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CRITICA
Por: PACO CASADO
En el año 1923 Cecil Blount de Mille coronaba el apogeo del cine mudo y de la productora Paramount con el lanzamiento de 'Los diez mandamientos'. En 1956 lanzaba su obra póstuma como director 'Los diez mandamientos'.
Es preciso conocer algo de la mentalidad de De Mille para explicarse estos dos hechos y toda su trayectoria dentro de la historia del cine ya que es cristiano, siente la religión como algo habitual, justificación de una forma de ver la vida y de solucionar los problemas.
Pero es también protestante y de ahí su profunda devoción por las Sagradas Escrituras que es su mayor filón temático.
Y por otra parte es norteamericano.
Sintiendo muy hondo estas tres clases de valores nace en él su preocupación por los temas bíblicos y la forma sensacionalista, grandiosa y espectacular de presentarlos en la pantalla.
De Mille representa en el cine americano esta tendencia que no es condenable desde el punto de vista estético, pero tampoco es una garantía del logro artístico, porque el arte no es cuestión de cantidad, sólo de calidad.
Hay temas en el arte que exigen un tratamiento grandioso como los grandes hechos épicos, con cielos abiertos o mares extensos, ardientes desiertos o profundas selvas, epopeyas que exigen el contrapunto de lo espectacular.
Aquí tenemos el hecho épico de un Moisés que consigue la independencia de su pueblo y lo conduce a la Tierra Prometida al tiempo que sirve de intermediario entre Dios y los hombres y es el portador de la Ley Divina.
Cecil B. De Mille es un autor que lleva en sus venas el riesgo epopéyico de los conquistadores del Oeste con la capacidad necesaria de afrontar el reto.
Para el espectador 'Los diez mandamientos' (1956) es un sueño fabuloso, aunque tenga sus fallos o se tuerzan los acontecimientos no originales de la Biblia, algunos inventados, y se yerra de vez en cuando en la ambientación histórica, no tanto en lo arquitectónico como en la íntima motivación de los personajes que no siempre viven con arreglo a su tiempo.
La esplendidez de la reconstrucción visual no disimula las incoherencias ideológicas que en algunos momentos se hacen evidentes, mientras que los sentimientos religiosos del autor no logran ponerse a la altura del tema.
A pesar de todo, la fuerza del asunto es tan grande que sobrecoge y sin ser la película la obra de arte que debió ser no deja de resultar interesante, donde se aprecia el duelo entre el auténtico héroe mitológico, Ramsés, el faraón que se atreve a enfrentarse a su destino con el absoluto poder de Dios y que defiende el orgullo de hombre hasta su destrucción, y el hombre de Dios, Moisés, que sin él nada puede, pero con él todo.
Es en este choque entre dos concepciones opuestas de la vida donde está el interés de este film que resulta muy bien en la taquilla, aceptada por los espectadores de todo el mundo.
En esta adaptación de la Biblia se mezcla la religión con la aventura en tono de epopeya en una de las más ambiciosas empresas de De Mille, con un tema que ya lo había tocado pero ahora a lo grande, con un abultado reparto de grande estrellas, con decorados gigantescos buscando que guste a todos los públicos, tanto católicos como protestantes, niños o mayores de cualquier país, resultando una cinta entretenida a pesar de su larga duración que mantiene el interés, con una primera parte divertida en la corte del faraón interpretado por un Yul Brynner genial e histriónico, mientras que la segunda mitad resulta más seria con las plagas de Egipto o el paso del Mar Rojo.
Un buen color con la fidelidad del Vistavisión, una música muy adecuada de Elmer Bernstein y entre los actores Charlton Heston hace lo que puede ayudado por el maquillaje, destacando Yul Brynner, Sir Cedric Hardwicke y Edward G. Robinson entre el buen equipo de profesionales que posee.
En definitiva un gran espectáculo del estilo del que suele hacer Cecil B. de Mille.
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