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CRITICA
Por: PACO CASADO
Seguimos con la escasez de ideas argumentales y ante este agudo hecho que se está produciendo en todas las cinematografías sin excepción, lo más fácil es copiar temas ya existentes y si acaso se varía algún aspecto para disimular que no es un remake o una variante del mismo.
En una población inglesa vive el matrimonio compuesto por Liza y Sean, que tiene un niño, Jude, de apenas una decena de años.
Una noche entran a robar unos ladrones totalmente vestidos de negro y enmascarados que golpean a Liza, hecho que contempla Jude lo que le causa un trauma por el que pierde la voz.
Ante las constantes pesadillas de Liza y el problema de Jude, el padre decide mudarse a la mansión Heelshire, una casa en el campo, alejada de Londres, cerca de un bosque, donde un día Jude encuentra enterrado un muñeco, al que termina poniéndole el nombre de Brahms del que cada vez se encariña más ante la soledad que le rodea, y lo hace su amigo inseparable.
Todo cambia con la aparición del dichoso mañeo que termina imponiendo sus propias reglas.
Llega un momento en el que dice que habla con Brahms cuando ninguno de los dos tienen voz, lo que hace que llegue a estar totalmente influido por el muñeco.
Cerca de allí vive Joseph, un hombre de aspecto extraño, que dice ser el guarda de aquello donde también hay una gran mansión abandonada de la que cuenta su historia y de la casa que habitan ellos que tiene un trágico pasado.
El muñeco comienza a cobrar vida y a producir hechos y sucesos peligrosos ¿les suena?.
Lamentablemente desconocemos la primera para saber algo más de estos personajes con respecto a esta segunda, de ser así tal vez cambiaríamos nuestro criterio.
No deja de ser curioso que la película tiene un look estupendo, que la narración fluye de manera fácil, que tiene momentos en los que suscita cierto interés, que los actores está bien en general, pero es una pena que el tema esté tan trillado tras las muchas secuelas que se han hecho del endemoniado muñeco, aunque aquí, a decir verdad, no se abusa de crímenes, ni demasiadas escenas violentas, pero la originalidad no aparece por ninguna parte y casi todo los sucesos graves se acumulan en los metros finales.
Como producto de terror no abusa de los sobresaltos.
Esta es una secuela de un título anterior The Boy (2016) realizado por el mismo director norteamericano responsable también de ésta segunda, William Brent Bell, especializado en cine de terror, que ha tenido que reunir a cuatro cinematografías para producir este nuevo film que es el sexto de los suyos, a los que hay que sumar dos más, el último aún en post-producción, de algunos de los cuales ha escrito también el guion, los ha producido y editado, resultando así un cineasta bastante completo, pero aquí realiza de manera automática.
En el aspecto interpretativo nos quedamos con el trabajo de Katie Holmes que hace el personaje más interesante con sus cambios de estado de ánimo según los momentos que le toca vivir, actriz que merecería una mejor película, aunque buena parte de la trama se centre en el niño Christopher Convery, con más presencia que actuación, ya que se lleva la mayor parte de la historia mudo.
El problema de esta cinta es que conocido los precedentes anteriores todo se hace predecible, sólo hace falta esperar el momento en que se produzcan.
Lo mejor la puesta en escena, el buen aspecto de la fotografía y la ambientación, pero con eso no basta para ser una película lograda, aunque interesen aspectos parciales.
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