientes que son como actores principiantes, que encuentran allí un refugio habitual, mientras comparten la alegría y el dolor con amigos y vino, discutiendo sobre dilemas sin conseguir respuestas.
Años atrás conocí a un tímido adolescente con un enorme talento para los dardos. Solo cuando tenía los dardos en sus manos la mirada fija en el blanco podía aceptar ser el centro de atención. Durante el juego, se convertía en alguien fuerte casi temerario en relación con los demás, y sus ojos brillaban con perspicacia. Una vez que el juego terminaba, volvía a rocultarse bajo la sombra de su timidez habitual. Convertí el recuerdo de aquél chico en mi Zoran (Rok Prasnikar). Paolo (Giuseppe Batiston), por otro lado, es una mezcla de toda la gente que vive en mi pueblo. Gente que pasa sus días fantaseando con lugares a los que les gustaría ir, sabiendo que nunca van a marcharse. Gente que pasó una semana en París cuando fue de luna de miel hace décadas y que habla con facilidad sobre las principales capitales europeas. Hombres que están al mismo tiempo orgullosos y frustrados, porque nunca han salido de la taberna, y ahogan ese conflicto en otra copa de vino. Y cuando Paolo, curtido y resignado, un niño que nunca creció, se encuentre con el genuino Zoran, que por el contrario quiere crecer, ¿será capaz de escoger el camino que le llevará a cambiar, a través de una senda diferente con la que siempre ha soñado pero que nunca ha llegado a pisar?
Difícil tarea, teniendo en cuenta que Paolo flota en una piscina llena de seres humanos reales y resignados, apasionados y pausados, agotados e irónicos, que hablan para hacer desaparecer el silencio, que usan palabras para ocultar las palabras que no pueden decir. Paolo está en medio de este torbellino frenético y lento, que ha estado alimentando constantemente su soledad sin sentido. Los personajes que le rodean se disipan lentamente a lo largo de la película.
El mundo que palidece alrededor de Paolo se vuelve cada vez más frenético en torno a su solitaria alma en descomposición, llena de lágrimas y delirio.
El personaje oculto de esta película es el vino. Mientras en cualquier otro lugar de Italia es habitual decir “¿por qué no salimos a tomar un café?”, en Friuli se dice “¿por qué no salimos a tomar una copa?”. Se sobreentiende que estamos hablando de vino. El vino de mi región te hace tomar una decisión y perder mejores oportunidades, te confunde, enfatiza, aturde o levanta el ánimo. El vino como cómplice del protagonista en su maquinación de infructuosos planes y como compañero en su pertinaz soledad.
He intentado guiar al espectador a través del ritmo de vida de mi pueblo, he intentado incorporar a aquellos personajes a los que conozco tan bien, que se mueven despacio y nunca tienen prisa. Por ese motivo elegí mantener la cámara fija y estática, completamente al servicio del argumento. Quería que mi dirección fuese funcional y muy precisa en la lentitud de los personajes, con una fotografía opaca y ligeramente brillante. Creé una comedia en toda regla, pero sin el ritmo clásico del género, intentando dar espacio a los sentimientos de los personajes en lugar de encerrarlos en una jaula de de relaciones causa-efecto.