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SINOPSIS
Cuenta la historia del verdadero carpintero que intentó asesinar a Hitler. Si el Fúhrer no se hubiese marchado 13 minutos antes del podio la historia hubiese cambiado...
INTÉRPRETES
CHRISTIAN FRIEDEL, KATHARINE SCHUTTLER, BURGHART KLAUBNER, JOHANN VON BULOW, FELIZ EITNER, DAVID ZIMMERSCHIED, RÜDIGER KLINK, SIMON LICHT
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INFORMACIÓN EXCLUSIVA
Se trata de un retrato emocional y sorprendente de un integrante de la resistencia alemana que trató de asesinar a Hitler en la cervecería muniquesa Bürgerbräukeller, el 8 de noviembre de 1939. Georg Elser fue un hombre que pudo cambiar la historia del mundo y salvar a millones de vidas humanas, con tal de haber podido contar con 13 minutos más. Con 13 minutos más, la bomba que montó personalmente habría destrozado a Adolf Hitler y sus secuaces. Pero eso no iba a pasar, y el 8 de noviembre de 1939, Hitler abandonó antes de lo previsto la escena del atentado, haciendo que Elser errara catastróficamente. ¿Quién era este hombre que reconoció el peligro que emanaba de Hitler antes que muchos otros, y pasó a la acción cuando el resto, incluso los generales alemanes, obedecieron las órdenes sumisamente o permanecieron callados? ¿Qué es lo que vio que nuestros padres o abuelos no vieron o no quisieron ver? ¿El hombre que les dijo a la cara a sus torturadores que quería evitar el derramamiento de sangre de una inminente guerra mundial? La película 13 minutos narra el trasfondo del ataque fallido a la Bürgerbräukeller, y dibuja un retrato emocional, lleno de suspense, del resistente llamado “Georgie“ en su ciudad natal. Una historia que nos lleva desde sus años jóvenes en los Alpes suabios, cuando el nacionalsocialismo llegó a su pueblo, hasta sus últimos días en el campo de concentración de Dachau, donde fue asesinado poco antes de que acabara la guerra por orden del único hombre que él mismo habría querido eliminar, Adolf Hitler.
La búsqueda de pistas llevó a Léonie-Claire y a Boris Ausserer, primero a la casa de Elser, en el Jura de Suabia, donde recibieron gran apoyo de Joachim Ziller, el director del Memorial a Georg-Elser, y Primer Oficial en el ayuntamiento de Königsbronn. La autora describe su primer contacto: “Se mostró entusiasmado ante nuestro proyecto, pues creía que ya era hora de un film realista, históricamente correcto sobre Elser. Mantuvimos muchas conversaciones con él; nos facilitó todos los documentos registrados y otros papeles y material de archivo, y nos puso en contacto con familiares cercanos e importantes testigos de la época”. Pronto se hizo evidente que muchos de éstos, e incluso sus descendientes, todavía eran reticentes a hablar sobre el tema “Elser”: “Me emocionó sobremanera la declaración de una familiar que actualmente cuenta unos 85 años y vive en el Lago Tegernsee. Nos dijo que llevaba toda la vida injuriada por proceder de ese ‘establo de los Elser’, y que se había avergonzado de ello. Pero ahora, estaba harta y hablaría: ‘¡Me siento orgullosa!‘ Debido a nuestro proyecto cinematográfico, había reflexionado sobre la historia una vez más, y había llegado a la conclusión de que Georg Elser había sido un gran hombre, al fin y al cabo“.
Los productores estaban particularmente felices de poder contar con Oliver Hirschbiegel a la dirección. “Con un proyecto de estas dimensiones, dudas una y otra vez si estás en el camino correcto“ —admite Oliver Schündler—. “Pero entonces envías este guión a Oliver Hirschbiegel, quien permite se le hagan llegar docenas, si no centenares de guiones, y que en la pasada década ha declinado todas las ofertas provenientes de Alemania; y cuatro días más tarde se sienta frente a ti, te sonríe, y pregunta: ‘Así qué, ¿hacemos o no esa película?‘ ¡Le encantaba el guión, sin ningún ‘si’, ‘y’ o ‘pero’!
