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CRITICA
Por: PACO CASADO
Esta película trata una cuestión que está muy de actualidad, al menos para los españoles, con la pretensión de independencia de Cataluña o como en su día ocurrió en el Reino Unido.
Comedia y drama se funden en ella en la que el Rey Nicolás III debe realizar un viaje a Estambul acompañado del cineasta británico Duncan Lloyd, encargado de filmar la visita a la ciudad turca con el fin de mejorar la aburrida imagen del monarca.
Pero durante su estancia allí, los planes del rey se ven interrumpidos por una terrible noticia: la región de Valonia, en el sur de Bélgica, ha declarado su independencia y el país se desmorona.
Entonces el soberano decide escribir su propio discurso y salvar su reino, pero se topará con una fuerte tormenta que ha provocado el cierre del espacio aéreo y se han cortado las comunicaciones, lo que le impiden volver a su país.
Ante esta complicada situación, sin mapas, sin teléfonos y sin posibilidad de pedir ayuda, tomará un camino alternativo que le llevará a conocer desconocidas regiones de la Europa comunitaria como Albania, los Balcanes o Bulgaria, mientras la policía turca pretende devolverlo a Estambul.
Con la ayuda del cineasta inglés y un grupo de músicos búlgaros, logrará cruzar las frontera de incógnito tras una intrépida aventura por los Balcanes en la que conocerá el mundo real.
Rodada como un falso documental, a partir de una premisa tan prometedora, los directores hacen un film tan poco creíble y soso como el documental que se pretendía rodar.
Lo que en principio se pretende que sea una comedia alegre y divertida se convierte en un desfile de tópicos en una cinta con una increíble historia en la que el factor político queda en segundo plano y cede la primacía al periplo personal del rey, un alma solitaria que deambula perdido, que termina reflexionando sobre su lugar en el mundo.
En su lugar se podía haber incluido temas más importantes, como la problemática de los emigrantes, la identidad de los países de la unión europea o los movimientos independentistas dentro de sus estados miembros, entre otros.
La dupla de directores formada por Peter Brosens y Jessica Woodworth, que hacen con éste su cuarto largometraje, siempre compartiendo la realización, prefieren hacer una road movie en la que se suceden las situaciones absurdas y descubren las alegrías de las gentes sencillas de aquellos lugares por donde van circulando, que se lo pasa pipa con abundantes comilonas, bebidas, canciones, músicas tradicionales y un fragmento de la suite Peer Gynt, de Grieg.
Para hacer más creíble el documental se emplea a veces la cámara a mano, aunque no se abusa de ello, ni resulta mareante.
Parte de una premisa fallida ya que su planteamiento de la historia es tan irreal y absurdo que se cae por su base, con una interpretación correcta de los actores, aunque alguno de ellos resulta un tanto cansino y después sus personajes se difuminan.
Se intenta humanizar al rey, en una historia con momentos que pretenden ser simpáticos, que dan poco de sí.
Con algo más de ingenio y con menos tópicos, hubiera sido más interesante ya que se mete con todo, el protocolo, la diplomacia, siendo el rey el más campechano, cálido y humano, pero tiene gags con poca gracia, o será que no conocemos el humor belga, y no se acaba de cree una historia, que transcurre sin pena ni gloria.
Premiada en los Festivales de Rotterdam y San José.
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