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CRITICA
Por: PACO CASADO
La cinematografía colombiana ha hecho una media de dos largometrajes en la última década, por lo que cada vez que se estrena en sus locales una película nacional suele ser un gran éxito y más si toca un tema que les llega de lleno.
Antonio Dorado, que se ha dedicado hasta ahora a la docencia, ha decidido ponerse tras una cámara para contar historias a través del cine, debutando con este film que se ambienta en la Colombia de los años 60, que fue cuando Pedro Rey, dueño de un bar de copa, comenzó a hacer una red de narcotraficantes para introducir la coca en los Estados Unidos, estableciendo así las bases para el cartel de Cali, que es donde se inicia y se desarrolla esta historia.
El guion se inspira en el personaje real de Jaime Calcedo conocido como El grillo, cambiando los nombres y novelando algunas de las acciones para darle más agilidad al relato.
No se priva de meter temas como la corrupción llevada a cabo por la policía y la justicia que nunca pudieron probarle que fuera el jefe del narcotráfico colombiano y como le sucedió a Al Capone fue detenido acusado de un simple robo saliendo en libertad bajo fianza.
El relato se mezcla con una historia de amor que es puesta en peligro debido a una ambición desmedida cuando se llega a cierto punto y se tiene poder.
Por momentos huele a culebrón mientras que en otros instantes parece un thriller americano, pero sin el mismo ritmo y con una gran carencia de medios.
En el reparto se incluye Juan Sebastián Aragón, uno de los malos de la telenovela Pasión de gavilanes, lo que contribuyó a la popularidad de la película en el país.
Cinta poco original y con la debilidad de una ópera prima.
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