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CRITICA
Por: PACO CASADO
La productora DreamWork nos ofrece esta vez la historia de Yi, una adolescente de Shangay que un día se encuentra a un joven yeti mágico en la azotea de su edificio al que bautiza con el nombre de Everest y, junto con sus mejores amigos, se embarca en una épica aventura para reunir a la pequeña criatura con su familia que vive en la montaña más alta del mundo.
Como se puede ver el argumento no puede ser más simple, pero ello no es motivo de achaque puesto que se trata de una película que va dirigida al público infantil, que de esa manera la entenderá mejor.
La protagonista es Yi, una chica muy dinámica e inquieta, (quizás con algo del carácter de la directora ya que la historia es suya), que vive con su madre y su abuela Nai Nai, que es muy trabajadora, con múltiples empleos precarios que le hace ir de un lugar a otro de la ciudad haciendo labores muy variadas como pasear perros, pero algunas que no son muy agradables, como sacar la basura de un restaurante, por ejemplo.
Todo ello lo hace para poder ahorrar dinero para hacer el viaje de sus sueños que, llegado el caso, le servirá para emprender la aventura de devolver a Everest, que así llama al pequeño yeti que encuentra en su azotea, a los paisajes nevados del Himalaya.
En una trama paralela tenemos al millonario Burnish que anda detrás de él para probar la existencia de los yetis, mientras que su empleada, una mujer extranjera, la doctora Zara, una zoóloga, trata también de darle caza, pero ésta con aviesas intenciones.
A la aventura se le unen a Yi su vecino Peng y el primo de éste Jin, cuando descubren la presencia del animal en la azotea, que le ayudarán a completar el plan del inesperado viaje hasta las elevadas montañas del Everest.
Hay algo de Yi en Everest y viceversa, ya que ella empieza cuidándolo a él pero después se vuelven las tornas y resulta al revés cuando están en su terreno.
Como decíamos la trama es muy elemental, por lo que el guion la alarga con algunas peripecias intermedias hasta llegar al punto de destino, lo que hace que en ciertos momentos decaiga el ritmo de la acción.
Tiene algunos elementos fantásticos como es el hecho de que el yeti tenga poderes especiales, como agrandar las cosas, por ejemplo unos arándanos o arreglar el violín roto que tan bien toca Yi, que es la única conexión que le queda con su padre ya fallecido, con el que ilustra musicalmente el viaje, en el que no sólo se dan los momentos de acción y peligro sino que también hay situaciones cómicas y divertidas.
Una vez más está presente el interés por la familia que es tan habitual en las producciones norteamericanas aunque como ocurre en ésta sea en colaboración con China y es más conveniente si cabe en este caso para inculcarles esos valores a los más pequeños de la casa, así como la amistad o el amor a los animales y a la naturaleza.
No es muy frecuente que una mujer dirija una película de animación, como es el caso de Jill Culton, que anteriormente ya había codigido Colegas en el bosque (2008) y en ésta se ve ayudada por Todd Wilderman que debuta en este cometido tras haber pasado por el departamento de animación como le ocurrió también a ella.
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