Fred Breinersdorfer confirma que Hirschbiegel era “un absoluto golpe de suerte“ para la película: “Comenzando por su enorme bagaje sobre los tiempos de los nazis, que acumuló debido a su interés personal al realizar El hundimiento, pasando por su sensacional capacidad cinemática, hasta llegar a su increíble virtuosismo en el manejo de los actores y el equipo técnico”. “Nunca antes había conocido a un director que viera en mente el film acabado mientras aún está rodando y además con tanta precisión como lo hizo Oliver —añade Schündler—. Hirschbiegel no sólo tenía un conocimiento preciso de los años 1933-1945, sino que también podía narrar los más grandes dramas en los espacios más limitados: “Nos dimos cuenta inmediatamente de que, por un lado, con él teníamos una rigurosa mente política, y por otro, un narrador emocional de primer orden.”
Tras el largo tiempo de preparación, llegó finalmente el rodaje desde principios de julio hasta principios de septiembre de 2014: 14 días en Baden-Württemberg, 10 en Baviera, 10 en el sur del Tirol, y 6 en Berlín. “Los numerosos traslados requirieron naturalmente un enorme esfuerzo logístico, pero ello es esencialmente inevitable en películas históricas si se quiere dar con escenarios verdaderamente convincentes“ —asegura Boris Ausserer—. “Por ejemplo, llevábamos buscando por todo Baden-Württemberg para encontrar un auténtico pueblo de trabajadores que se pareciera a Königsbronn en los tiempos de Elser. El problema estribaba en que la mayoría de los pueblos habían sido restaurados bellamente, y hacían gala de pintorescos entramados de madera en las fachadas, pero en la década de los treinta se solían encalar”. La producción finalmente dio con Weidenberg, en la Alta Franconia, donde se podían filmar muchos exteriores, como la escena en el mercado, pero también las tomas en torno a la casa de los padres de Elser.
Para Ausserer, era particularmente interesante observar al realizador y su director de fotografía, Judith Kaufmann, en su primera colaboración. “Ambos sentían curiosidad por el otro“—asegura el productor—. “Tras una semana, aproximadamente, apenas ya intercambiaban una palabra. Y no porque no pudieran aguantarse, sino porque se entendían casi a ciegas: una mirada, o un leve grito eran suficiente para saber qué es lo que se tenía que hacer. Creo que los dos estaban hechos el uno para el otro“. También estuvieron enseguida de acuerdo con el concepto de producción: mientras las escenas de interrogatorios quedaban bañadas prácticamente en grises monocromos con encuadres estáticos adrede, con miras a obtener una atmósfera de desesperanza, Judith Kaufmann filmó los flashbacks del pasado multifacético de Elser mayoritariamente con una cámara de teléfono móvil y unos atrevidos colores llamativos.
La investigación finalmente proveyó a los autores con un enfoque totalmente nuevo acerca de la personalidad del potencial asesino de Hitler. “Habitualmente, aparece en las fotos de la Gestapo tras su encarcelamiento, donde se perciben las heridas derivadas de la tortura. Una visión dolorosa. De Von Stauffenberg y de los hermanos Scholl, sin embargo, existe una iconografía completamente distinta“, informa Fred Breinersdorfer. “Además, se describe a Elser como un reparador inadaptado; así que la imagen que se hizo fue la de un quejica suabio resentido de todo, y que finalmente construyó la bomba. Pero Elser, muy al contrario, fue un músico apasionado de la vida, un galán que amaba la libertad, que se hizo resistente por la asfixiante aceptación del totalitarismo nazi. Más tarde, llegado el momento de preparar el atentado de verdad, efectivamente se aisló, pero sólo para proteger a su familia, amante y amigos. En los interrogatorios, además, mantuvo con la Gestapo la táctica de negar conocer incluso a simples conocidos para no perjudicarles. Es desconcertante que esta retorcida imagen se aceptara sin rechistar tras la guerra“. Su hija añade: “Durante décadas, fue tomado como un tonto solitario y un inadaptado social, cuando en realidad fue un pícaro encantador. Durante el interrogatorio, hizo declaraciones de candor desarmante como: ‘No estaba allí para encontrarme con chicas, ya que conozco a chicas más que suficientes por todas partes.‘ En Königsbronn, una anciana dama que le había conocido personalmente, me dijo efusivamente: ‘Sí, ese Elser era un tipo muy apuesto’”!
