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CRITICA
Por: PACO CASADO
Estas películas de aventuras casi se han extinguido, en las que todo estaba previsto, el espectador era cómplice desde el primer minuto y se regían por unas leyes elementales, sencillas y comprensibles, que parece que ya no interesan.
En 'El halcón y la flecha' (1949) como en Robín de los bosques (1938), El Talismán (1954) o Ivanhoe (1952) y tantas otras producciones de hace décadas, asistimos a una ingenua recreación de la Edad Media, poblada de crueles señores feudales, derrotados finalmente por los héroes populares, y en las que los únicos miembros de la aristocracia que se salvan son las heroínas, enamoradas en cada caso del salvador de turno.
Dardo Bartoli, junto con sus fieles seguidores, viven en unas ruinas romanas en las montañas, en la Lombardía medieval, una región en el centro de Italia, usadas como cuartel general, mientras organizan la insurgencia en la lucha frente a la opresión de los invasores extranjeros.
Su mayor enemigo es el duque de Urbis, más conocido con el apodo de el Halcón, quien, en nombre del emperador alemán, tiene totalmente sometidos a todos los habitantes de los pueblos de la Lombardía que aún resisten a base de guerrillas.
El malvado Urbis, además, ha robado a su mujer y también ha secuestrado a su hijo.
Dardo en ese momento planea su particular venganza y toma a Anne, la encantadora sobrina del duque, como rehén.
La reacción del despótico noble no se hace esperar mucho tiempo.
Un clásico de este género y uno de los films más famosos de su director, Jacques Tourner, que respetó aquí todo un modo de hacer esta clase de cine, logrando un título modelo de aventuras en el que sobre un esquema argumental ambientado en la Italia medieval sobrenada un cúmulo de agudos detalles y una profunda observación mayor de lo habitual en este tipo de cintas.
Hace una reflexión sobre las relaciones de la nobleza y sus vasallos y sobre todo la inutilidad del individualismo representado en el protagonista que finalmente habrá de identificarse con su pueblo y sus compañeros frente a la opresión del tiránico duque.
La película contó con un reparto de lujo en su momento, con una Virginia Mayo en su mejor etapa y un joven Burt Lancaster que llevaba a la pantalla sus dotes atléticas, aprendidas en su ejercicio profesional como artista de circo.
Junto a él, su amigo Nick Cravat, antiguo compañero circense, que gracias al éxito de este film, volvería a compartir cartel con él en otro clásico de aventuras, El temible burlón (1952), dirigido por Robert Siodmak.
Realizada con una gran soltura, llena de ritmo, humor y vitalidad, con unos intérpretes ajustadísimos y un tono fresco e inteligente, resulta recomendable por su valía y como ejemplo de un estilo de cine de aventuras que hoy en día difícilmente podemos ver en las pantallas actuales.
Fueron nominados al Oscar la fotografía de Ernest Haller y la música de Max Steiner.
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