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CRITICA
Por: PACO CASADO
No es esta la primera adaptación que se hace de la obra original de Federico García Lorca, 'La casa de Bernarda Alba', ya que existe al menos más de media docena de ellas realizadas entre el cine y la televisión.
Las tres para la gran pantalla de las que tenemos constancia fueron dirigidas en 1982 por el mexicano Gustavo Alatriste, en 1987 por el español Mario Camus, en el 1999 por el cubano Belkis Vega y ahora nos llega una cuarta, libremente inspirada en la obra, que lleva a cabo el madrileño Emilio Ruiz Barrachina coincidiendo con el 120 aniversario del nacimiento de su autor.
La adaptación de las obras clásicas no siempre son fáciles y en este caso se toma el texto de forma muy libre y se traslada a la actualidad, con una puesta en escena muy moderna en la que la claustrofóbica casa se transforma en una antigua fábrica de azúcar abandonada, lugar donde son encerradas cinco mujeres para dedicarlas de forma obligada a ejercer la prostitución en una especie de trata de blancas.
En este caso la jefa sigue siendo Bernarda, que se acaba de quedar viuda, ayudada por su mano derecha, Poncia, una dura criada, con la que se insinúa tiene una extraña relación lésbica, que son las que ejercen la opresión y la tiranía, no sólo sobre las mujeres, que en este caso no son sus hijas como en el original, sino también sobre María Josefa, la trastornada hermana de Bernarda, a la que consideran que está loca y tienen entre barrotes, pero que en realidad representa la libertad.
Bernarda, ejerciendo casi de madre de las mujeres a las que toma como si fueran sus hijas, cree hacerles el bien ya que así las redime y las libra de los males de una sociedad corrompida, a las que de esa manera saca de un infierno como pueda ser la delincuencia pero las mete en otro como el de ejercer el oficio más viejo del mundo.
A lo largo de la trama se maneja la desigualdad entre hombres y mujeres, la opresión, la intolerancia, el lesbianismo, un atosigante espíritu religioso, el racismo, el poder y aunque según opinión de quien es un experto en Lorca dice que se mantiene el espíritu de la obra, pero se ha cambiado el contexto, se han trasladado los diálogos, sin embargo hemos de confesar que no nos suenan como tal, salvo en algunos momentos.
Se respetan los personajes como el de Pepe el Romano, que se disputan Adela y Angustia, al que todas ven como su posibilidad de libertad, pero en cambio se introduce otro, el del comisario, que no existe en la obra original, en un breve papel.
Hay momentos en los que se huele la obra teatral en el tono declamatorio de las actrices, en sus movimientos en la escena, en la dirección de las mismas, en el atrevimiento del director Emilio Ruiz Barrachina de hacer esta nueva versión de la que cabe preguntarse si hacía falta volver a filmar el texto lorquiano, por más que con esta forma se haya querido acercarlo al público de hoy.
Nos da la impresión de no haber continuación dramática, como si a las escenas les faltara algo de unidad entre ellas.
En el aspecto interpretativo Victoria Abril se lleva la palma, posiblemente la mejor de todas, junto a una Assumpta Serna un tanto fría y Miriam Díaz Aroca está realmente desconocida físicamente y muy en su papel.
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