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CRITICA
Por: PACO CASADO
Tras el éxito conseguido por Seven (1995), no sólo comercial sino también artístico y de crítica, David Fincher debió darle muchas vueltas antes de hacer este nuevo film, con el que vuelve con la intención de sorprender al público de nuevo con este thriller en el que nada es lo que parece en un principio y en el que un engaño se superpone con el siguiente, con el que obtuvo un rendimiento más que destacado, esta vez sólo en la taquilla.
Cuenta la historia de Nicholas Van Orton un solitario financiero multimillonario de San Francisco, cuyo hermano Conrad, que se fue hace muchos años y se entregó a toda clase de adiciones, le hace un insólito regalo en su 48 cumpleaños, la edad a la que su padre se suicidó: una tarjeta para poder participar en un juego insólito y misterioso que se organiza a la medida del cliente, a cargo de una agencia especializada llamada CRS (Consumidor de Servicios de Recreación).
A partir de ahí, una vez que visita la agencia, comienzan a sucederle cosas raras y su vida se pone patas arriba cuando se vuelve incapaz de distinguir entre lo que es el juego y la realidad.
Nicolas es un tipo con apenas sentimientos, solitario y divorciado, que poco a poco va descubriendo en qué consiste el juego: someterle a una serie de pruebas de supervivencia en las que peligran tanto su vida como los negocios y hasta su estabilidad emocional.
La cinta se inicia como una comedia pero conforme el juego avanza se va convirtiendo en una auténtica pesadilla para el protagonista.
El guion parece extraído de un cómic, adornado con unas situaciones increíbles, persecuciones, disparos, ingeniosos elementos electrónicos propios del espionaje más sofisticado, pistas falsas, y otros ingredientes que se van añadiendo para introducirle más emoción a la trama.
Lástima que a pesar de tener un alto presupuesto, un excelente reparto, una buena fotografía de Harris Savides, la música de Howard Shore, y una notable narración de David Fincher no se logre un mejor resultado.
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