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CRITICA
Por: PACO CASADO
En el Berlín oriental, en 1989, el último año antes de la caída del muro, vive un anciano militante histórico del Partido Comunista, al que le toca asistir al final de una época, en un momento de transformación y de cambio.
Es uno de los personajes de una de las etapas más importantes de Alemania en las últimas décadas, se trata de Wilhelm Powileit, un alto mando del Partido Comunista de la República Democrática Alemana que celebra su 90 cumpleaños rodeado de su familia, los vecinos, funcionarios y los antiguos camaradas del partido para rendirle homenaje, que él asume con indiferencia, como si nada fuera mal en el mundo exterior, mientras está a punto de caer el muro de Berlín.
Estamos en el otoño y todo está cambiando, quedan menos horas de luz y ésta va menguando, los días se hacen más cortos, como se está apagando el régimen en el país.
El viejo y autoritario patriarca, admirador de Stalin, sigue aferrado a un tiempo que ya ha pasado, mientras su complicada familia, en la que no faltan las disputas y rencores, disimula en medio de un festejo que más bien parece un funeral.
En torno a él ya muchos empiezan a intuir que se está llegando al fin, puesto que hay varios países satélites de la antigua Unión Soviética que comienzan a salirse del comunismo.
No obstante él es un convencido estalinista de que Stalin fue lo mejor que tuvo el país.
Los mayores continúan creyendo que la utopía socialista seguía siendo posible, mientras los hijos estaban desencantados con las promesas no cumplidas y finalmente los jóvenes se rebelan ante un régimen que les impide realizarse como personas.
Es la historia de ese declive, de esa situación, de las ideas y de las sensaciones que tenían los dirigentes en aquel momento ante lo que estaba a punto de pasar.
Es al mismo tiempo el relato de unos comunistas que tuvieron que marcharse, que exiliarse, cuando Hitler llegó al poder, porque no podían vivir en Alemania y pasado el tiempo han vuelto y no han sido bien recibidos por el nuevo régimen, aunque les han dado trabajo pero nunca llegaron otra vez al poder habiendo sido comunistas convencidos.
Algunos les echan en cara haberse ido, como el protagonista que se fue a México donde permaneció durante ocho años en el exilio.
Una de las metáforas más señalada además del título es la del rompimiento de la mesa al igual que le pasa a Alemania.
Muestra a aquellas personas que dedicaron su vida a una ideología sin tener en cuenta el mundo que tenían a su alrededor y terminaron viendo cómo su sueño fue sólo una ilusión.
El guion está basado en la famosa novela autobiográfica, primera que escribe Eugene Ruge, de 500 páginas, publicada en 2009, que se convirtió en un best seller, con abundantes saltos en el tiempo, que aquí nos traslada de forma lineal en una unidad de tiempo y lugar, a estos personajes del pasado reciente, que tienen la virtud de contar la caída del socialismo concentrado en las cuatro generaciones de esta familia en un sólo día.
Tiene una primera parte en la que vamos conociendo a los personajes, los problemas familiares y secretos que existen entre ellos de manera algo complicada, entre otros la partida de Sascha, el nieto preferido de Wilhelm que se marcha a la Alemania Occidental y deja a Melitta, su esposa, y a Marthe su hija pequeña en la oriental, mientras Irina, su madre, se da a la bebida y Kurt, su esposo, nos enteramos que es hijo adoptado del protagonista al que no se atreve a decirle que Sascha, su nieto, ha desertado a la Alemania occidental y que Wilhelm también tiene una relación no muy buena con Lotti, su esposa.
La primera parte se hace un poco premiosa y repetitiva con el desfile de los compañeros que le ofrecen ramos de flores, mientras que la segunda se anima con los problemas familiares y algunas metáforas que se van introduciendo como la caída de la mesa en clara analogía con respecto a lo que está sucediendo con el país.
Al tiempo que se rompen las familias también lo hace Alemania.
El director televisivo Matti Geschonneck se pasa así con este largometraje por tercera vez a la pantalla grande.
Bruno Ganz, impecable como siempre, fue nominado a los premios del pasado año del cine alemán.
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