El 8 de noviembre de 1939, el curso de la historia del mundo, atónita ante el asalto a Polonia que la Wehrmacht alemana había iniciado unas pocas semanas antes, hubiera podido experimentar un giro que habría ahorrado a la humanidad del momento mucho dolor y aflicción como consecuencia de la destrucción bélica, la ocupación alemana, los campos de exterminio, el genocidio, la cautividad de guerra, el bombardeo de las ciudades, la expulsión y la división de Europa.
La lucha de los nacionalsocialistas contra los oponentes bélicos no se entendía exclusivamente contra el enemigo extranjero, sino también en casa, en el “frente interno”. Allí, podía girarse y se giraría contra todos los que habían sido considerados oponentes por las autoridades en la lucha por el reclamo del liderazgo filosófico. En Alemania, la gente que había sido definida como “enemiga” filosófica y racialmente había sido bautizada como partidaria del supuesto “mal absoluto”. A menudo, los vecinos devinieron asesinos con la aprobación del estado, movilizados renovadamente, y finalmente motivados a la guerra antes que llevados a la misma, de la que sólo habrían podido librarse si los alemanes hubieran girado las armas contra su propio gobierno.
Pero el 8 de noviembre de 1939, olvidado y desplazado con demasiada rapidez tras 1945, un único hombre había intentado dar un giro distinto y decisivo a la guerra que ya había comenzado. Mientras tanto, su acto ha sido reconstruido meticulosamente por la ciencia histórica, y es, comparado con los cincuenta, muy bien conocido.
Orígen y carácter...
Nacido en 1903 en Hermaringen, Württemberg, Georg Elser creció en Königsbronn con una situación familiar difícil y constreñida. El padre era alcohólico e irascible; la familia vivía en la pobreza. Muy pronto, Elser despuntó con talento excepcional para la labor artesana y artística. Tras siete años en la escuela, y un aprendizaje en labores de fundición en Königsbronn, que hubo de abandonar por motivos de salud, comenzó el aprendizaje como carpintero. Era un excelente trabajador, y se enorgullecía de su oficio, pero también exigía reconocimiento y una remuneración acorde. Sorprendía en él su alto sentido de lo justo. Daba gran importancia a su independencia interior y social tanto en su vida laboral como en la privada,. Ello incidió en cómo vivía la vida, lo que no siempre hallaba la aprobación de su entorno, y redundaba en la impresión que Elser era un inadaptado social. Tuvo que cambiar en varias ocasiones de lugar de trabajo en el contexto de los conflictos económicos de finales de los años veinte, que a continuación llevaron a una horrible crisis económica. Aunque esto fue interpretado luego como debido a su inquietud, la ausencia de encargos para empresas era la razón para sus cambios de posición, ya que todos y cada uno de sus patronos apreciaban grandemente sus logros profesionales.
Se consideraba a Georg Elser una persona introvertida y taciturna, y ello, pese a ser alguien muy sociable. Practicaba música desde sus días en la escuela de Königsbronn. En Constanza, se unió a un club de vestidos folklóricos; en Königsbronn, al club de la cítara. Tocaba el contrabajo para la sociedad coral de su ciudad natal, y frecuentemente incitaba al entusiasmo por las danzas que acompañaba musicalmente. También le agradaba hacer largas excursiones con amigos. Atraía a las mujeres; les agradaba por su actitud amable y fiable. En 1930, su amiga Mathilde Niedermann dio a luz a Manfred, uno de los hijos de Elser.
No parece que a Elser se le hubiera estimulado políticamente hasta su aprendizaje. Se hizo miembro del sindicato de carpinteros, y en 1928/29 se unió a los comunistas de la “Roter Frontkämpferbund”, pero sin un compromiso férreo en ninguna de las dos organizaciones. Hasta 1933, votaba por el Partido Comunista de Alemania por iniciativa propia, pues consideró este partido el que mejor representaba los intereses de los trabajadores. Elser rechazó rotundamente el ascendiente nacionalsocialismo desde un principio. Evitaba las manifestaciones de la Sección de Asalto (SA), del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, y de las Juventudes Hitlerianas, y rechazó categóricamente el "saludo de los nazis". Para él, era anatema asistir a los discursos públicos de Hitler, que se emitían por radio y que tronaban en lugares públicos por medio de altavoces. Todo ello demuestra que la propaganda nacionalsocialista no le impresionaba.
