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CRITICA
Por: PACO CASADO
Desde la terminación de la Segunda Guerra Mundial, el cine norteamericano ha puesto en circulación multitud de producciones de tema bélico donde los submarinos y las marchas patrióticas componen el nudo argumental y el desenlace de toda la obra.
Fuente de grandes ingresos, los productores no han regateado interés por esta clase de guiones que salen de los pobres cerebros automatizados de Hollywood, con sus tópicos y repetidas aventuras que ya conocemos.
No obstante existe un género cinematográfico que cuenta con buenos aficionados, como es el de los submarinos
El pueblo norteamericano, a pesar de las dos guerras que sufrió, no conoce como Europa lo que es una contienda bélica, no ha contemplado el espectáculo de ciudades destruidas, de asesinatos en masa de mujeres y niños, ni ha sentido el derramamiento de sangre propia, pero lo ha soportado en los campos de batalla para entonar un canto épico que siempre hacen con fines propagandísticos, de ahí el contrate de las películas norteamericanas con las europeas.
El capitán Barney Doyle de un submarino norteamericano que patrulla el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial, se ve obligado a torpedear y hundir un barco japonés que transporta prisioneros en el que se encuentra su mujer y la hija del comandante, que protege el portaaviones Shinaru, verdadero objetivo del ataque, que logra huir.
A su vez servía de escolta al poderoso portaaviones, que logra escapar intacto.
Desde ese momento el capitán Barney Doyle, obsesionado con la idea de acabar con el Shinau, centrará todos sus esfuerzos y asumirá enormes riesgos para conseguir finalmente su total destrucción.
Buscando venganza, Barney Doyle lo sigue hasta la bahía de Tokio, donde penetra con enorme riesgo, pero consigue finalmente destruirlo, escudado de nuevo en otro destructor al que logra hundir, y salir de la bahía sin novedad.
A su vuelta a Hawai está a punto de ser destinado a un puesto burocrático, pero convence al almirante de que le dé una nueva oportunidad.
Este drama que transcurre durante la Segunda Guerra Mundial está interpretado por Glenn Ford, encarnando al capitán Doyle, que tiene que adoptar una dolorosa decisión.
Le acompaña en el reparto Ernest Borgnine que con su físico tan característico habría de convertirse en uno de los actores más populares del cine de Hollywood.
El guion se toma algunas licencias históricas, ya que ningún submarino norteamericano logró entrar en el puerto de Tokio y el portaaviones japonés es pura ficción para poner más emoción en la trama.
'El último torpedo' (1958) es lo de siempre, el manido tema de las redes, de las cargas de profundidad, de las minas que el submarino elude con la agilidad de un gimnasta que hiciera ejercicio para perfeccionar su figura.
Nada nuevo en la dirección y sobre todo poco en el guion que naufraga ante la necesidad de hacer concesiones a los productores y a la galería.
Típico film bélico dirigido por Joseph Pevney, un discreto artesano, que debutó en el cine como actor y fue contratado a principio de los años 50 por la Universal para dirigir cintas de serie B cuya carrera sin brillo ha acabado dirigiendo telefilms y numerosas series de televisión.
Deficiente trabajo fotográfico de George J. Folsey donde fallan las transparencia que se notan a la legua.
Discreta música de fondo y buen color, sobre todo en las escenas marinas donde las tonalidades alcanzan una singular calidad.
Excelente interpretación de Glenn Ford, que se convierte en una especie de capitán Ahab en este relato bélico en el que la ballena es sustituida por un portaaviones japonés, que encabeza el reparto junto a Ernest Borgnine, que hace de su segundo a bordo, que sacan adelante con su trabajo la sosería del tema.
Nominado al Oscar los efectos visuales.
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