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CRITICA
Por: PACO CASADO
A veces los festivales de cine sirven para recuperar películas que tal vez de otra forma nunca hubieran llegado a nuestras pantallas comerciales.
Esto ocurrió con 'Akira' (1988), un film de anime post-apocalíptico que fue presentado en el Festival de cine Fantástico de Sitges en 1991 y posteriormente en el de Amsterdam donde ganó el premio Pantalla de plata en 1992, lo que hizo que viera la luz de la distribución comercial en España cuatro años más tarde a pesar de ser una producción de 1988.
Debido a su éxito tuvo una primera reposición en 2016 y de nuevo se repone en este 2020.
Katsuhiro Otomo, uno de los dibujantes más conocidos entre los japoneses, de 38 años a la hora de escribir esta crítica en su estreno, sacó este tebeo o manga, como lo llaman en Japón en el año 1983.
En Francia se importó en 1990 y también sucedió así en España, teniendo en ambos países un gran impacto, como anteriormente lo fue igualmente en Japón con tres millones de ejemplares vendidos.
Ha sido el propio autor, experto en dibujos animados, quien se ha encargado de trasladarlo al cine, con un coste de unos siete millones de dólares y con 2.212 planos diferentes para las dos largas horas de proyección que dura, que se ha convertido en la producción de anime más cara hasta el momento de su estreno.
Pero no se trata de una cinta para niños, sino como el comic, es un producto creado especialmente para espectadores adultos.
La acción se sitúa en el año 2020, en un Neo-Tokio, versión reconstruida de la capital japonesa tras la Tercera Guerra Mundial nuclear habida en 1988.
Kaneda, jefe de una banda de delincuentes juveniles compite con su moto, cuando su amigo Tetsuo resulta herido al chocar con un extraño chico producto de un experimento y los militares se lo llevan.
Kaneda está dispuesto a rescatarlo y logra entrar en las instalaciones donde se llevan a cabo experimentos con seres humanos por parte del gobierno de forma secreta conocidos como Akira, que a poco de comenzar se le va rápidamente de las manos porque no saben cómo controlarlo.
En un estado policial, de políticos tramposos, sectas religiosas y clanes revolucionarios y disturbios constantes, todos los grupos rivales quieren controlar el experimento, del que surge un chico con unos extraños poderes psíquicos, que ha sido mantenido bajo custodia criogénica por más de treinta años.
Pero en medio de esta tensa atmósfera, un joven llamado Tetsuo Shima libera a Akira.
En este ambiente apocalíptico, el autor quiere mezclar demasiadas cosas, como los poderes mentales, (una fuerza poderosa que llaman energía absoluta), la ambición del poder político y tecnológico, o en el aspecto social, la reforma educativa, la violencia, las drogas, la codicia del ser humano, la corrupción, el sexo, las bandas juveniles y el descontrol total, la crisis medioambiental, así como la falta de información en una juventud demasiado descarriada y sin unos objetivos concretos.
Todo eso hace que al querer meter excesivos temas le salga un guion bastante confuso y desbarajustado, con personajes que no están bien perfilados, que pierde el ritmo en muchas ocasiones, que alarga escenas de forma innecesaria, como ocurre con la hecatombe final.
A cambio derrocha imaginación tanto en lo referente a los dibujos como en la técnica empleada en los fondos, los ambientes, los tipos y personajes por lo que ha causado cierta revolución en este campo, lo que la ha convertido con el paso de los años en una obra de culto para los aficionados al género del manga.
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