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CRITICA
Por: PACO CASADO
A priori viendo en los créditos el nombre de un novelista tan prestigioso en el tema de la ciencia ficción como H.P. Lovecraft, el reconocido genio de Providence, con uno de sus relatos cortos más emblemáticos, publicado en 1927, que como todos los suyos no es fácil de adaptar al cine.
Lo primero que se nos viene al pensamiento es que supone una cierta garantía de cara al resultado final de esta producción, porque al menos la base debe tener un determinado crédito.
De esta misma historia ya se hizo una versión con el título de El monstruo del terror (1965), de Daniel Haller, con Boris Karloff y más recientemente Granja maldita (1987), dirigida por David Keith, con Claude Akins.
Estamos ante la clásica producción de ciencia ficción en la que comienzan a producirse fenómenos extraños en el seno de una familia, los Gardiner, que tras vivir un tiempo en la ciudad, por fin se pueden trasladar a una granja en el campo cercana a un pequeño pueblo de Nueva Inglaterra en el que poder disfrutar de la paz y la tranquilidad de la vida rural.
La familia está compuesta por Nathan, el padre, Theresa, la madre, Lavinia, la hija mayor, Benny, el hijo mayor y Jack el pequeño.
La acción comienza con Lavinia en el campo junto al río donde ha trazado un círculo y está haciendo un rito de conjuro esotérico o hechizo mágico para curar a su madre del cáncer que padece, cuando llega Phillips Ward, que se presenta como geólogo que tiene que analizar las aguas de esa población y pide excusas por interrumpirla.
Poco después, estando la familia reunida se oye un gran estruendo producido por una especie de meteorito incandescente que ha caído cerca de la casa y que desprende un olor horrible que provoca una pesadilla alucinógena en sus habitantes y la tranquila vida rural de la familia se convierte en una pesadilla colorista y alucinógena.
El misterioso elemento, procedente de otros mudo, parece derretirse en la tierra, infectando el terreno con un color brillante.
Para el horror de la familia esta fuerza extraterrestre muta en cada forma de vida que toca.
Esto no es más que el principio y a partir de aquí todos los fenómenos extraños que se producen, como el coche y la radio que se ponen en marcha solos, lo que le ocurre a cada uno de los habitantes de la casa, a los animales y a cuantos le rodean, es lo que constituye el complicado argumento de esta historia, cuya trama se hace cada vez más confusa con los colores que aparecen de vez en cuando, las plantas que nacen sin haberlas sembrado, la extraña actitud de los animales e incluso de las propias personas que componen la familia que se hacen repetitivas en sus estúpidas decisiones.
Por ejemplo, el pequeño Jack dice que habla con el hombre que hay en el pozo, Ezra, un extraño vecino, avisa de lo que va a ocurrir, Ward prohíbe que se beba el agua porque está contaminada, a Nathan le salen erosiones en la piel y Theresa se corta dos dedos trabajando en la cocina y así podríamos seguir con toda una serie de sucesos.
Parte de culpa podemos atribuírselas al guion, que se ha tomado ciertas libertades con el original, ya que todas estas cuestiones son hechos aislados, sin una progresión dramática que van por toca a cada uno de los miembros de la familia, que no tienen más unidad que la caída del meteorito que, al parecer, provoca esas actitudes anormales en las personas y en los animales, ¿o es debido a la contaminación del agua?.
Todo ello contribuye a que termine por causar el tedio.
Por otra parte la cuestión de los efectos especiales realmente no son los mejores que hemos visto, ya que los cambios de color desvirtúan por momento las imágenes en ocasiones.
La interpretación tampoco podemos decir que sea una maravilla, Nicolas Cage parece estar gafado con cada una de las nuevas películas en las que actúa, con lo bien que lo hacía antes, y así comienza aquí, para desmadrarse en los últimos metros.
Richard Stanley es un cineasta nacido en Sudáfica que realmente no puede presumir de filmografía, ya que de los 17 créditos como director, once son cortos o documentales.
Fue despedido de la realización La isla del Dr. Moreau (1996) y sustituido por John Frankenheimer, y 'El color que cayó del cielo' (2019) es lo último que ha hecho hasta ahora cuya puesta en imágenes está falta de imaginación y de coherencia.
Premio mejor dirección y el del público en el H.P. Lovecraft Film Festival. Portland.
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