De modo ejemplar, demostró con su complot, preparado largamente, que un único hombre, para nada en el centro del poder, fue capaz de evitar la arrogancia del gobierno nazi, incluso en el controlado contexto rural, y reconocer la injusticia, indignarse, y actuar decididamente. La comprensión política de Elser vino marcada por su propio empeño en alcanzar la libertad e independencia, y por una combinación de experiencias y de tradiciones bien diversas. Piadoso, sindicalista, y con nociones políticas: todo ello se sobreponía en su filosofía, que no era extraña a la anarquía. Pues anarquía no era sinónimo de caos, sino que reflejaba el anhelo por una sociedad sin dirigentes. A esto se añadía un agudo ojo para con la realidad. El deterioro de las condiciones de vida después de 1933 devino un motivo decisivo para su oposición al nacionalsocialismo.
En 1937/38, hubo otro motivo político que pasó a primer plano: preocupaba a Elser los exhaustivos preparativos propagandísticos y militares para la guerra. Cuando supo que en septiembre de 1938 los poderes occidentales cedían a las demandas alemanas en la Conferencia de Munich, sintió que tenía una tarea que cumplir. Se alarmó para sí cuando las tropas alemanas marcharon sobre el territorio de los sudetes, y cuando unos pocos meses después también ocuparon el territorio checo para convertirlo en un protectorado.
El hecho...
Con miras a encontrar un lugar adecuado para su atentado, Elser fue a Munich el 8 de noviembre de 1938. La ciudad permanecía como centro del culto a la memoria nacionalsocialista tras el ascenso al poder de Hitler. El 8 de noviembre de 1938, la tarde del quinceavo aniversario del golpe de estado de Hitler de 1923, inspeccionó la Bürgerbräukeller; al día siguiente, observó la marcha memorial del liderazgo nacionalsocialista por todo Munich, la consagración de nuevas banderas por contacto con la Blutfahne (“bandera de sangre”), y el homenaje a los muertos del 9 de noviembre de 1923, que pseudoreligiosamente habían sido sublimados como “testigos de sangre“. Y tomó una decisión: reservar la Bürgerbräukeller como lugar para el asesinato con explosivos del líder de los nacionalsocialistas, y llevar a término el atentado, que consideraba inevitable.
Elser preparó el golpe con determinación. En su taller, “Trabajos de armazón Heidenheim”, se las arregló para organizar un mínimo de 250 comprimidos de pólvora prensada y varios detonadores. Fabricó los explosivos en su ropero, luego en una maleta de madera con falso fondo. Al mismo tiempo, dibujaba planos para un dispositivo explosivo que luego la Gestapo y la prensa bautizarían como “máquina infernal“, y desarrolló un complejo mecanismo detonador con dos detonadores por si uno de ellos fallaba. En abril de 1939, regresó a Munich para inspeccionar la seguridad del salón y sus accesos. También midió la columna detrás del atril, donde pretendía ocultar el dispositivo. Incluso llegó a intentar ser empleado por la Bürgerbräukeller, aunque sin éxito.
Desde abril de 1939, Elser llevaba trabajando en una cantera de Königsbronn, y pudo apropiarse de cien cartuchos explosivos y de más de ciento veinticinco detonadores de mecha. Tras un accidente de trabajo en 1939, que probablemente provocó, se concentró por completo en los preparativos para su atentado. En julio de 1939, probó explosiones en el frutal de sus padres, y un mes después, se trasladó a Munich decidido a llevar a término el atentado según lo planeado. Desde septiembre, llevaba viviendo en la Türkenstraße como inquilino, mientras se ocupaba en talleres artesanos de Munich como trabajador ocasional para no otra cosa que fabricar partes que necesitaba para la construcción del dispositivo explosivo. Noche tras noche, Elser se ocultaba en la galería del salón de baile de la Bürgerbräukeller para quedar encerrado y desapercibido tras el cierre. Con instrumentos rudimentarios, entre agosto y noviembre de 1939, logró preparar la columna tras el atril de Hitler de tal modo que pudo ocultar los explosivos y los detonadores.
