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CRITICA
Por: PACO CASADO
En torno a un asesinato real gira esta historia realizada en coproducción entre Colombia y Argentina que es el segundo proyecto de Laura Mora Ortega, tras debutar en el largometraje con el thriller 'Antes del fuego' (2015), un trabajo con el que ha conseguido varios premios en varios festivales y una mención especial en la sección Kutxbank para nuevos directores del de San Sebastián 2017.
Es una película autobiográfica de la directora colombiana basada en el asesinato a tiros de su padre en Medellín en el año 2002.
Su protagonista es Paula Ríos, a la que todos conocen como Lita, una joven estudiante de Bellas artes de 22 años, que unos meses después de que el caso hubiera sido archivado fruto de la indolencia de las autoridades, reconoce a Jesús en una discoteca, el sicario que mató a su padre, un profesor de ciencias políticas de la universidad pública de Medellín, pero éste se marchó en la motocicleta y no vio que ella estaba dentro del coche siendo la única que le podía reconocer.
Ante la ineficacia de la corrupta policía, que lo único que hace es recomendarle a la familia que se vaya, un día se infiltra en un grupo de delincuentes de la calle para intentar tomarse la justicia por su mano, si es que llegado el momento se atreve, por lo que Paula se debatirá entre lo moralmente correcto y su deseo de venganza.
(En la realidad Laura Mora no vio al asesino, el resto es invención sobre lo que tal vez hubiera podido ocurrir)
Este drama con grandes dosis de realismo apunta directamente a la situación actual de Colombia, un país que parece nutrirse de interminables venganzas.
Interpretada por dos actores no profesionales, Natacha Jaramillo y Giovany Rodríguez, que la directora encontró en las calles de Medellín, Matar a Jesús llega ahora a las pantallas españolas.
Laura Mora dice que el público ha comprendido el mensaje que quería transmitir con este film de denuncia de una situación en su país que dura ya más de cincuenta años en la que los crímenes callejeros se suceden a diario a manos de jóvenes sicarios que se ganan la vida de esa forma asesina matando por encargo.
Es una carta de amor a ese padre desaparecido y a la educación recibida de él que propone entender al otro para acabar con la violencia que sacude a Colombia desde hace tanto tiempo.
Rodada con imágenes cercanas al documental con una constante cámara a mano, realmente mareante, tiene además el problema de muchas de estas producciones colombianas que deberían ser proyectadas con subtítulos, ya que más de la mitad de los diálogos confesamos sinceramente que no llegamos a apreciarlos por la mala vocalización, por el mal sonido y por algunos vocablos que deben pertenecer a algún dialecto, porque de otra forma no se comprende.
Si el cine debe ser comunicación entre el autor, en este caso la directora, y el espectador, en esta cinta falta ese puente y falla en la transmisión del posible mensaje que se quiere transmitir, a pesar de lo que Laura Mora haya dicho, como recogemos renglones arriba.
Admitimos que es una cinematografía pobre en recursos, pero es que en este caso el guion se basa en una simple anécdota que se estira demasiado para al final no llegar a ninguna parte.
Bien el trabajo de Natasha Jaramillo, mal el de Giovanny Rodríguez al que no se le entiende nada de lo que dice.
La directora y guionista no profundiza en la sicología de los personajes y alarga el metraje con tres canciones en diferentes discotecas.
Pirámide de plata mejor dirección y Premio Fipresci, en el Festival de El Cairo. Premio Roger Eber para nuevos directores en Chicago. Premio Cine Latino en Palm Springs. Premio Glauber Rochar y Casa de las América en el Festival de La Habana.
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