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CRITICA
Por: PACO CASADO
Greville Wynne es un comerciante autónomo que es reclutado por el MI5 para convertirse en un espía al servicio de Su Majestad.
Lo cierto es que la situación demanda gente de su profesión que pueda justificar los constantes viajes a Rusia para hacer sus negocios y al mismo tiempo pasar desapercibido haciendo de correo al servicio del estado, sin que los rusos sospechen de esta segunda actividad.
Estados Unidos y Rusia se encuentran en esos momentos inmersos en una Guerra Fría en lucha por la tenencia de armas nucleares que pueden meternos en una guerra nuclear o bien hacer cambiar el mundo para siempre.
Es entonces cuando se produce la crisis de los misiles cubanos que puede hacer inclinar la balanza a favor del país soviético. En esos momentos Greville Wynne comienza a trabajar con la CIA para darles información sobre el plan que tienen en marcha los rusos, lo que supone una misión que estará repleta de peligros.
La acción empieza el 12 de agosto de 1960 cuando en un discurso televisado el presidente ruso Nikita Kruschev presume de tener un mayor arsenal de armas nucleares que Estados Unidos, país que en esos momentos está presidido por John Fitzgerald Kennedy.
Tres meses después Greville es contratado por el MI6, servicio de inteligencia británico, con el nombre en clave de Ironbark, que dio título en principio a esta película en el Reino Unido.
Una vez allí entra en contacto con el traidor coronel ruso Oleg Penkovsky que le facilita los documentos que debe transportar, con el que llega a hacer una gran amistad.
Lo que sigue a este comienzo es lo que constituye el cuerpo central del argumento de esta historia real con los peligros constantes de los protagonistas al llevar a cabo esta peligrosa misión para evitar así una catástrofe mundial.
Estas producciones del género de espionaje que se atienen a los hechos reales, no suelen tener las escenas de acción espectaculares que poseen las ficticias del tipo de las de James Bond, por ejemplo, lo que no por ello le resta emoción si el argumento está bien urdido y realizado cinematográficamente al ser puesto en escena.
Detrás de los créditos finales se pueden ver unas breves imágenes del personaje real inglés protagonista de estos hechos que falleció el 29 de febrero de 1990.
Como sucede generalmente en los films del género de espionaje toda la emoción del relato está en ese ir y venir transportando constantemente documentos robados de alto secreto poniendo en peligro sus vidas, tanto del que los roba, como del que hace de correo, mientras que las esposas de ambos ni siquiera sospechan de esas otras actividades que llevan a cabo sus maridos y aquí no había de ser menos.
La cinta goza de una notable fotografía de Sean Bobbitt y de una banda sonora muy atractiva a ritmo de vals escrita por el compositor polaco Abel Korzeniowski que le cuadra muy bien a las diversas escenas.
Para el director de teatro Dominic Cooke es el segundo largometraje que realiza tras las cámaras después de debutar con En la playa de Chesil, con los problemas de unos recién casados, mostrando en este caso una inspirada dirección.
Por su parte todo el trabajo interpretativo se lo reparten con buenas formas Benedict Cumberbatch y Merab Ninidze, mientras que en los papeles femeninos destaca Rachel Brosnahan en el personaje de Emily Donovan una agente del MI6.
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