El trabajo era agotador. Elser tenía que esconderse y fue sorprendido en varias ocasiones. Metía los escombros en un saco casero y se los llevaba de día, bajo la mirada de las camareras de la Bürgerbräukeller. El trabajo devino una carrera contrarreloj puesto que todo debía estar terminado para el mitin de noviembre de 1939. Aunque no podía evitar la guerra, que Alemania había comenzado al invadir Polonia el 1 de septiembre de 1939, ello robustecía la determinación de Elser para evitar “incluso un mayor derramamiento de sangre”.
Durante la noche del 2 de noviembre, Elser ocultó finalmente su artefacto en la columna, y rellenó el resto de la cavidad con explosivos adicionales y pólvora. El complicado mecanismo detonante, que permitía activarse seis días antes, se instaló la noche del 5 de noviembre de 1939. En la mañana del 6 de noviembre, activó los dos mecanismos de relojería para la tarde del 8 de noviembre. Con eso, luego confesó que dejó “la cosa seguir su propio curso". Tras una última inspección de los detonadores de tiempo la noche anterior al 8 de noviembre, Georg Elser dejó Munich camino del Lago de Constanza con la intención de pasar a Suiza.
Hitler se salvó por una coincidencia: debido a la guerra y al ataque planeado de las tropas alemanas en occidente, había decidido por una vez no hablar personalmente en el aniversario de su golpe de estado. En lugar de él, iba a hacerlo su teniente Rudolf Heß. Pero inadvertidamente, Hitler decidió dar un breve discurso fundamental, en el que atacó al gobierno británico. Habló significativamente muy poco tiempo en relación a eventos anteriores, y acabó mucho antes de lo que Elser había previsto. Hitler partió hacia Berlín inmediatamente. Debido a las condiciones meteorológicas, le fue imposible tomar el avión, y tuvo que arreglárselas mediante un tren especial de la Reichsbahn. Sobre las 9h de la noche, Hitler, junto a sus oficiales nacionalsocialistas de alto rango, abandonó el salón, en el que el artefacto explotaría veinte minutos después. Perdieron la vida ocho personas, entre ellas una camarera: la muerte de esta mujer inocente le pesó mucho a Elser. Donde se hallaba el atril de Hitler, había un buen montón de escombros. La explosión había reventado la columna tan manipulada y causó el colapso del techo.
Elser ya había sido arrestado una hora antes en Constanza, a muy poca distancia de la frontera con Suiza, y traspasado a la policía dados los sospechosos objetos de sus maletas. Tras largos interrogatorios y torturas, confesó el hecho unos días después, y su intención de lograr con él la paz en Europa. Estuvo preso durante cuatro años, primero en el campo de concentración de Sachsenhausen, y luego en el de Dachau, totalmente aislado. El 9 de abril de 1945 le dispararon con insidia por orden del mando de la Gestapo. Esos son los hechos en pocas palabras.
Elser – ¿Terrorista o Resistente?...
Elser se puso en contra del totalitarismo dictatorial y devino su víctima. Todo aquél que se opone a los tiranos merece que la posteridad considere las razones que le motivaron desde la ética y la moral a adoptar una decisión, pero no la aseveración difamatoria que Elser sufrió tildándolo de terrorista irresponsable. Entretanto, el acto de Elser se valora; y escuelas, plazas y calles llevan su nombre. Fue un hombre excepcional porque rebasó sus propios límites, y con su acto se sitúa por encima de sus contemporáneos.
Elser no fue un terrorista, sino un resistente. El nacionalsocialismo sabía esto. Hicieron una conexión que la sociedad alemana tras la guerra en Alemania no quiso reconocer. Asesinaron a Elser el 9 de abril de 1945, tan sólo unas pocas semanas antes del final del estado nacionalsocialista, en el mismo día que Bonhoeffer, Canaris, Sack y Dohnanyi. Elser no está cuestionado, pues su acto es comprensible si uno acepta que el Tercer Reich era un estado indecente e ilegal. Lo que sigue siendo cuestionado para la posteridad contemplativa es la sociedad alemana que apoyó el gobierno de Hitler, y los militares que estuvieron de su parte hasta el amargo final, y que difamando a la resistencia incluso después de 1945, mantuvieron el moralmente reprobable juramento a su “Führer” y a una bandera que llevaba la esvástica.