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CRITICA
Por: PACO CASADO
Con un retraso de varios años, nos llega a nuestras pantallas 'Anastasia' (1955), aureolada con un Oscar para Ingrid Bergman, que no estuvo presente en la ceremonia de entrega de los mismos y que fue recogido por Cary Grant en su nombre.
Por culpa de este retraso se le ha antipado otra 'Anastasia' (1956), dirigida por Falk Harnack, con Lili Palmer e Ivan Desny en blanco y negro, que era mucho más modesta en aspiraciones, sin CinemaScope, ni color, ni sonido estereofónico, ni lujos, ni joyas, ni salones espléndidos, pero con indudable sensibilidad y talento en el aspecto cinematográfico.
Hoy, sin embargo, nos toca hablar de la versión norteamericana.
La acción transcurre en 1928 en la ciudad de París.
Más de una década después de haberse producido la Revolución Rusa, un grupo de súbditos leales al zar Nicolás II, sigue buscando sin éxito el rastro de la desaparecida gran duquesa Anastasia, la única de sus hijas que podría estar viva aún.
El principe Bounine evita el suicidio a una mujer que padece amnesia y se da cuenta del parecido entre la joven a la que acaba de salvar y la perdida princesa Anastasia.
El general ve en ella el medio para conseguir los tesoros y propiedades del asesinado Nicolas II, y le propone suplantar a Anastasia en la corte.
El siguiente paso será el más difícil: convencer a la emperatriz Romanov, la abuela de Anastasia.
Tras siete años de estancia en Europa rodando con su marido Roberto Rossellini, Ingrid Bergman volvió a Hollywood de donde se fue tras divorciarse de su primer marido, filmando este drama que le volvió a abrir de nuevo las puestas del cine americano.
Sensiblera y lacrimógena, pues de ambas cosas tiene, debido a las tremedas desventuras de la protagonista, que también ella retorna al hogar, como lo hizo en esos momentos Ingrid Bergman, y por menos tremendas complicaciones amorosas que las que aquí se plantean.
Resumiendo: media película está dedicada a satisfacer a los amantes de los folletines italianos y la otra media a encantar a los seguidores de los pastelitos austriacos tipo Sissi (1955).
Todo está hecho muy de prisa, casi sin tiempo para reconstruir decorados y menos de ir a rodar a los esteriores auténticos de los acontecimientos históricos.
Todo sin gran acción, pero con muchos diálogos, que es lo más fácil y barato cuando se tienen prisas, y siempre buscando el lucimiento de la estrella protagonista, llegando al servil sometimiento al divismo.
El drama auténtico de Ana Anderson o Anastasia Romanoff se ha perdido y toda la aristocrática manera de los ambientes, toda la trágica grandiosidad de ese mundo descompuesto que forman los rusos en el exilio.
A los personajes de este film se le quitan los trajes y se ven enseguida que son tranquilos granjeros de Texas, arrebatados del saloom donde estaban rodando una del Oeste, y metidos entre oro, espejos, lujosas arañas y colgaduras.
Un estupeondo trabajo de Ingrid Bergman, de Yul Brynner y de Helen Hayes, la emperatriz madre, que recuerda demasiado a la simpática vieja de La gran prueba (1956), de William Wyler.
Alfred Newman ha compuesto una excelente partitura, que no claudica en ningún momento a lo sensiblero que fue nominada por la Academia.
Oscar, Globo de oro, David de Donatello y premio de los críticos de Nueva York a Ingrid Berman. Premio NBR a Yul Brynner.
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