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CRITICA
Por: PACO CASADO
La acción se desarrolla en 1993. Jacques Tondelli es un veterano escritor, novelista cuarentón, divorciado, que vive en París con su hijo pequeño, Loulou, apenas un adolescentes, que comparte su custodia periódicamente con Isabel, su pareja.
Un día conoce a Arthur Prigent, un joven optimista, estudiante de Bellas Artes, de 20 años, en la ciudad de Rennes, con el que hace algo más que amistad, ya surge un amor entre ambos, pero habrán de tener cuidado de no ser víctima de la enfermedad que en esos momentos de la década de los años 90 estaba de moda y era sinónimo de muerte: el SIDA.
Ellos se conocen en un cine viendo una proyección de El piano (1993), de Jane Campion.
En el piso de abajo vive Mathieu, un viejo amigo suyo, también homosexual, que de vez en cuando le echa una mano con su hijo.
Jacques es consciente de su enfermedad, de ahí lo de vivir ese amor deprisa para poder disfrutar de esas nuevas sensaciones.
Ellos son como un mismo personaje desdoblado en dos momentos distintos de la vida, uno que está dispuesto a disfrutarla y el otro destinado a abandonarla.
Para Arthur, Jacques es como el modelo a seguir, mientras que para Jacques, Arthur es como evocar un pasado que ya tuvo ocasión de vivirlo.
Un relato donde predomina más el afecto que el erotismo.
En el film cabe toda clase de sentimientos, el amor, homosexual en este caso en forma de romance, la cultura, la diversión, la amistad, el sexo sin traumas, la libertad, la esperanza o la tristeza.
Un drama honesto donde el amor, la seducción y el placer del sexo se mezclan en un relato sobre las relaciones sentimentales.
Christophe Honoré, crítico de Cahiers du cinema en su día, novelista, autor teatral, guionista, es un interesante director francés, con casi una docena de títulos en su haber, que habla de lo que bien conoce por su misma condición de homosexual, de sus experiencias de juventud volcadas en estos dos personajes como es el caso de 'Vivir deprisa, amar despacio' (2018), posiblemente su cinta más ambiciosa, pero al mismo tiempo también algo pretenciosa, sobre los estragos del SIDA, ya que vivió esa etapa de la que fue testigo.
Es la primera película suya que podemos ver en nuestro país, tras pasar por el Festival de cine europeo de Sevilla, y tal vez sea, según dicen, la más sólida de las que ha hecho hasta ahora, la mayoría situadas en el mundo gay, incidiendo en el tema de la homosexualidad, algunas de las cuales armaron bastante revuelo cuando se estrenaron en su día.
Realizado sin grandes alardes es un film en el que confluyen la vida y la muerte de estos dos personajes, uno en el crepúsculo de su existencia, la decadencia de una enfermedad que era una lacra social signo mortal y el otro en una primavera incipiente, sexo sin traumas, esperanza en el futuro y con mucho aún por delante que vivir, si sabe administrarlo bien, en esta historia de amor.
En el reparto se dan cita la juventud de Vincent Lacoste, la veteranía de Denis Podalydès y el correcto hacer de Pierre Deladonchamps, acostumbrado a esta clase de producciones tras haber intervenido en El desconocido del lago (2013), que están todos bastante convincente en sus respectivos personajes.
Hay en la cinta algunas referencias cinéfilas a través de la proyección de El piano (1993), los afiches de Querelle (1981) de Rainer Werner Fassbinder o de Chico conoce chica (1984), de Léos Carax.
Una vez más su extensa duración puede hacer mella en el interés y la atención del espectador.
Premio al mejor actor en el Festival de cine europeo de Sevilla ex-aequo para Vincent Lacoste y Pierre Deladonchamps. Premio Pylon al mejor film en el Festival QCinema. Premio al mejor guion de la Sociedad Internacional Cinéfila.
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