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CRITICA
Por: PACO CASADO
Una vez más la Guerra civil española, aunque con una propuesta diferente, se hace presente en esta producción vasca que llega a nuestras carteleras.
Una tragicomedia surrealista en la que el protagonista, Rogelio, pasa de ser un falangista que cada noche sale a asesinar a cualquiera sospechoso de ser rojo, a convertirse en un ermitaño, un santón, que custodia una higuera, al que comienzan a acudir peregrinos al correrse la voz de tener unos supuestos poderes curativos, alentados por Cipriana, la mujer del alcalde, para fomentar el turismo.
Basada en la novela 'La higuera', del bilbaíno Ramiro Pinilla, publicada en 2006, muestra el patetismo de la España de la aniquilación de los vencidos a mano de los vencedores en un pequeño pueblo del norte.
En ella se mezcla el franquismo, el drama y la religión con el humor y la ternura.
Es una especie de metáfora del paso del tiempos desde la España del 36 en donde se comete el asesinato de un padre y un hijo que son enterrados juntos en una tumba anónima, y otro de los hijos planta encima una higuera que cuida regándola cada noche, hasta que el propio ejecutor se encarga de conservar su memoria, mientras que los que le acompañaban se convierten en jerifaltes del régimen y tratan de esconder esa historia como sea que despierta el recelo de sus camaradas.
Aunque Rogelio no se llega a arrepentir, tiene un sentimiento de culpa y de resposabilidad sobre lo que hizo y de esa manera trata de pagarlo.
A pesar de estar situada la acción durante la etapa final de la guerra civil, ésta no se ve, sólo sus consecuencias, con la existencia de los dos bandos, donde la venganza provocada por las envidias y las injusticias, son las que marcan la vida, y las decisiones que se toman a golpe de llamada en la puerta y después el tropiezo con una mirada inocente, que mueve la conciencia y saca lo mejor del ser humano mientras los muertos son sepultados.
Entre tanto la naturaleza marca el paso del tiempo y nos recuerda que no debemos olvidar, para no repetir la historia. Con guion, montaje y dirección de la navarra Ana Murugarren, que hace su segundo largometraje después de 'Tres mentiras' (2014), que nada tiene que ver con ésta, tiene falta de una mayor tensión dramática y resulta un tanto irregular.
Posee un argumento interesante con esos falangistas que se llevan a las gentes de noche para pegarles un tiro.
La película no pretende reivindicar nada, ni hacer venganza de algo ya pasado, ya que esto ocurre en todas las guerras civiles, pero es un argumento muy cinematográfico.
Rogelio es el protagonista, un malo que a lo largo del tiempo va haciendo dejación de su ideología, sin que en ningún momento pida perdón al niño, y poco a poco se va transformando.
Todo comienza con una mirada de odio de ese niño sobre el que piensa que cuando se mayor algún día le matará.
El film es un drama esperpéntico con trasfondo político pero también tiene sus gotas de humor, en una combinación con la comedia, cuyo protagonista termina empatizando con el espectador al redimirse de sus crímenes de cuando era un pistolero falangista de gatillo fácil, del que hace un trabajo destacable Karra Elejalde al frente de un reparto notable, como también lo es la fotografía.
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