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CRITICA
Por: PACO CASADO
En 'Atraco perfecto' (1956) la tercera película Stanley Kubrick, se nos descubre a un director cuya calidad quedó confirmada a lo largo de los años.
Hoy continúa siendo válida como un film ejemplar en el género negro, valorado con el aroma y la calidad de un clásico que ha mejorado con el paso del tiempo.
No tiene comparación con los que se hacen ahora en los que la violencia es el único protagonista.
Es una producción de corto presupuesto que nos presenta la normalidad de unos delincuentes y las deducciones implícitas que esto lleva consigo.
Más que nunca en Atraco perfecto (1956) vemos que la mayoría de los delincuentes no son seres humanos exóticos, sino simples hombres y mujeres que se ven arrastrados a actuar al margen de la ley, por necesidad, la mayor parte de las veces.
El delincuente Johnny Clay, tras cumplir cinco años de cárcel, reúne a un grupo de cinco hombres y planifica un audaz atraco a un hipódromo para conseguir dos millones de dólares.
Stanley Kubrick nos cuenta es atraco perfecto, en el que intervienen los cinco hombres, cada uno cumpliendo con su labor.
Pero en las cintas de la época, el criminal nunca debía ganar y aquí tenía que perder, aunque fuera por un azar del destino.
La censura obligó a Stanley Kubick a buscar una estratagema, un tanto forzada, para justificar la captura del cerebro del grupo.
El guion posee unos diálogos inteligentes de Jim Thompson, quien años después nos daría otra pieza maestra del género como 'Los timadores' (1990).
El director neoyorquino no se interesa demasiado por los atracadores, considerándolos como simples seres humanos empujados a delinquir debido a sus problemas personales, eslabones dentro de un sofisticado mecanismo de relojería careado por ellos que termina escapando a su control.
Son pobres diablos con más corazón que agallas, personas directamente sacadas de las novelas negras a los que se les hace parecer como rostros reconocibles de este género de serie B.
El elemento femenino es la fuente de la codicia que dará al traste con el tinglado perfectamente planeado y ejecutado en circunstancias dramática directamente con la tradición del cine negro.
La realización está hecha con mano maestra a pesar de ser la tercera obra de su director, y al final nos reserva una sorpresa en forma de moraleja.
Está muy equilibrado, sin dejar ni un cabo suelto, pensado con inteligencia y narrado a la manera clásica, dando horario y situación en cada momento de todas las piezas para que al final encajen cada una en su sitio como las de un puzzle.
Tiene escenas memorables, personajes antológicos y la fatalidad es su signo de fábrica que le otorga un mayor encanto.
El resultado es un ejercicio de estilo de una precisión milimétrica, a la vez que un certero dibujo de unos personajes abatidos por sus propias carencias y conducidos a un destino inclemente.
Fue nominado a la mejor película en los premios Bafta.
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