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CRITICA
Por: PACO CASADO
El director John Ford era un maestro haciendo westerns y también cualquier otro género. Películas como El delator (1935), La diligencia (1939), Las uvas de la ira (1940), Pasión de los fuertes (1946), Fort Apache (1948), o El hombre tranquilo (1952) por no citar muchos títulos más, lo atestiguan sobradamente.
Ethan Edwards, un veterano confederado con cicatrices de la Guerra Civil norteamericana vuelve tras tres años de ausencia a la granja de su hermano Aaron con la idea de hallar la paz cuando se encuentra que tiene que emprender un viaje para llevar a cabo el rescate de su sobrina Debbie Edwards de quince años que ha sido secuestrada por los comanches, tras asesinar a su hermano.
Ethan decide recuperarla como sea y comienza una infatigable búsqueda para encontrarla.
En este caso de Centauros del desierto (1956), con un flojo guion de Frank S. Nugent, extraído de la novela de Alan Le May, se lleva a cabo una gran idea: el contraste existente entre la salvaje pradera del Oeste, poblada de múltiples peligros, y la paz, la tranquilidad del hogar de los hombres y mujeres que fueron a sus tierras dispuestos a colonizarlas y establecerse en ellas.
Los metros iniciales del film nos sorprenden por su notable calidad plástica, su lírica humanísima, su profundidad, su encanto, que hacen presagiar una espléndida cinta.
Ford echó toda su ciencia en lo que sabía que merecía un gran trabajo y descartó lo que la historia tiene de repetición de los mismos temas ingenuos que impulsaron al género western a buscar otros caminos.
Al final lo esencial vuelve a resurgir, una vez más, para levantar la película, que supuso un cambio de registro para el actor John Wayne, aya que Ford le propuso hacer un personaje atormentado y de progresiva degeneración psicológica, con un odio irracional hacia los indios.
Una magnífica fotografía de Winton C. Hoch cercana a la pintura, una buena música de Max Steiner y una notable interpretación en general de todos los actores que componen el reparto.
John Ford quiso homenajear a una de la grandes estrellas del cine del Oeste, Harry Carey, que había muerto en 1947 y contrató a su esposa, Olive Carey, y a su hijo, Harry Carey jr., para interpretar dos de los papeles secundarios.
Según Ford "es la tragedia de un solitario que nunca podría formar una familia".
Para algunos es la cumbre de su cine y la consideran como uno de los mejores western de la historia del cine.
Patrick Wayne ganó el Globo de oro como actor promesa.
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