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CRITICA
Por: PACO CASADO
En el cine se pueden dar muchas combinaciones de los muy diversos elementos que entran a formar parte de la complicada maquinaria que encierra el rodaje de una película como es la creación de una obra artística.
Así se pueden dar simbiosis entre guionista y director, director y cámara, pareja de actores, etc.
Las asociaciones más notables y frecuentes en el cine de Hollywood de los años 30 y 40 son las de director y actor o actriz, según tuviera más fuerza o fama de cara al público uno u otra.
Estas asociaciones se dan aún hoy día.
Dodge City, es una de las más importantes ciudades de los territorios del Oeste, gracias al ferrocarril que por entonces era estación término de la línea y punto de encuentro inevitable de toda clase de viajeros y comerciantes.
Hasta allí llega un ex soldado y guía de caravanas, que ahora representa los intereses de los ganaderos para encontrar compradores para sus reses.
Casi inmediatamente descubre que Dodge es el feudo de un poderosos cacique que, con la ayuda de un grupo de bandoleros y matones, impone su ley y sus particulares condiciones al resto de la población.
Se trata de un western de lujo, fiel a las leyes del género y cuya acción se sitúa en los días de la expansión del tren.
Una de las combinaciones más notables era la de Michael Curtis y Errol Flynn, del que se podrían citar varios ejemplos, entre ellos La carga de la brigada ligera, Robin de los bosques y esta Dodge City, aquí titulada 'Dodge ciudad sin ley' (1939).
No sabemos qué grandes ventajas puedan acarrear esta uniones más que la de una mayor compenetración entre ellos desde el punto de vista de la realización y por otro lado un mayor atractivo de cara a la taquilla, en la que el director favorece a la estrella a lo largo de toda la trama y por otra parte el público que va a verla disfruta grandemente con su estrella favorita.
Pero este esquema se fue quedando anticuado y en general tiene una corta vida, tan sólo la que tenga la fama de la actriz o el actor hasta que pasa de moda.
Hoy día al publico actual ya no le entusiasma la presencia de Errol Flynn, ni la de Olivia de Havilland o la de Ann Sheridan en el papel de una cabaretera de saloom.
A Michael Curtis tampoco le interesa grandemente lo que nos está contando, tan sólo tener el pretexto para que estén el mayor tiempo posible en escena que, a decir verdad, es demasiado por la excesiva longitud del film para ser del año 1939.
Al final por ello, después de haber montado todo el tinglado y un hilo muy débil de la acción, la cinta se le va de las manos, se desvanece y el público actual queda insatisfecho.
Destaca desde el punto de vista de la realización algunos planos bien logrados, un aceptable technicolor y la dulzona música de Max Steiner.
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