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CRITICA
Por: PACO CASADO
Es el último film de Luis Buñuel que tuvo en su mente hacía mucho tiempo, en la que se reúnes de nuevo los ingredientes de toda su obra: burguesía decadente deseducación cristiana, surrealismo, erotismo y perversión.
Es la cuarta versión que se lleva al cine de la novela de Pierre Louys 'La mujer y el pelele', que tan sólo le sirvió de inspiración, cambiándola totalmente, sin que apenas fuera reconocible esa obra publicada a comienzos del pasado siglo.
Actualizó el relato de sus infortunios amorosos con la bailarina Conchita que narra el protagonista, Mathieu, un otoñal caballero, a sus compañeros de compartimiento a través de un viaje en tren desde Sevilla a París, vía Madrid.
Es la historia de una ardiente pasión y de las negativas que esta mujer española, andaluza por más señas, da a un hombre maduro, que lo tiene todo menos el amor que es objeto de su pasión.
A partir de su primer encuentro en París, Conchita juega con las obsesiones de Mathieu, haciéndolo pasar del deseo a la frustración y del amor al odio más furibundo.
A sus 77 años Buñuel hizo un cine fresco, joven, lleno de vitalidad, sencillo pero muy difícil de realizar, en su aparente facilidad.
Resuelve las escenas con recursos cinematográficos sin renunciar a sus señas de identidad, ni al surrealismo, como denota en algunas escenas.
Destaca la originalidad de jugar con dos actrices para el mismo personaje de Conchita, la mujer de la que está enamorado Mateo: Ángela Molina para darnos la pasión y bravura de la sangre andaluza en los momentos más apasionados, y Carole Bouquet para expresar la sensualidad, la delicadeza y el feminismo fríamente personificado.
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