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CRITICA.
Por: PACO CASADO
Por mucho que el cine europeo quiso imitar al western americano, inundando el mercado con su violencia, que tanto atraía a los públicos de entonces, éste siempre tuvo un estilo propio e inconfundible, que le daba prestancia, calidad, un sello y un empaque único.
Hasta las películas de serie B, sin pretensiones, conseguían superarlos.
Desde el paisaje hasta los decorados, al color o los actores, al argumento o la dirección.
N 'oche de titanes' (1967) no aportaba nada nuevo, ya que riene un tema muy conocido dentro del género, pero que ha sido tratado con más seriedad, destacando el aspecto de os personajes y sus fuertes y desaforadas pasiones, con una ambientación muy cuidada, con una estupenda interpretación y cuidada fotografía.
Aquí se nos cuenta el duelo a muerte en la localidad de Jericó, en el oeste norteamericano, entre dos antiguos representantes de la ley, situados en distinta posición, Alex Flood y Dolan.
Uno de ellos, Flood, está convencido de que con su exigua paga no podrá vivir como él desea y abandona la profesión y con una banda de pistoleros a sus órdenes se adueña de la población a la que somete por el terror, ya que nadie se atreve a enfrentarse a él.
Un día asalta una diligencia en la que viaja el exdiputado Dolan, que también abandonó su puesto por una causa distinta.
Al llegar a la ciudad Dolan conoce a Molly Lang que ha rechazado a Flood.
Poco después se enamora de ella y juntos están dispuestos, tras liquidar a la banda de pistoleros, a librar a la ciudad del poder de Flood.
Curioso western estrenado durante la decadencia del género, a finales de los años 60, que explica la rivalidad entre estos dos vaqueros tan peculiares.
Era un western americano más, pero se ve con bastante agrado. A pesar de que tiene un final previsible, sin embargo no se sabe de qué forma sucederá.
Pese a no ser considerado un western clásico, el guion estaba basado en la novela The man in black, de Martin H. Albert, y fue bien tratado por la crítica, en parte por recordar a un verdadero clásico policiaco como Una vida marcada (1948), de Robert Siodmak, con Victor Mature y Richard Conte.
Por aquellos años en el cine del Oeste se estaba haciendo un lento relevo con figuras nuevas como George Peppard, en este caso inmaculadamente vestido de blanco, que estaban entrando en el género, que tal vez venían a sustituir a la generación de nombres como los de Dean Martin, aquí en el papel de un tirano muy notable, totalmente de negro, quien a su vez cambió a la anterior generación, la de John McIntire, eterno gran secundario del cine norteamericano.
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