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CRITICA
Por: PACO CASADO
La acción tiene lugar en el año 1944, momento en el que unos especialistas de la Marina de los Estados Unidos dirigen una estación meteorológica en el desierto de Gobi, cuando son acosados por aviones de combate japoneses ayudados por nómadas mongoles locales.
Cuenta la historia de este grupo de científicos que llevan a cabo ese trabajo durante la Segunda Guerra Mundial que se ven obligados a hacer un pacto con las tropas mongolas para repeler el ataque de los ejércitos japoneses, lo que resulta una historia poco frecuente para una cinta del género bélico.
Combina las escenas de acción con algunos toques de humor, especialmente en lo que se refiere al contraste que se produce en el choque entre las dos culturas, tan distintas, como las que representan los mongoles y el grupo de marineros americanos.
Sólo con grandes dosis de patriotismo norteamericano pueden resultar interesantes las insignificantes aventuras del grupo de yanquis perdidos en el desierto de Gobi.
Un fracaso total del guion en la definición de los personajes y de sus conductas, acarrea la total indiferencia del espectador normal con reflejos sanos.
Queda una pequeña acción sumamente diluida a lo largo de metros y más metros de celuloide, rellenos únicamente con arena del desierto, de la que hasta se puede adivinar el final.
Algunos destellos de vez en cuando no pueden salvar la ñoñez de esta película que sólo es a propósito para niños norteamericanos y quizás ni eso.
En cuanto a la técnica expositiva no hay gran cosa que aplaudir.
Está conseguida la continuidad, tan querida al cine de Hollywood, pero falla el ritmo, a fuerza de ser lenta y morosa la cadencia narrativa.
La dirección se limita a traducir en imágenes las acotaciones del guion, pero apenas si alguna vez consigue introducir emoción, nunca ternura, y ni hablar de ambientación.
Es una dirección floja aún para ser de Robert Wise.
La técnica que podríamos llamar mecánica es correcta, pero sin alardes.
Bello colorido, aunque de tintas faltas de flexibilidad, con excesivos marrones obscuros.
Trucos limpiamente conseguidos a pesar de que a veces el experto note demasiado los efectos especiales.
Fotografía de Charles G. Clarke de oficio y la música de Sol Kaplan es aceptable.
La interpretación resulta sumamente monótona, ya que hasta Richard Widmark está algo amanerado.
En conjunto un film baratito, para cubrir los huecos de la planificación en la productora, que además manifiesta su respetable ancianidad y es una reliquia más de aquellos años en los que el cine de Hollywood había empezado a ser de los peorcitos del mundo.
Recuerden en este sentido, los que vean la cinta, la estúpida escena del disparo del cañón.
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