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CRITICA
Por: PACO CASADO
Sin llegar a la genialidad de su anterior película La maldición del escorpión de jade (2001), esta vez Woody Allen arremete contra la ceguera de la industria de Hollywood que tan sólo va directa a que sus películas hagan dinero y si de camino salen bien o son una obra de arte, miel sobre hojuelas.
No deja de ser una metáfora el hecho de que un director de cine, ganador de dos Oscar, se tenga que ganar la vida rodando spots de desodorantes.
Val Waxman es un prestigioso director de cine que fue uno de los grandes en los años 1970 al 1980, que está en horas bajas y se ha visto obligado a filmar spots comerciales para la televisión para sobrevivir económicamente.
Un día le ofrecen la oportunidad de volver a rodar una gran producción en la que se verá obligado a trabajar con Ellie, su ex esposa, que lo dejó por el productor Hal Jaeger, el jefe del estudio, que financia su nuevo film.
Cuando es recuperado por su ex mujer para dirigir esta cinta de gran presupuesto, que según ella "podría rodar con los ojos cerrados" adquiere la noche antes del primer día de rodaje una ceguera psicosomática ante el miedo de no estar preparado para la nueva y moderna aventura que se le presenta por delante.
Ayudado por sus amigos y el personal del equipo ocultan su ceguera ante los ejecutivos del estudio y los productores.
Este hecho en sí ya es un gran chiste, una situación absurda e imposible de creer, pero se trata de una parodia de Hollywood, de una comedia en definitiva, en la que las situaciones más absurdas y los diálogos más ingeniosos van punteando un metraje, tal vez excesivo y alargado, que divierte indudablemente al espectador con una explosiva carga interior y con estupendos momentos de una gran lucidez.
Una comedia que realiza un ejercicio de cine dentro del cine, en un desfile de envenenadas alusiones a las manías, costumbres y relaciones variopintas entre actores, directores y productores.
Woody Allen, que dirige, escribe el guion y protagoniza la película, no renuncia a hacer su propia caricatura al tiempo que se permite burlarse de la industria cinematográfica norteamericana y también de la crítica europea que tanto lo ha defendido.
El inteligente Allen sabe rodearse de un estupendo reparto (o él lo hace estupendo) con una notable Tea Leoni en su mejor papel, e igual podíamos decir del resto de los actores, de la bien seleccionada música, de los quiebros de ingenio del guion al que no le falta un punto de maldad o de la fotografía, de la que también saca su chiste del operador chino de sus tres anteriores películas, Zhao Fei, habitual de los films de Zhang Yimou.
No podemos pedirle a Allen que sea genial todos los días, pero sí agradecerle su ración de ingenio que nos ofrece anualmente.
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