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CRITICA
Por: PACO CASADO
Tras su estreno mundial en el Festival de Toronto, se pasó también en el certamen español de Sitges.
Miles es un joven asmático que se siente atascado en su vida: su trabajo en una empresa de videojuegos para móviles no tiene futuro ya que su jefe le persigue constantemente y amenaza con echarlo a la calle porque cree que pierde el tiempo y sigue enamorado de su ex novia Nova, una guapa chica oriental.
Un día descubre que un grupo de mafiosos llamado Skizm celebra una peligrosa competición que reúne a extraños de distintos puntos de la ciudad con el propósito de comprobar cuál de ellos logra una mayor cantidad de espectadores online.
De alguna manera poco menos que desafía al creador de ese juego mortal, porque la verdad es que consiste en eliminar un contrincante al otro, pero dándose muerte, disparando con balas y con armas desde pistolas, ametralladoras o morteros por toda la ciudad.
Sin quererlo, un grupo de matones entran en su domicilio, la dan una paliza de muerte, lo drogan y cuando se despierta tiene atadas sendas pistolas a sus manos que no puede quitarse y su contrincante, una mortal asesina llamada Nix, la ganadora hasta ahora, le persigue a muerte.
Aunque al principio tiene dudas, pronto descubre que Nova ha sido secuestrada por el grupo armado organizador del concurso para obligarlo a participar, por lo que Miles no tiene más remedio que dejar atrás sus miedos y entrar en el torneo, si no quiere morir a manos de Nix y si desea salvar a su novia.
Esto no es más que el inicio ya que el resto de la hora y media del argumento de esta película consiste en una prolongadísima persecución que se hace interminable y en la que nadie le quiere ayudar mientras que con sus acciones va ganando puntos.
No puede ni si quiera acudir a la policía porque está compinchada con los organizadores del juego.
Hemos visto algunos videojuegos que han sido llevados a la gran pantalla, debido a la escasez de argumentos que sufre el cine en estos momentos, aunque a decir verdad, ninguno, que sepamos hasta la fecha ha dado origen a ninguna obra maestra.
Más bien se alinean en ese cine superficial y sin contenido que padece el cine mundial en estos momentos, como se puede ver que en esta ocasión ha sido necesaria la unión de tres cinematografías, Inglaterra, Alemania y Nueva Zelanda, para llevar a cabo semejante engendro como resulta ser éste que comentamos.
Nada tiene interés, ni su argumento, ni su interpretación, ni su vertiginoso montaje en corto, ni la puesta en escena del neozelandés Jason Lei Howden que hace con éste su segundo largometraje tras debutar con Deathgasm (2015), ni su sucia y mareante fotografía o su estridente música techno de Enis Rotthoff que acompaña a sus imágenes.
Seguramente no servirá más que para un rato de esparcimiento de los adictos a esta clase de juegos y una pérdida de tiempo de los demás mortales que tengan la mala suerte de dedicar hora y media de su tiempo a verlo.
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