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CRITICA
Por: PACO CASADO
Diez años después de su anterior cinta 'Tata mía ' (1986), el realizador español José Luis Borau vuelve a la dirección con 'Niño Nadie' (1996) la más ambiciosa de las suyas hasta la fecha, aunque no de las más logradas esta particular fábula tragicómica de un hombre que busca el sentido de la vida con reminiscencias que el argumento tiene de los films de Ingmar Bergman.
Borau, director que no se prodiga mucho (8 títulos en 34 años) confiesa que hace las películas para él y en ellas vuelca esas ideas que se apoderan de su mente y no se detiene hasta hacerlas cine, que no tenemos por qué compartir los demás.
Evelio, humilde profesor auxiliar de su propia pareja, Mari Carmen, y entusiasta de cualquier causa idealista que surja entorno suyo, cree haber encontrado guía espiritual en un viejo filósofo, Dámaso. El entusiasmo por él le lleva a seguirle a Madrid, dispuesto a poner en práctica sus enseñanzas y consejos abandonando para ello a Mari Carmen, justo la noche que iba a comunicarle que espera un hijo suyo.
En 'Niño Nadie' (1996) expone las preguntas que este pobre profesor de Educación física para subnormales se hace sobre la naturaleza, el modo de alcanzar la felicidad, el sentido de la culpabilidad, la inquietud social y el amor entendido como liberación personal. Eso ocurre tras escuchar a un pobre poeta que va contra corriente y al que sigue tras abandonar a su mujer.
El encuentro con un antiguo amigo, sacerdote, y su hermana, le harán abrazar un vida distinta mientras sigue buscando respuestas a sus interrogantes.
Borau, habitual buen guionista (profesor de guion en la Escuela de cine de Madrid) ha metido demasiadas cosas en unos personajes arquetípicos que tras un arranque inicial interesante, al final termina de forma caótica y sin que dé soluciones, ni interese lo que se planteó tan seriamente al comienzo.
abiendo de la antigüedad de este proyecto, titulado antes Gatuperio, tal vez fuera más adecuado que se hubiera hecho hace un par de décadas. Hoy día no interesa.
La agilidad de su puesta en escena enmascara la densidad de texto de un guion que parece querer inaugurar la comedia intelectual como nuevo género, pero no creemos que al gran público le interese ir al cine para recibir doctrina filosófica, ni reflexiones morales, por lo que no tendrá continuidad.
Los extraños personajes, representativos de distintas actitudes ante la vida, se preguntan por el sentido de la vida, la moral, la represión sexual, la religión, las sectas y otros temas.
Están incorporados por un reparto de actores atípico, pero no por ello menos responsables, que les aportan credibilidad e interés a pesar de jugar con temas tan profundos y de tanta gravedad.
Son demasiadas cosas para establecer un diálogo con el espectador y encima querer que las asimile.
Hay que destacar la frescura interpretativa de Icíar Bollaín o la naturalidad de Rafael Álvarez arropados por el apoyo de esos buenos secundarios.
El film se queda a mitad de camino entre el drama y la comedia, siendo más brillante en el primer aspecto que en el segundo en la puesta en escena.
Por todo ello no resulta una cinta fácil ni complaciente dado su discurso metafísico y la búsqueda de la respuesta que justifique nuestra existencia.
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